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El día que Max Linder habló de la guerra

Max Linder pudo ser la primera estrella del cine mundial. Era el cómico más popular de la Francia anterior a la Gran Guerra y el propio Chaplin llegó a reconocer su influencia, aunque terminara «olvidándola». También es una de las figuras más desconocidas de aquella época. Pero no solo fue un pionero del arte cinematográfico, además fue un soldado.

Recientemente, se ha producido un documental titulado El misterio del rey del cinema, dirigido por Elio Quiroga. Se trata de un recorrido por la carrera de Max Linder de la mano de su hija, Maud Linder, que busca aportar algo de luz sobre este artista.

En el transcurso de la cinta se leen varios textos de la época, algunos referidos a sus actividades meramente artísticas, otros dedicados a su vida alejada de los escenarios. Entre estos últimos destacan con fuerza aquellos en los que el propio Max pone voz a sus experiencias durante la Primera Guerra Mundial, en la que participó.

En el futuro habrá, sin duda, tiempo para recuperar la memoria artística de Max Linder, pero hoy queremos recuperar de su mano el testimonio de una de las mayores guerras nunca vistas. Aunque haga ya más de cien años de su inicio, palabras como las de Linder siguen siendo estremecedoras, testimonios de una contienda que ya vive solamente en nuestra memoria colectiva.

Lo que sigue es la traducción de una entrevista publicada en el número de febrero-marzo de 1917 en el Motion Picture Magazine. Debemos advertir que se ha roto la disposición original de los párrafos, puesto que en el texto original había saltos de línea tras prácticamente cada frase, lo que habría hecho la lectura aún más farragosa. Esperamos que se nos perdone esta licencia.


¡Max Linder regresa!

Por Clement F. Chandler

Max Linder ha regresado, está de vuelta desde los años en los que solíamos reírnos con sus absurdas gracias en la pantalla; está de vuelta desde la sombra de la muerte en la línea de fuego. Hubo un tiempo en el que Max era el espíritu del espectáculo. Lo recordaréis actuando en Max Toreador, Max and His Mother-in-Law, Max’s Double y, por último, en Too Much Mustard.

Entonces llegó el silencio. No el silencio del cine, sino el de la nada. Max había desparecido.

¿Dónde estaba?

Durante un tiempo nadie lo sabía. Fue entonces cuando nos llegaron noticias desde Francia que decían que M. Linder había ofrecido su coche de gran cilindrada, y su vida, al servicio de su país.

Esto debía ser lo último que oyésemos de Max, porque nos llegó la noticia de su muerte.

Pero Max negó indignado que estuviera muerto, o retirado. Fue herido, es verdad, le dispararon a través del pulmón. Fue mientras se encontraba convaleciente en el hospital militar de Contrexville cuando George K. Spoor, presidente de la Essanay, le localizó y negoció con él para traerle a América y devolverle a la pantalla.

Max ha vuelto. Cruzó remilgadamente el primer piso de los estudios de la Essanay, en Chicago, llevando su última levita parisina, su sombrero de seda y su bastón.

Era el mismo Max, con los pies tan pequeños como los de una dama. Max, el Dandy, el superseductor.

Hizo girar sus grandes y flirteantes ojos como siempre; apretó sus labios y le dio una palmada a una hermosa rubia, pero no donde os esperaríais.

Sin embargo, había una diferencia; un algo que no estaba allí antes. Había una dignidad que mostraba una experiencia enriquecedora, una visión más amplia, un conocimiento más íntimo de la vida, de las cosas que conforman la tragedia y la comedia.

«En un momento, monsieur», me dijo con su inglés atropellado; «necesitaré la ayuda de mi intérprete.»

«Sí, monsieur; aquí estoy de vuelta. Estoy más triste pero, creo, seré más capaz de hacer que otros rían.»

Max Linder 02«Es una terrible experiencia la que he tenido que sufrir. He visto a hombres padecer; he visto a hombres morir; yo mismo he estado cerca de la muerte. ¿Pensaría usted, monsieur, que esta experiencia también acabaría con mi propia risa? Se equivoca. Me ha hecho infinitamente triste, pero también me ha enseñado a reír.»

«Hay un secreto de la risa que he aprendido de esta experiencia: la cercanía de la risa y la tragedia.»

«Los soldados, monsieur, aprenden a reír. Los horrores del campo de batalla son terribles. Es algo abominable. Pensar en ello vuelve locos a los hombres. Así que aprendemos a reír, para tomarnos las cosas como algo que debe suceder. Si morimos, es así como tiene que ser; si vivimos, estamos agradecidos. Reímos, lloramos sobre el camarada muerto, nos alegramos por aquellos que están vivos. Así es, la risa y las lágrimas se entrelazan juntas.»

