Antiterrorismo contra la disidencia – 26 de abril
En Londres han detenido a un editor de libros francés por protestar contra Macron. Ernest Moret, de Editions de la Fabrique, ya perdió el tren en París porque la policía le paró en la Gare du Nord. Después, en Saint Pancrass, los británicos le estaban esperando: le interrogaron por sus posiciones políticas, por la reforma de las pensiones y hasta por el Covid. Luego le pidieron las claves de su ordenador portátil y de su móvil. Moret se negó a dárselos. Le arrestaron inmediatamente por obstrucción en aplicación de la ley antiterrorista. El editor pasó la noche en el calabozo.
En Francia sospechan que al editor le han detenido a petición de París, le cuentan sus abogados al periodista Enric Bonet: «es una detención arbitraria para generar miedo», asegura su letrada, que recuerda que Moret no tenía ninguna causa pendiente, tampoco en el Reino Unido. Pero el gobierno francés ya ha hablado expresamente de que quiere combatir lo que llama «terrorismo intelectual de extrema izquierda». Son palabras del ministro del Interior, antiguo hombre fuerte de Sarzoky. El macronismo, ni de izquierdas ni de derechas, sí celebra la ideología de la porra y el uniforme.
Al otro lado del Canal las leyes antiterroristas fueron aprobadas por Tony Blair, enterrador de ideologías en una tercera vía olvidada. Amnistía Internacional lleva años cuestionando esas leyes: «El peligro radica en que una persona puede acabar siendo procesada por razones políticas por el ejercicio legítimo de derechos consagrados en el derecho internacional», dice la ONG. La norma ha castigado a árabes y musulmanes, y se ha utilizado para perseguir a los periodistas que publicaron las denuncias de Edward Snowden: desvelar el espionaje global de EEUU también podía ser terrorismo.
El mejor y el peor de los tiempos, edad de sabiduría y locura, decía Dickens del año de la revolución francesa: tiempos de luz y tinieblas. Las dos ciudades eran Londres y París, por donde transcurre su novela de amoríos y entregas absolutas en una Francia que se quitaba el antiguo régimen de encima a golpe de guillotina mientras en la imperial Inglaterra observaban con distancia y espanto. La revolución fue el fantasma que siguieron cabalgando Marx y Engels. Encontraron cobijo junto al Támesis mientras la vieja Europa quería darles caza. Hoy no habrían pasado del funcionario de aduanas.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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