¿En qué falló el Che Guevara?
A veces, la misma idea de fondo se viste con ropajes diversos, en función del tiempo y el lugar. Eso hace posible que el caballero andante, al estilo de don Quijote, pueda aparecer vestido de verde oliva, con fusil y boina calada. Pero, más allá del mito, más allá de las hagiografías destinadas al consumo de los ya convencidos, ¿quién fue Ernesto Che Guevara? La respuesta es compleja. Máquina de matar para unos, especie de nuevo Cristo para otros, resulta obvio que no deja a nadie indiferente.
El observador, por un lado, se siente atraído por su espíritu aventurero, su decisión de darlo todo, incluso la vida, por sus ideas; pero por otra parte no puede evitar ponerse en guardia ante tanto puritanismo ideológico. Y es que el Che lo es todo menos sutil. Ve la vida en blanco y negro, convencido de que los términos medios no son otra cosa que la antesala de la traición. Su coherencia puede resultar admirable, pero también agobiar con el peso de una carga moral inasumible, de lo excesiva. Es por eso que el escritor mexicano Fabrizio Mejía siente rechazo ante una figura intimidante: «Un mundo de Che Guevaras sería silencioso e inhabitable: nadie podría charlar sin comprometerse, y si dices algo, hay que cumplirlo».
No hay que confundir al auténtico Guevara con la imagen idealizada que hizo de él una izquierda ingenua, lo bastante para tomar por un libertario a un líder autoritario, en ocasiones implacable. Se le ha contrapuesto, sin mucho sentido, a un Fidel tiránico, como si juntos fueran el yin y el yang de la Revolución. Un antiguo revolucionario, Régis Debray, pone las cosas en su sitio: «Allí donde Fidel, en 1959, enviaba al paredón a cinco esbirros del antiguo régimen, el Che no habría retrocedido ante diez».
El deseo de cambiar el mundo no implica, por desgracia, ninguna garantía de acierto. En reconocimiento por su aportación a la lucha contra la tiranía de Batista, el Che recibe la nacionalidad cubana, a través de un decreto redactado pensando específicamente en él. Poco después, es nombrado presidente del Banco Nacional. Sobre los pormenores de su designación circuló una leyenda cómica en la que alguien pregunta quién es economista. Ernesto, medio dormido, se ofrece enseguida voluntario: «Yo soy comunista». Cuando se entera del nombramiento, su padre reacciona con escepticismo: «¿Mi hijo Ernesto manejando los fondos de la República de Cuba? Fidel está loco. Cada vez que un Guevara abre un negocio, quiebra». No le faltaba razón: el nombramiento de su hijo desata el pánico financiero de los inversores, con lo que más de cincuenta millones de dólares se retiran de los bancos en cuestión de días. La economía de la isla se precipita hacia el abismo.
El nuevo régimen organiza procesos contra los criminales de guerra y los cómplices de la tiranía. Tal vez los acusados sean culpables, pero los juicios carecen de garantías legales. El Che participa activamente en esta justicia sumaria, convencido de que el triunfo de su causa exige fusilamientos. Los enemigos del castrismo presentan estos juicios como una farsa, instrumento de una brutal represión. Los partidarios, en cambio, denuncian que todo es una campaña propagandística contra la Revolución orientada desde Estados Unidos.
Pocos años después tendrá lugar la crisis de los Misiles. Guevara, igual que Fidel, se sentirá vejado cuando los soviéticos, sin consultarlos, den marcha atrás en su plan para instalar armamento atómico en la isla. Ambos creían que la guerra nuclear era un precio asumible por la construcción de un mundo socialista. El Che lo expresará en términos dramáticos, al ensalzar la voluntad del pueblo cubano de «inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a sociedades nuevas». Como otros líderes de la época, no acaba de comprender lo que significa el armamento ensayado en Hiroshima y Nagasaki.
Llega un momento en que nuestro hombre no se conforma con Cuba. Como si fuera un caballero errante del socialismo, quiere promover la revolución en otros países. Elige entonces el Congo, la antigua colonia belga, por más que el presidente egipcio, Nasser, le advierte de que va a convertirse en una versión roja de Tarzán, el blanco que juega a civilizar a los negros.
En realidad, este sueño de llegar a ser un misionero revolucionario supone una herejía con respecto a la teoría tradicional del marxismo. Lenin ya había advertido que las revoluciones se producen por las contradicciones entre las clases sociales, opresores y oprimidos, sin que sea posible estimularlas desde el exterior. La insurrección armada, desde su punto de vista, no constituye un método obligado en no importa qué circunstancia. Los revolucionarios deben adaptar su forma de luchar a la fuerza disponible.
