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«Dios salve a la reina. Lo decimos de verdad, tío». Cuando los Sex Pistols hablaron de la monarquía

A diferencia de la monarquía española, que seguramente nació herida de muerte por su origen en la voluntad de un dictador y por el ansia de enriquecimiento de un arribista aparentemente campechano, la nobleza británica ha ido capeando todos los temporales sin aparente problema durante el siglo XX y el XXI. De hecho, es posible que sea ahora cuando la figura de Isabel II resulta más popular y aceptada, convertida en una presencia que está por encima del bien a la que, además, sirve de ayuda la popularidad de sus descendientes. El futuro rey Guillermo, si nada se tuerce, sabe perfectamente que su destino consistirá en una presencia pública más propia de una estrella pop que de un representante del gobierno. La casa real británica es la protagonista perpetua del culebrón que más gusta a su pueblo. Pero… ¿fue siempre así?

Resulta obligado empezar por el ejemplo más famoso e importante de todos. Corría el año 1977, Isabel II había subido al trono en 1952 y tenía que celebrar su jubileo de plata por el cuarto de siglo en el que había regido el destino de Reino Unido (o algo así). Merece la pena señalar que es cuanto menos interesante que Isabel se enterase de la muerte de su padre en una colonia británica, Kenya, en una residencia que le habían regalado a ella y a su marido como legítimos herederos de la corona. Aunque parezca que ahora nos queda lejos, el colonialismo todavía estaba a pleno rendimiento cuando Isabel II ascendió al trono.

El caso es que Kenya ya era independiente en 1977, pero la reina seguía en plena forma y parecía que la celebración de tan señalada ocasión iba a ir a la perfección. Sin embargo, había unos jóvenes sin uso ni beneficio que decidieron que aquel era un buen momento para dejar claro que no todos los británicos estaban tan contentos con la monarquía. A diferencia de los Beatles y su flojísima y muy complaciente Her Majesty, los Sex Pistols estaban hartos de que la gente dijera que su reina era una chica muy maja, por mucho que pudiera sobreentenderse que había algo de crítica. No, ellos querían dejar claro que la mera existencia de la monarquía era algo que estaba mal. Daba igual quién ocupaba el puesto.

God Save the Queen es el actual himno británico. Decimos actual porque al otro lado del Canal de la Mancha tienen que ser particulares para todo: cuando tengan un rey, el himno se llamará God Save the King; cambiarán unas cuantas rimas y se quedarán tan felices. El caso es que, en ambas variantes, se trata de una composición tradicional cuya estructura aparece por medio mundo en muchos otros himnos como el de Luxemburgo o el de Noruega. El himno es una loa continua a los valores del monarca que, además, ha ido cambiando con los años. Mi versión favorita, sin ninguna duda, es la que recuerda que hay que aplastar a los rebeldes escoceses. Vale que todo venía por el jaleo con los jacobitas, pero en la actual coyuntura, con el SNP (Partido Nacional Escocés) gobernando Escocia, resulta extremadamente gracioso.

El caso es que a los Sex Pistols les debía gustar el título del himno, pero no su contenido. El resultado fue que, para celebrar a su manera el jubileo, compusieron la que posiblemente sea la canción punk británica definitiva. Sí, incluso por encima de Anarchy in the UK. El propio Johnny Rotten comentaba en el documental The Filth and the Fury que decir que era un anticristo había sido una imposición y que le parecía un error, porque hacía que la canción resultase un chiste muy evidente. En God Save the Queen no cometieron el mismo error: la provocación es real y el enfado también.

Recordemos el inicio de la canción, uno de esos momentos definitorios de una generación; un instante que, hoy en día, hay que subrayar hasta la saciedad: «Dios salve a la reina / al régimen fascista / te convierten en un imbécil / en una bomba H en potencia». Probemos a hacer el ejercicio mental de pensar qué pasaría si hoy en día un grupo en España arrancase así una canción, declarando que la monarquía es una institución fascista de manera clara y evidente. Pensemos que, en España, el origen de la monarquía pasa por la herencia del franquismo, pero que los británicos siempre se suelen agarrar a que ellos echaron a Eduardo VIII. A los Sex Pistols eso les debía importar muy poco, porque siendo unos chavales que empezaban la veintena ya comprendían que las maniobras de distracción son… pues eso, engaños.

