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Cinefórum CXVII: La jaula de oro

Desde los albores de la humanidad, los movimientos migratorios han estado a la orden del día. Ya fuera para buscar mejores asentamientos, zonas más fértiles para los cultivos o huyendo de adversidades, los humanos han estado siempre en permanente movimiento. Hoy en día, esa búsqueda de un futuro mejor se ha convertido para cientos de miles de personas en diferentes partes del planeta en una odisea de consecuencias, demasiadas veces, trágicas. Los intentos por limitar este fenómeno en numerosos lugares a través del endurecimiento de fronteras y con estrategias crueles, cortoplacistas y poco constructivas, fomentan que los migrantes se muevan a menudo en una clandestinidad que hace las veces de coto de pesca para organizaciones criminales de diferente ámbito.

La semana pasada veíamos en el ciclo, ciertamente en otro tono, a un Bansky que se movía como pez en el agua en ese mundo clandestino que no hacía sino atizar la visibilidad de un mensaje artístico de marcada denuncia social. En esta ocasión Diego Quemada-Díez va más allá de la mera denuncia para coger al espectador por las solapas y sacudirlo con una dosis de cruda realidad, sazonada con un toque de profunda reflexión acerca de las aspiraciones humanas.

La jaula de oro narra el periplo de cuatro adolescentes guatemaltecos que buscan en Estados Unidos la tierra prometida que les permita encontrar un trabajo y una vida mejor. Por el camino, lo que les podía quedar de tierna inocencia se verá pisoteado por una amarga realidad que apenas les dejará un momento de respiro en el que vislumbrar resquicios de solidaridad y amistad.

Personificando arquetipos bien diferenciados, cada personaje hará frente a sus propios miedos y a los obstáculos propios de su condición, ya sea la de la joven de feminidad camuflada; la del muchacho resuelto y competitivo, pero cargado de inseguridades; o la del retraído personaje de ascendencia indígena que sufrirá el racismo ya desde la misma salida.

Otro personaje importante de este relato es la Bestia, la red de enormes ferrocarriles de carga que cruza México de sur a norte y que constituye una de las principales vías de comunicación para los migrantes. Una bestia innombrable cargada de esperanzas, pero que va dejando a su paso un reguero de sueños y vidas rotas. Quemada-Díez nos muestra una película veraz, casi un documental, un relato carente de heroísmos hollywoodienses, falto de épicos rescates y de elegíacas y memorables muertes; una huida hacia adelante donde dejar a alguien atrás es apenas la única opción de supervivencia.

Ciertamente, el punto fuerte de esta película es la invitación a la reflexión y al debate. Se abren cuestiones como la idoneidad que supone el negocio del tráfico de personas y de drogas para los países fronterizos, en este caso México y Estados Unidos; o como la auspiciada crueldad impune con que los viajeros pueden ser tratados a ambos lados de la frontera, ya sea a manos de redes de proxenetismo, como mulos de carga de los cárteles del narcotráfico o como blanco de francotiradores despiadados.

Tristemente oportuna resulta esta película, que aun siendo una producción mexicana de 2013, está nuevamente de rabiosa actualidad debido a la caravana de hondureños que han atravesado el mismo camino que nuestros protagonistas, envueltos en la polémica y con la incertidumbre ante lo que se encontrarán en el muro estadounidense.

Quemada-Díez invita en último término a una reflexión más profunda, si cabe, acerca de las aspiraciones humanas y las posibilidades de libertad de pensamiento y realización que poseemos en un mundo global sumergido en un maremágnum de intereses económicos.

Desde una perspectiva algo más alejada, esta cinta nos ofrece dos relatos: por un lado el del viaje de los cuatro protagonistas y sus devenires; por otro, el del protagonista principal, que personificando esa suerte de conciencia colectiva contemporánea, ya incrustada en nuestras cabezas desde los albores industriales del siglo XIX, educa y aliena para ser anónimos peones individuales de un sistema que no alcanzamos a entender. Para que seamos minúsculos engranajes de una maquinaria que no somos capaces de controlar. Una conciencia en la cual las aspiraciones son condicionadas, conducidas y limitadas desde arriba por personas y entidades en la sombra, que al igual que en el mito de la caverna de Platón, manejan, desde un plano superior y con argucias, imágenes proyectadas contra una pared con el objeto de mantenernos atrapados, obnubilados, encadenados en un mundo irreal, en una mazmorra dorada. En una jaula de oro.

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