Del mundo de las órdenes secretas pasamos, esta semana, al de las sectas; organizaciones ambas que tienden a confundirse pero que, en realidad, no son lo mismo. De hecho, como señala Jordi Sánchez-Navarro en el especial dedicado al tema en Marea Nocturna, mientras que las primeras guardan con recelo la entrada de nuevos acólitos, las segundas se nutren de conseguir savia nueva. Por eso sufren la pérdida de seguidores como si se tratara de la amputación de un miembro corporal. Y por eso, una vez dentro, parecen marcar sus almas con sello indeleble. Porque, aunque acaben marchando, les pertenecen. Para siempre.
Esto es de lo que habla, precisamente, Martha Marcy May Marlene, cinta de Sean Dunking que cuenta las dificultades de una joven (Elisabeth Olsen) para recuperar la normalidad ante la alargada sombra que la secta que ha abandonado sigue proyectando sobre ella. Y la película lo hace, de hecho, dejando claro que el peaje a pagar pasa por la desubicación vital y, como ya se indica desde el propio título, la disociación de la personalidad. Porque puede que en la secta entrase una persona llamada Martha, pero de ella salió una chica que ya no es reconocible con ese nombre.
Bajo una dirección contemplativa y un guion evocador, Dunking dota de hechuras de autor a un thriller psicológico que, precisamente por su amaneramiento d’auteur, se queda en zona de nadie. En esa insípida medianía que, habitualmente, acompaña en el cine actual a las historias de género que no acaban de aceptar que lo son.
El resultado es una obra que funciona de inicio como estilizado complemento audiovisual de Las chicas de Emma Cline y como una interesante vuelta de tuerca al home invasion, pero que con el paso del metraje, claramente alargado y, aun así, por momentos narrativamente torpe (especialmente la reacción de la hermana y el cuñado de Martha), se va quedando sin fuelle ante el agotamiento del que, sin duda, es su gran logro: conseguir que el perturbador desequilibrio de la protagonista contagie al espectador.
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