Delgada línea azul – 25 de abril
Los cascos azules miran al horizonte, y una ametralladora dispara. No se ve el lugar de origen del fuego, ni a dónde apunta. Nadie grita pidiendo ayuda. No hay muertos ni heridos. Los soldados no se inmutan. Las tropas españolas de la ONU en el sur del Líbano están acostumbradas a este tipo de episodios. Frente a la posición 4.28 está el pueblo de Ghajar, partido en dos pero bajo la única autoridad de Israel. Es la fuerza ocupante de esta población mitad siria, mitad libanesa. Los soldados israelíes disparan sus armas ligeras para alejar a jornaleros o a cualquier sombra humana que se acerque. Los altos del Golán dan sombra al valle. Los árboles marcan la frontera.
En la posición 4.28 murió el cabo Francisco Javier Soria en 2015. Un mortero israelí alcanzó su torreta y lo mató. Hay un vídeo colgado en youtube que registra el momento. «Están cayendo dentro de Israel», dice un sargento, antes de que los israelíes disparen contra la posición de la ONU. Hoy los cascos azules niegan ser objetivo de ninguna de las partes, aunque en los últimos meses ha habido incidentes a lo largo de la línea de demarcación que han dejado varios heridos. «Si hay aviso de bombardeo, nos metemos en el búnker, aguantamos como una familia», explica el capitán Alonso. En la posición recuerdan a sus muertos: homenaje y testimonio del peligro.
Las fuerzas de interposición de la ONU en el sur del Líbano no están para disparar a nadie. No paran a lo largo de la llamada Blue Line cuando circulan con sus vehículos. Sus emplazamientos estáticos son las posiciones. En la zona de la 9.64, la más al sur de todo el despliegue español, la línea la marcan unos bidones azules: blue barrells, uno arriba y otro abajo, llenos de cemento, conectados por una barra. Líbano, Israel y la ONU han logrado consensuar su emplazamiento. Israel ha llegado a enviar un tanque para marcar presencia: un carro de combate para defender un bidón. La tierra, sin embargo, es rica: sandías, granadas, naranjas… La guerra nunca se hace por nada.
Los campos del sur del Líbano son menos lustrosos que los del norte de Israel, alineados y cultivados hasta el último metro conquistado. Las tierras libanesas, sin embargo, cuentan con una mano de obra barata y abundante: la de los refugiados sirios que malviven en tiendas de plástico. Los hijos de los refugiados salen al paso de las patrullas para pedir agua. Son decenas, con escuela, si hay suerte. Cerca de sus alojamientos que fueron de emergencia, a veces caen las bombas israelíes. O dispara Hezbollah uno de sus cohetes. Los refugiados huyeron de la Siria en llamas y han acabado de esclavos en esta guerra en el nacimiento del río Jordán. Aquí bautiza el fuego.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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