El resto de la canción no es más complaciente con una monarca, de la que dicen que no es un ser humano, que sigue ahí porque los turistas dan dinero y que frente a ella está el futuro del Reino Unido: esos Sex Pistols locos y anarquistas, que creen que no hay destino para el sueño inglés. La guerra entre la sociedad bienpensante de las islas y los Sex Pistols había estallado.

La BBC prohibió emitir la canción. A pesar de ello, fue el número 1 de la semana en la NME pero, misteriosamente, la número 2 en la lista oficial de ventas. Todo parece indicar, aún a día de hoy, que se manipularon las listas para que una crítica de tal calado a la monarquía no apareciese como la canción más vendida del momento. Pero lo más importante se había conseguido: podías estar a favor o contra de los Sex Pistols, pero en Reino Unido todo el mundo sabía que existía un fuerte sentimiento antimonárquico y eso ya nunca podría ignorarse.

A partir de la experiencia de los Sex Pistols hubo otros grupos que decidieron recordar al público de vez en cuando su opinión sobre la realeza. Los mejores ejemplos, seguramente, vienen de algunos grupos que difícilmente relacionaríamos con ataques tan fuertes a una institución venerada en su tierra; por supuesto, también ha habido otros provenientes de bandas cuyo activismo es muy evidente.

Sex Pistols God Save the Queen

Uno de los más inesperados podrían ser el de The Smiths. Guiados por Morrisey, decidieron dedicar el primer tema de su mejor disco, al que además daba nombre, a una canción titulada The Queen is Dead. Por el título podríamos pensar incluso en una celebración de la fallecida reina, pero todo queda más claro con la letra que acompaña la música: «su bajeza con la cabeza colgando de una cuerda / lo siento mucho, pero suena como algo maravilloso». A eso le podemos sumar el trauma del cantante al descubrir que desciende lejanamente de algún rey, algo que para él resultaba negativo, y tenemos un conjunto perfecto para atacar a la monarquía. También para volver a sorprendernos de lo conservador que se ha ido volviendo Mozz con los años.

También podría resultar una sorpresa ver a The Stone Roses dándolo todo contra Isabel II en su primer disco. Es cierto que, sobre manera, sus canciones trataban acerca del hecho de que eran unos mancunianos muy tirados y también sobre drogas, pero luego bien que se acordaban de una de las razones por las que su país no acababa de avanzar. Hay que recordar que habían crecido bajo el gobierno de la Thatcher, que había llegado al poder cuando el cantante y compositor de las letras del grupo tenía dieciséis años y duraría en el cargo hasta después de que se publicara el primer disco.

Allí se escondía Elizabeth My Dear, un pequeño tema, con la melodía de Scarborough Fair y una letra tan explícita como rompedora. «Descuartízame / y hierve mis huesos / no descansaré / hasta que haya perdido su trono / mi objetivo es puro / mi mensaje es claro / caen las cortinas para ti / Isabel, cariño mío». Esa es toda la letra, y no hace falta más. Corría el año 1989 y el mensaje estaba claro: acabar con la monarquía era la aspiración más elevada de todo británico de bien.

En 1992 se publicó unas de las últimas canciones que realmente se hicieron populares atacando a la monarquía. Era el último momento antes de la Cool Britannia y la vuelta de los valores tradicionales bajo la máscara del laborismo de la tercera vía que representó Tony Blair, el triunfo definitivo de Margaret Thatcher. Entonces, los Manic Street Preachers publicaron su primer disco con el maravilloso título de Generation Terrorists. Los galeses siempre han sido un ejemplo de cómo ser un grupo de izquierdas y decir las cosas claras. No iban a ser menos en su primer disco.

