Grandeza y tragedia de los barcos
«(…) siempre el mar, como la maldita circunstancia (…)», Leonardo Padura, Paisaje de otoño.
Agua, agua por todas partes, fronteras de sal, las velas entre las olas como ropa tendida al viento, toda la luz es una tierra de paso. Nuevos mundos a la vista en el sueño de los exploradores, islas y piratas en el ocaso de los trópicos… Hay barcos tocados con el brillo de las estrellas y otros marcados por la señal de la tragedia, como el Ariel de Percy B. Shelley o el malogrado Titanic. Otras naves cobraron vida y fama en las páginas de los libros (el ballenero Pequod de Moby Dick, el navío HMS Surprise de Capitán de mar y guerra, el Patna de Lord Jim –Conrad fue un experimentado marino-, y sobre todo, la Hispaniola de La isla del tesoro). Los barcos siempre han tenido algo de heroico, incluso los más pomposos y excesivos se ven expuestos a implacables vientos, tormentas, afiladas rocas e impensados glaciares, convirtiéndolos en valientes viajeros. Las largos periplos, dificultades, tiranías y los límites de la conducta humana mutable y violenta propician motines que bien hemos conocido por crónicas, novelas y películas. Incluso las pequeñas travesías han inspirado a grandes poetas, como Walt Whitman, que le dedicó su poema Crossing Brooklyn Ferry a uno de sus recorridos entre Manhattan y Brooklyn1:
«[…] Others will enter the gates of the ferry and cross from shore to shore, Others will watch the run of the flood-tide,
Others will see the shipping of Manhattan north and west, and the heights of Brooklyn
to the south and east,
Others will see the islands large and small;
Fifty years hence, others will see them as they cross, the sun half an hour high,
A hundred years hence, or ever so many hundred years hence, others will see them,
Will enjoy the sunset, the pouring-in of the flood-tide, the falling-back to the sea of the ebb- tide»2.
A la grandeza y tragedia de los barcos ha dedicado el maestro Mauricio Wiesenthal su último libro, Las reinas del mar. Memorias de una vida aventurera, publicado por la editorial Acantilado. En él rescata recuerdos, historias y amores en una deliciosa narración que nos traslada sutilmente, como el aroma de un perfume de rosas, a la era dorada de los transatlánticos y las grandes navieras como Cunard y White Star. Viajes de una elegancia y sofisticación tal que tal parecen sacados de un sueño. Nombres que evocan la majestad de espléndidos escenarios (Queen Mary, Queen Elisabeth) o míticas reminiscencias: Lusitania, Aquitania, Imperator, Olympic, Titanic… Recuerda el escritor cómo el cielo se adornaba con los ondeantes pañuelos que despedían a los pasajeros desde la orilla y el carmín coloreaba los besos robados en cubierta, la belleza de sus portes con las altas y humeantes chimeneas. Días de competiciones por ser el más rápido, el más ostentoso, el más colosal de los gigantes de hierro y acero que surcaban los océanos.
Pero el hado, desafiante e imprevisible, también sumergió muchos de estos prodigios sin que ningún mortal, por gran ingeniero o diseñador que fuese, pudiera impedir el embate del drama. El fastuoso Normandie, un auténtico palacio flotante en el que viajaron Hemingway, Irving Berlin o Noël Coward, entre otros, fue presa de un incendio que apagó su resplandor para siempre. El mejor conocido, el Titanic, se ahogó sin remedio ante el estupor de sus contemporáneos y de las generaciones venideras. Curiosamente un libro pareció presagiar el funesto episodio: Futilidad o el naufragio del Titán, de Morgan Robertson (publicado en español recientemente por Nórdica) narra con espeluznante similitud el viaje y hundimiento de un buque imponente y lujoso que durante la travesía choca con un iceberg. Robertson, que había sido marino, publica el libro catorce años antes del naufragio del auténtico Titanic.
Por las páginas de Wiesenthal corre el champán y la poesía de una escritura tan rica en anécdotas y personajes como dulcemente envolvente. «Cuando evoco los mejores días de mi juventud me veo a bordo de un barco», dice el autor en el primer capítulo del libro. El amor por el amor, el viaje y la aventura nos guía de principio a fin para deleitarnos con exquisito placer durante toda su lectura. Mauricio conoce muy bien el mar. Nació en Barcelona, recaló de niño en Cádiz, durmió acompañado de relatos de Salgari, Stevenson y Julio Verne, ha viajado incansablemente (fue cantante en multitud de cruceros y doy fe de su magnífica voz), apasionadamente. En esas navegaciones (dice él textualmente) encontró el espíritu de luz y de libertad que es, para él, el único destino de la vida.
Su pasión es contagiosa cuando se le lee, cuando se le escucha. Me vienen a la imaginación maravillosos destinos y puertos, exóticos lugares, músicas inolvidables. Rememoro tras leerlo aquellos otros barcos de románticos poetas, el ya citado Ariel, el espíritu mágico de La Tempestad de Shakespeare que hizo por desgracia de su título una fatal realidad, o el Bolívar, la embarcación de Byron; los navíos de los cuadros de Turner, de Friedrich, la balsa de Gèricaux, la serenidad de los de Monet. Evoco todos los barcos con sus glorias y desdichas, con el fulgor pasajero de sus luces en la noche.
Bailo en sus magníficos salones con orquestas boreales. Recorro el mundo y su inmensa geografía de su mano. Rememoro mi hermoso encuentro con Mauricio (aquella vez fue en tierra firme para que nos hablara sobre Lugares y maestros del “Esprit” europeo, en un encuentro organizado por Entelequia Cultura), enérgico, sensible, elegante, sabio, generoso, divertido, ahora al timón de este precioso libro en el que os invito a embarcaros y dejaros llevar entre el destello cristalino de sus aguas.
Capitán, sigue navegando.
1 La puesta en funcionamiento del primer ferri, el Nassau, que conectaba Brooklyn con Manhattan se realizó en 1814 (el famoso puente del mismo nombre no se inauguró hasta 1883).
2 Otros entrarán por las puertas del ferry y cruzarán de orilla a orilla, | Otros observarán el correr de la creciente marea, | Otros verán el transitar de barcos de Manhattan al norte y al oeste, y las alturas de Brooklyn* al sur y al este, | Otros verán las islas grandes y pequeñas;| Dentro de cincuenta años, otros los verán cruzar, con el sol a media hora de alto*,| Dentro de cien años, o de tantos cientos de años, otros los verán, | Disfrutarán de la puesta del sol, el desborde de la marea alta, el regreso al mar del agua en retirada.
*Traducción y nota de la autora: the heights of Brooklyn, zona de Brooklyn denominada Brooklyn Heights, nombre de origen nativo que hace referencia a un lugar elevado. El sol a media hora de alto hace referencia a la posición en la que se encuentra el astro en el cielo media hora antes de ponerse, momento del poema de Whitman en la travesía.
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