De todos los personajes históricos vinculados al mal, pocos han tenido más predicamento en la cultura popular que Erzsébet Bathory, la famosa condesa de la que se cuenta que en el siglo XVI mató a cientos de doncellas para bañarse en su sangre y empaparse de su belleza y juventud. Son incontables los productos culturales que se han acercado a una figura en la que realidad y leyenda se entremezclan de forma tan intrincada que es imposible desentrañar verdad y fabulación. No obstante, es precisamente ese halo fantástico lo que la ha convertido en uno de los más recurrentes iconos del heavy metal. Desde los inevitables Bathory, que directamente se bautizaron con su apellido, hasta los más recientes Ghost, pasando por clásicos como Venom, Kamelot, Rob Zombie o Slayer, es fácil encontrar entre este tipo de bandas referencias a la noble húngara; pero es posible que el acercamiento más interesante sea el de Cradle of Filth.
La banda de Suffolk, para algunos la formación británica de heavy metal más grande desde Iron Maiden (para otros, como Andrew O´Neill, una especie de drag queens metaleros que hace tiempo que perdieron el rumbo musical), firmó con Cruelty and the Beast (1998), su tercer larga duración, uno de los discos más emblemáticas de su carrera. La crueldad y la bestia es una obra conceptual que, empapándose del mismo espíritu de sus anteriores trabajos, se acercaba a la figura de Erzsébet Bathory en clave vampírica.
Pero hagamos un inciso aquí. De todos es sabido que la militancia heavy es, de largo, no solo la que más gusta de inventar etiquetas musicales, si no la que con más pasión (y odio) retira esas mismas etiquetas a los grupos o artistas que, a decir suyo, no son dignos de tal honor. En el caso de Cradle of Filth el debate adquiere dimensiones cósmicas. Para empezar, porque se trata de una banda de éxito, y esto es un absoluto anatema en el metal extremo. Para seguir, porque lejos de la misantropía característica de la segunda ola del black metal, apostó por un inconfundible espíritu teatral de romanticismo gótico. Todo esto, y el hecho de que su longeva carrera le haya llevado por diferentes vías musicales, la ha convertido en una formación tan polémica como inclasificable. Pero de lo que no cabe duda es de que sus primeras obras se adscriben, incluso para aquellos guardianes de las esencias puras, dentro de las coordenadas generales del black metal. Es más, la subcategoría de black metal sinfónico emergió de los avernos para concretar esa vertiente más elaborada, melódica y ambiental que protagonizaban los británicos junto a coetáneos como Emperor. Rizando el rizo, hay quien llegó a definirlos por entonces como vampyric (black) metal. Por etiquetar que no fuese.
La cuestión, por tanto, es que los pasos de Cradle of Filth parecían condenados a cruzarse con los de un personaje como Bathory. Les tiraba el horror gótico tanto como los sonidos extremos y en ese oscuro horizonte emergería, inevitablemente, la leyenda vampírica de Erzsébet.
Se puede jugar a rastrear la locura y crueldad de la Condesa Sangrienta en las sombras de su propia linaje, unos Bathory que habrían recibido su nombre de la bravura (bájor: bravos) de dos hermanos guerreros del siglo XI y cuya saga se disgregó entre soberanos repartidos por Polonia, Hungría y Transilvania, protagonistas de episodios suficientemente perturbadores como para alimentar la leyenda de su estirpe. Nacida en Nyrbáthor (Hungría) en 1560, Erzsébet era miembro de los Ecsed, la rama más desequilibrada mentalmente de su apellido. Sobrina por vía materna de Esteban Bathory, rey de Polonia entre 1575 y 1586, se casó con Ferencz Nádasdy (aka El señor negro de Hungría, héroe militar en la lucha contra los turcos) y su existencia habría pasado sin pena ni gloria de no haber sufrido una enfermiza obsesión: estaba convencida de que la sangre era una especie de fuente de la eterna juventud. Para conseguirla, martirizó a cientos de jóvenes con todo tipo de atrocidades, siendo ayudada para ello por una cuadrilla de personajes vinculados con la brujería y la magia negra. Finalmente fue juzgada por sus crímenes, lo que le valió la condena de pasar el resto de su vida emparedada en una de las torres de su castillo de Csejte, en los Pequeños Cárpatos. Así, la posteridad le reservaría a Erzsébet el terrible honor de ser considerada la primera asesina en serie de la Historia. Y si bien el rey Mattias II encubrió sus actos a la opinión pública, a comienzos del siglo XVIII fueron desenterrados coincidiendo con la oleada de vampirismo ocurrida en el este de Europa. Echaba a andar, de esa manera, el mito vampírico que envolvería su figura.
Cruelty and the Beast, como una reverso demoníaco de La bella y la bestia, narra el relato de Bathory a través de diez piezas perfectamente ensambladas: la historia de cómo la condesa se bautiza en el mal y se entrega lujuriosa a sus depravaciones homicidas; y de cómo es asesinada y desciende al infierno, donde copulará con el diablo a cambio de una resurrección vengativa. Y lo hace desde la erudición de un Dani Filth en estado de gracia, que combina su inglés refinado y antiguo con su querencia natural por el simbolismo romántico y oscuro. Todo ello contará, además, con un armazón sonoro que, pese a la mala producción (cosa que se arregló con la versión remasterizada publicada en 2019), es de tal enjundia que parece introducirnos en la película de terror más enfermiza de la Hammer. Sexo, violencia y muerte se abrazan en una orgía lírica y sonora tan obscena como poéticamete sugerente.
Estas credenciales quedaban ya presentadas desde la espectacular portada y contraportada del álbum, donde una cautivadora Bathory se sumerge desnuda en una bañera llena de sangre, y eran desarrolladas con la misma belleza siniestra en el resto del arte. Encanto perverso y femenino que estaría presente, también, en varias narraciones vocales realizadas por la actriz Ingrid Pitt, reencarnación cinematográfica de la condesa en 1971 (Countess Dracula), así como en los pasajes cantados por Sarah Jezebel Deva.
Es precisamente la voz de la cantante londinense la que da inicio al tema estrella del disco. Pese a que podría señalarse Bathory Aria como el cénit de la obra dada su extensión (once minutos), versatilidad y complejidad, es Cruelty brought thee orchids el que señalaremos como su hito definitivo; un trallazo llamado a convertirse en indispensable en sus conciertos desde entonces y que supuso, sin duda, el culmen absoluto de su genio. Pocas composiciones han conjugado mejor accesibilidad y sonidos extremos.
Con La crueldad te trajo orquídeas nos sumergimos en los abismos de las depravaciones de Erzsébet Bathory, guiados por un Dani Filth que ejerce de Cicerone poseído por una naturaleza inhumana: desgarradores aullidos se entremezclan con voces guturales de ultratumba e hipnóticos susurros, todo ello empujado por un apabullante muro sonoro de guitarras espídicas pero melódicas y blasbeats aplastantes. Y como marco, una atmósfera ominosa donde los teclados y la orquestación te hechizan hasta encadenarte en ese mundo de pesadilla. La puerta la abrirá la propia condesa, que como una sirena del mal te invita a pasar exigiendo tu atención: Hear me now! All crimes should be treasured if they bring thee pleasure somehow…
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Me cago en la leche… que me había encantado el artículo sobre Ghost y resulta que me encuentro otro DE CRADLE OF FILTH!! y encima de mi disco favorito XDD Cuando tenía como 15 años me lo regaló un colega porque se lo había comprado «por la portada», pero era demasiado para él, haha… Terminó siendo una de mis bandas de cabecera. Gracias de nuevo por estos articulazos.