«Cada día es una nueva vida. El hombre en las trincheras vive día a día. Se fuma su pipa o su cigarrillo, o aguanta sin hacerlo; se come sus raciones, o aguanta sin hacerlo; hace su trabajo; se entretiene lo mejor que puede; hace chistes; se ríe; cala bayoneta y carga hacia la boca del cañón, y muere. Todo es lo mismo. Es su vida.»

«Ah, monsieur, cuando sujetas la mano de un camarada moribundo, entonces conoces la sombría tragedia de la vida. Esta gran tristeza es la que ha hecho que desee llevar más felicidad al mundo. Quiero hacer que la gente se ría como nunca antes lo ha hecho.»

«Esta experiencia ha añadido un nuevo elemento a mi comedia; me ha enseñado a inyectar un humor extravagante a la tragedia, a llevar la risa hasta la orilla de las lágrimas.»

«Es el contraste, monsieur, el rápido cambio de la tristeza a la felicidad. Ese es el humor en el mayor sentido; eso es la risa. Están muy relacionadas, las lágrimas y las sonrisas. Yo… yo prefiero la comedia sutil, el toque artístico, pero sería un error decir que no uso el slapstick. No hago que sea el objetivo, no lo fuerzo, pero lo empleo cuando llega de manera natural. En el slapstick debe haber una acción repentina, un rápido cambio de los eventos, algo inesperado, para poder conseguir la risa. Debe rozar lo ridículo.»

«Puede usted fumar, monsieur; disfruto el olor de un cigarrillo. ¡Pero yo! Yo no puedo fumar nunca más, la herida de mi pulmón, monsieur. El doctor me ha dicho que nunca vuelva a tocar un cigarrillo. Es algo duro, pero necesario.»

«Además, puedo comer muy pocas cosas. ¡Bah! El médico descubrió todas las cosas que me gustaba comer y entonces las tachó de la lista. Como mayormente sopas. No me gustan, estas sopas.»

«Sí, he estado en los escenarios. Empecé en los escenarios. Pero la comedia de escenario y la comedia de la pantalla son totalmente diferentes. Uno debe pensar más para poder tener éxito en la pantalla. En el escenario, uno depende de la apariencia física, de la voz, de la astucia y del ingenio de la obra, además de la personalidad. En la pantalla, solo tienes tu propia acción, tu propia habilidad para expresar un pensamiento o una emoción.»

«Pero me resultó muy difícil llegar a los escenarios. Mis padres eran personas del espectáculo, y a pesar de ello no querían que actuase. A los doce años se me envió a una escuela en Burdeos, donde nací, para que fuese un artista. No me gustó el trabajo. No tenía interés por el pincel, así que se me envío a un conservatorio de música. Pero no quería estudiar música. Quería ser actor.»

«Yo era un chico travieso. Hacía como que iba al colegio de música, pero en su lugar acudía a la escuela de arte dramático. Al final del año gané el primer premio. ¡Ah! Cómo se diría… ¿Se descubrió el pastel? Si hubiese sido más bajito, mi padre me hubiese dado unos azotes. En su lugar, me dio permiso para seguir con mis estudios.»

«A los diecinueve años estaba enrolado para actuar en el Classic Theater. Actué en Cyrano de Bergerac y en Le Romanesque. Entonces me fui a París, donde estuve en los escenarios durante varios años. Después, giré por Europa.»

«Me empecé a interesar por el cine silente y, mientras seguía en los escenarios, dedicaba parte de mi tiempo a este interés. A los veintisiete años dejé los escenarios definitivamente para trabajar en el cine. Más tarde establecí mi propio cine en el veinticuatro del Boulevar Poissonière. Ahora estoy construyendo un hermoso cine allí. Las películas que realice en América se proyectarán allí.»

«Entonces llegó la guerra. Ofrecí mi coche y mis servicios al ministro de guerra. Me encargué de llevar despachos al frente. No, no fui un oficial, monsieur. Era un soldado. El hombre que tiene experiencia militar debe ser el oficial y así sucede. Nosotros estábamos orgullos de servir como soldados.»