Repeat tenía dos versiones: una llamada UK y otra Stars and Stripes. La segunda estaba remezclada por The Bomb Squad, que trabajaban normalmente con Public Enemy. El resultado es otro ejemplo de sutileza, con frases como «repite después de mí / a la mierda la corona y el país». Estábamos, ya lo hemos dicho, en 1992. Luego llegarían otras épocas, otras sensibilidades. Pero el guitarrista de Manic Street Preachers demostró en 2018, cuando atacó a Damon Albarn o PJ Harvey por aceptar títulos de la nobleza británica, que algunos sí tienen memoria.

Con el paso de los años la crítica a la realeza británica fue desapareciendo de la música comercial, de los grupos que triunfaban en la escena. Algunos seguían haciéndola en persona, como Liam Gallagher, que dijo que habría que disparar a todos los miembros de la casa real, pero en las canciones la protesta se fue relajando. Como si las aguas debieran volver a su cauce, los jóvenes rebeldes se convirtieron de manera paulatina en adultos apegados a las tradiciones y sus seguidores no supieron o no pudieron coger el relevo, con unas discográficas y unos medios de distribución que controlan los procesos de difusión más que nunca.

Desde luego, tiene mucho de idealización pensar que la monarquía estaba tan denostada como algunas canciones demostraban; pero no es menos cierto que la desaparición de esas muestras de rebeldía habla de un escenario cultural que se ha vuelto complaciente con el poder. Incluso Reino Unido se ha ido convirtiendo en un entorno adormecido en el que la existencia de una familia real parece verse como algo normal y las críticas no pasan de una serie de Netflix como The Crown.

En España, por otra parte, las muestras de enfado con la casa real se han mantenido casi siempre en lo marginal, sin que pasen de los exabruptos de grupos como Def Con Dos o Ska-P, entre otros muchos. Desde luego, parece que aquí la radiofórmula siempre ha sabido controlar mejor que en Reino Unido las críticas a la monarquía, evitando que los grupos más contrarios al orden establecido pudieran colar letras que, en ocasiones, no eran ni la mitad de explícitas que las británicas entre la explosión del punk y la llegada del britpop.

Decía muy sabiamente Noel Gallagher que él nunca tendría que decir que no a un título nobiliario porque su propia vida hacía imposible que se lo ofrecieran. En ese mismo grupo estarían gente como su hermano, como Johnny Rotten, Ian Brown… También los hay que se negaron, con David Bowie y Paul Weller a la cabeza. Pero, por desgracia para todos nosotros, la inmensa mayoría de las estrellas del pop y el rock actual correrían a recibir cualquier muestra de afecto que les ofreciese la monarquía británica. Ya hemos comentado que allí han caído Damon Albarn o PJ Harvey, pero no nos olvidemos de que, al acudir a la llamada, se unieron a Paul McCartney, Ringo Star, Van Morrison, Elton John, Mick Jagger, Bono, Robert Plant, Jimmy Page, Eric Clapton, Mark Knopfler, Sting… hasta Ed Sheeran entró en el club con veintiséis años. Por cierto, John Lennon devolvió el título, pero lo había aceptado de primeras.

Si hay alguna institución que, por caduca y retrógrada, debiera verse como la enemiga del rock, esa debería ser la monarquía. Y así lo fue durante un tiempo, cuando en la recuperación de la energía original de la música popular urbana el punk explotó contra todo y descubrió que su enemigo era esa personificación del imperialismo y de los poderosos que es la monarquía. Luego todo se fue controlando, hasta el punto de que hoy en día cualquiera que cantara cosas la mitad de ofensivas que las que fueron número 1 en ventas en 1977 sería censurado por la propia sociedad, seguramente sin falta de que las cadenas entraran en liza. Tristemente a día de hoy si una canción llamada God Save the Queen apareciera en una radio, es muy posible que fuese una loa a la monarquía y no un ataque a la misma. Y en eso estamos.

Ismael Rodríguez Gómez
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