Ejércitos privados para la guerra global – 19 de abril
Un ejército privado está a punto de ganar una de las grandes batallas de la guerra de Ucrania. Private Military Company Wagner lleva semanas avanzando sobre la ciudad de Bajmut. Ya controla el ochenta por ciento e la localidad que el gobierno ucraniano quiso convertir en su Estalingrado. El dueño de Wagner, Yevgueni Prigozhin, hace vídeos y publica en Telegram: es una estrella de la muerte. El éxito de Wagner llega a molestar a los generales rusos, que han enviado a sus mejores unidades a Bajmut para obligar a los mercenarios a compartir la gloria de las ruinas. Pero Prigozhin y sus uniformados mercenarios y presidiarios ya no quieren volver a ser un ejército de sombras.
Los ejércitos privados existen desde hace siglos. El ruso Wagner no es ni siquiera el más numeroso, aunque sí el de más fama: su dueño es amigo de Putin y lo han contratado en Siria, Libia, República Centroafricana o Malí. Y lo acusan de estar en Sudán. Lo señalan los mismos que trataron de moldear África con mercenarios: los soldados de fortuna británicos, franceses, estadounidenses o sudafricanos fueron quienes practicaron la guerra sucia contra la descolonización en el siglo XX. No tuvieron piedad de los pueblos que querían ser libres y hoy les reprochan que busquen amparo bajo otras banderas.
El emblema de Wagner es una calavera. El de G4S, la empresa militar privada más grande del mundo, parece el logo de un banco. Cotiza en Bolsa: tiene sede en Sussex, Reino Unido, y sus 618.000 empleados operan en 125 países: gestionan cárceles, expulsan inmigrantes o vigilan estadios de fútbol. O participan en las guerras imperiales. Irak y Afganistán fueron el abono de las grandes empresas estadounidenses de seguridad: el shock de los ataúdes de los soldados justificó la privatización de la guerra con empresas como Blackwater: llegó a tener más hombres desplegados que el propio Ejército. El gran capital también fue seducido: los mercenarios han espiado para Chevron, Amazon y The Walt Disney Company.
Hollywood está rehabilitando al mercenario. El Mandalorian es un soldado de fortuna, pero al luchar junto al Bien se le exime de pecado. En las viejas Guerras de las Galaxias, los mercenarios eran del Mal: Boba Fett servía al Lado Oscuro en los años ochenta, cuando al Imperio, o sea, a la URSS, se la combatía con freedom-fighters. Aquella resistencia terminó volviéndose contra la mano que le daba de comer: derribando las Torres Gemelas, reventando trenes en Atocha, y ametrallando al rock en Bataclan. La lealtad de los ejércitos privados no es más sólida: por eso mantienen sus cuchillos afilados para, previo pago, darnos a todos nuestro merecido.
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