Nuestro hombre no llegará a comprender a los congoleños porque, como apunta el pensador Juan José Sebreli, «siempre hubo una distancia, una valla insalvable entre él y aquellos a quienes quería liberar». Las costumbres locales le son ajenas, entre ellas supersticiones con incidencia en la manera de combatir. Su ideal ascético de la lucha poco tiene que ver con el sentido lúdico de los combatientes locales, aficionados a buscar diversión en burdeles.
La aventura africana acaba en un completo desastre. Desanimado, regresa a Cuba con un estricto secreto. Arde en deseos de emprender otra lucha, entre otras razones porque sabe que se está haciendo mayor y necesita una cierta forma física para aguantar la vida guerrillera. El país elegido será Bolivia, desde donde espera extender la revolución a su Argentina natal, su vieja aspiración. Espera crear un nuevo Vietnam, otro foco de lucha contra el imperialismo. Para él, se trata de un asunto de estricta coherencia personal. Al incorporarse a la guerrilla cubana, había advertido a Fidel que solo pedía una cosa, que tras el triunfo de la Revolución no le prohibieran, por razones de Estado, marcharse a su país a reanudar la lucha.
Sin embargo, tras ser capturado el 8 de octubre de 1967, será fríamente asesinado al día siguiente por un sargento de los Rangers, Mario Terán. Es la manera que tiene el gobierno de Bolivia de cortar por lo sano y evitar un juicio que alcanzaría, inevitablemente, una repercusión mundial, en el que la batalla por la imagen estaría perdida de antemano.
¿Por qué este nuevo fracaso? La victoria en un par de escaramuzas no podía esconder la equivocación del Che al aterrizar en una Bolivia donde recientemente se había realizado una reforma agraria. Al campesino, por tanto, le interesaba defender la propiedad privada de sus tierras, no ningún experimento colectivizador. De ahí que nadie se una a las filas de los supuestos libertadores. En cambio, la gente de la región sí accede a denunciar la presencia guerrillera, a servir de guía para el gobierno e incluso a formar parte de los grupos armados que se constituyen en apoyo del ejército.
De esta manera, Guevara hace oídos sordos a su propia recomendación, la de no iniciar la vía armada cuando aún existen caminos de lucha dentro de la legalidad. Ha escogido una zona casi desértica, en la creencia de que facilitaría la típica táctica de cualquier guerrilla: atacar por sorpresa y emprender rápidamente la huida. En la práctica, todo ello resulta bastante problemático por la incapacidad para establecer vínculos de confianza con la población local. Los indígenas, por sistema, recelan de los hombres blancos, prevenidos por una historia de traiciones.
Por otra parte, la comunicación con las zonas urbanas resulta extraordinariamente problemática. A la hora de la verdad, su aislamiento es absoluto en medio del desánimo general de sus hombres. Por si todo esto fuera poco, sus relaciones con el Partido Comunista boliviano son pésimas. En parte, por su falta de flexibilidad. No sabe ganarse a su dirigente, Mario Monje, accediendo a su deseo de tener más autoridad. El sentimiento nacionalista juega así en su contra: los hipotéticos beneficiarios de la operación se sienten marginados por un grupo de extranjeros. El gobierno, mientras tanto, aprovechó esta circunstancia para insistir en el carácter foráneo de los insurgentes, un puñado de agentes del comunismo internacional.
Años después, el mismísimo Fidel Castro lamentará la excesiva rigidez de su amigo: «Yo pienso que el Che debió hacer un mayor esfuerzo de unidad». En su opinión, el carácter demasiado directo de Guevara, poco dado a la diplomacia, propició una ruptura muy perjudicial con Monje.
Tampoco hay que olvidar prácticas que pueden calificarse de incompetentes. En su convencimiento de que están haciendo historia, los guerrilleros conservan fotografías y diarios personales. Cuando el ejército se apodere de estos documentos, tendrá en su poder pistas inapreciables. En uno de sus informes, el embajador norteamericano hará referencia a este «aspecto curioso y bastante poco profesional».
¿Cumplió Guevara, por fin, el anhelo de morir bellamente que le había reprochado el soviético Mikoyán? La muerte, en su opinión, constituía ese momento decisivo en el que se decide si un hombre ha de ser o no un héroe, con independencia de los resultados que obtenga.
No obstante, decir, como hace Debray, que el Che fue a Bolivia para perder resulta a todas luces excesivo. No se trató de un suicidio más o menos inconsciente sino de un desastre político y militar, fruto de una evaluación incorrecta de los acontecimientos.
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Cuando uno lee el diario del lunes todo le resulta mucho más claro
Y por que la izquierda gana en Bolivia en 2019 y 2020?….yo no soy marxista ni comunista ni nada de eso, pero de seguro que la derecha boliviana y en general la de latinoamerica ha perdido fuerza por lo bueno que son…..