Libros censurados en la guerra – 15 de febrero
Las escuelas de Florida están retirando decenas de libros de sus bibliotecas. En el condado de San Juan, ya no se puede encontrar la versión en cómic de El cuento de la criada, de Margaret Atwood. De la misma autora, está pendiente el destino de Oryx y Crake, otra novela distópica en la que Atwood hace sátira sobre una ciencia sin escrúpulos. En el primer caso, no gusta lo que algunos ojos píos consideran pornografía. En el segundo, no se sabe. Colegios e institutos temen que el peso de la ley caiga sobre ellos por el delito de adoctrinamiento.
En la pequeña San Agustín, el primer asentamiento que fundó el explorador Pedro Menéndez de Avilés, han retenido Ojos azules, de Toni Morrison, premio Nobel de Literatura. Una madre se quejó al consejo escolar de que había demasiadas escenas con crímenes, incluida una violación. «Nuestras escuelas no pueden ser campos de adoctrinamiento marxista», dice una votante del gobernador de Florida, autor de la norma que proscribe literatura y da poder a madres y padres para hacerlo. El veto parental es una forma de la libertad.
El gobernador de Florida es el republicano Ron DeSantis. Según él, «no se puede permitir que los políticos nieguen a los padres el derecho a saber lo que se enseña en nuestras escuelas». Para la escritora y pedagoga Francine Prose se trata, sin embargo, de censurar debates sobre racismo, sexualidad y desigualdad. Y con la excusa de limitar lo woke, la ideología posmoderna y liberal, quedaría desterrada la realidad racista, sexista y clasista del país. DeSantis aspira a ser presidente de Estados Unidos al frente de esta guerra cultural. Su rival republicano es Donald Trump.
En revisión, en cuarentena: la censura en Florida rima con el lenguaje de pandemia, léxico de un estado de excepción convertido en permanente que describe una nación en guerra desde la guardería. «Vive el presente, es todo lo que tienes», se decía la criada en el cuento de Atwood. «Los libros son un arma tanto para atacar como para defenderse», afirma Oleksandra Koval, directora del Instituto del Libro de Ucrania, que quiere retirar más de cien millones de volúmenes de autores rusos de las bibliotecas. La mitad de las estanterías de Kiev quedarían vacías, pero la patria estaría a salvo.
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