Terrikones, carbón y la rutina del misil – 22 de febrero
El horizonte del Dombás está punteado por el terrikón. Los terrikones son enormes moles de residuo, montañas artificiales con lo que sobra de las minas de la región con el subsuelo más rico de Ucrania. Zaporiya, Dnipro y Jersón tienen trigo y otros granos para alimentar a una parte del mundo, pero los territorios del este, Donetsk y Luhansk, sacan su riqueza de debajo de la tierra. Carbón, sobre todo, y también metales raros. Rusia ocupa hoy casi todo ese terreno. A Moscú le sobran esas riquezas pero su presencia equivale a la ausencia de Estados Unidos, Reino Unido o Alemania. La minería también estudia geopolítica.
En los años setenta y ochenta del siglo XX, los ingenieros y técnicos de las minas asturianas de carbón visitaban el Dombás para conocer los sistemas soviéticos de extracción de mineral. La entonces República Socialista de Ucrania era un modelo para la industria pública española que todavía no sabía que el capitalismo neoliberal supondría su extinción. La libertad siempre tiene un precio. El Dombás paga por sus riquezas subterráneas y su ubicación mirando al mar Negro. Negra es la franja de la bandera que se inventaron en la república secesionista: por el mar, por el mineral, y azul y roja por la Rusia que les prometía lo que Ucrania no les daba. Por esa bandera se quema la vida.
El humo también nubla el horizonte del este de Ucrania. A veces es negro y denso de los depósitos de combustible, otras veces blanco y fino, de un vehículo, un edificio, unas vidas que ya no son. La guerra del Dombás cumple diez años y su fuego se ha extendido por toda Ucrania. En Kramatorsk, en el corazón de esta tierra, las vías de los trenes se cruzan como las trayectorias de los misiles: regulares, puntuales. En el supermercado, a punto de cerrar por el toque de queda, se escuchan los impactos de dos proyectiles y todas las estanterías tiemblan. La cajera no se inmuta. ¿Con tarjeta o en efectivo? Hasta la guerra balística se convierte en rutina.
En Kramatorsk hay restaurante de sushi. Hasta hace unos meses había una gran pizzería, pero un Iskander ruso acabó con ella y con la vida de once personas. Dima, nacido en Donetsk, sobrevivió al ataque. Tuvo suerte porque se sentó junto a una columna, que le protegió de la honda expansiva. Sintió la explosión no como un trueno sino como un volcán, no como algo que cae del cielo sino como un rugido que viene de las entrañas de la tierra. Lo primero pensó al abrir los ojos y comprobar que no estaba ciego fue en su coche. Quería saber que estaba bien, que podía pisar el acelerador y salir huyendo lo más lejos posible.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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