«Llevé muchos despachos. Qué decían y a quién iban dirigidos no puedo decirlo. Esos son secretos militares, monsieur. Puedo contar que una noche, a apenas veinticinco millas de París, hubo un disparo en la oscuridad cuando avanzaba a cincuenta millas por hora sin las luces encendidas. Estaba más allá de las trincheras y me dirigía hacia un destacamento de reconocimiento que estaba avanzando. El soldado a mi lado se deslizó hacia delante por su asiento. Sus hombros temblaron, y se quedó quieto. No pude quitar las manos del volante, monsieur, para comprobar si estaba vivo o muerto. Los despachos deben entregarse.»

«Sacamos a mi camarada del vehículo, muerto, monsieur. Hicimos un agujero con palos y nuestras propias manos y lo enterramos allí. Es la fortuna de un soldado, monsieur.»

«Estaba conduciendo a través de Vailly Soissons con unos despachos importantes. Nunca fueron entregados. Un proyectil cayó a unos cien pies frente a mi coche y atravesó la carretera. Me detuve al borde de una grieta de unos diez pies de profundidad. Me arrastré fuera de mi coche y me escondí tras un muro. Cayó otro proyectil. Impactó justo detrás de mi vehículo, y lo redujo a átomos.»

«Un destacamento de reconocimiento se acercó. Mi camarada y yo, porque siempre hay dos con la esperanza de que al menos uno consiga llegar al objetivo, corrimos al arroyo, que estaba a unas doscientas yardas. Nos metimos en el agua hasta el cuello. Allí nos quedamos mientras nos buscaban. Cruzaron el puente. Estaba oscuro. No nos vieron.»

«Por la mañana nuestros propios soldados llegaron, y el destacamento enemigo se retiró. Me llevaron de vuelta a París. Estaba enfermo. Estaba muy enfermo, monsieur. Había cogido una neumonía debido a las horas sumergido en la fría agua. Estuve ingresado en el hospital durante semanas.»

Max Linder 04«Cuando estuve preparado para volver al servicio se me asignó al Decimotercer Regimiento por orden del general Gallieni. Estaba en la artillería ligera. Los cañones están montados en vehículos a motor, que cargan delante de los soldados a pie. Abren el camino a las bayonetas después de que los grandes cañones hayan hecho su trabajo.»

«¿Las cargas? Son terribles, pero también inspiradoras, monsieur. Todos estábamos excitados. Nosotros cargábamos como locos, sin preocuparnos de si viviríamos o moriríamos.»

«Pero podíamos reírnos, monsieur. Era necesario reírse para liberar la tensión. Era tan necesario como lo es para los ocupados habitantes de América que ríen para aliviar el estrés de las obligaciones laborales. Eso es por lo que van al cine.»

«Nos reímos cuando un cuervo en los campos fue rechazado por su pareja. Nuestros camaradas estaban muriendo. Nosotros seríamos los siguientes, pero nos reímos. Fue necesario, como ya he dicho, monsieur. No nos reíamos porque hubiese ninguna comicidad en la situación. Todo era muy serio. Sentimos el terrible caos. Pero nuestros nervios debían aliviarse, o acabaríamos locos.»

«Llegó mi turno. Fue en la batalla de Aisne. Una bala pasó a través de mi pulmón. Me desmoroné desde el camión. No supe nada más. Unas horas más tarde fui recogido y se me envió al hospital. Pasaron meses antes de que pudiera reincorporarme al servicio.»

«Estaba demasiado debilitado para el servicio de artillería, así que se me asignó a un escuadrón de aeroplanos. Pero no podía volar muy alto, monsieur. Una vez tuve que subir a gran altitud. El cambio de presión en el aire afectó a mi pulmón.»

«Una noche once de los miembros del escuadrón recibieron la orden de salir en una misión. Yo era uno de ellos, pero el cirujano del ejército me ordenó que no fuese. Esa es la razón de que esté aquí hoy, monsieur. El resto nunca volvió. Lo que les sucedió no lo sabe nadie. Nunca se ha vuelto a saber de ellos, de mis bravos camaradas.»

«Se me envió de vuelta al hospital de Contrexville, y fue allí donde se me pidió que viniese a América.»

«Fue un momento de inspiración. Había visto todos los pesares del mundo. «Ahora trataré de llevar más alegría al mundo», dije. Así que acepté venir a América. Y aquí estoy, monsieur. Nunca antes he estado en América. Pero estoy de vuelta a la gran pantalla, trabajando para que la gente se ría, monsieur. Espero tener éxito. Solía hacer esto. Creo que estoy más capacitado ahora. Todo es como tiene que ser, monsieur. He tenido mis penas, ahora reiré con mi audiencia.»

Traducción: Ismael Rodríguez Gómez

Ismael Rodríguez Gómez
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