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Arte y Letras

Cuando el drama alimenta el genio: dos siglos de la tragedia de la Medusa

En 1819, el Salón de París se vio sacudido por el enorme óleo de un joven y desconocido pintor. Un cuadro de gran formato, que nadie parecía haber encargado, se convirtió súbitamente en la gran atracción de la exposición pictórica más importante del mundo. La desesperación que emanaba del óleo de Théodore Géricault, se convirtió inmediatamente en paradigma de un nuevo movimiento artístico, el Romanticismo. El tiempo, sin embargo, ha ido desdibujando la dramática historia de La balsa de la Medusa.

Junio de 1816, puerto de Rochefort. En la fragata francesa Medusa, la tripulación se afana por terminar los preparativos de su nueva misión: la nave, al frente de un pequeño convoy, debe trasladar hasta Senegal al nuevo gobernador de la región, el coronel Julien-Désiré Schmaltz. Al mando de las operaciones, un inexperto capitán llamado Hugues Duroy de Chaumareys, uno de los muchos nobles y burgueses beneficiado por la Restauración, que ha devuelto el control de los resortes del Estado a los enemigos de la revolución. El premio por su lealtad a la corona, el mando de un navío histórico y una misión sencilla.

Vüe du Vaisseau du Roy27 de junio de 1816, Madeira. La expedición ha salido de puerto sin contratiempos y tras diez días de travesía en alta mar, hace un alto en el camino para reabastecerse. El gobernador no entiende la demora y apremia al capitán: en virtud de los tratados firmados tras las Guerras Napoleónicas, viaja a África para recibir el control de la región senegalesa de mano de los británicos y cada día que pasa vale su peso en oro. Literalmente. Chaumareys, que entiende ese tipo de urgencias, es consciente de sus limitaciones como marino y pide consejo a un pasajero con el que ha entablado relación y conoce bien la zona. Poco se sabe del papel que jugó esa suerte de tercer hombre en el suceso, pero lo cierto es que, tras escuchar al tal Richefort, el capitán dibuja una línea recta sobre su mapa del Atlántico y decide poner proa al puerto de San Luis.  El objetivo era ahorrarle al gobernador unas cuantas millas de navegación.

1 de julio de 1816. La fragata capitaneada por Chaumareys, la más rápida de la expedición, empieza a alejarse de su escolta y se acerca peligrosamente a la costa de Mauritania. El resto de la comitiva trata de comunicarse con la Medusa, pero finalmente abandonan su persecución por el peligro que suponen los bancos de arena de la zona. Unas horas más tarde, el teniente Maudet decide unilateralmente realizar una serie de mediciones a bordo de la fragata y advierte al capitán de que navegan a poco más de treinta metros del fondo marino. Ante la insistencia de su subordinado, Chaumareys ordena virar, pero desoye la recomendación de soltar lastre deshaciéndose de los cañones de la Medusa. Se niega a dejar desarmada la nave. Para entonces, está tan cerca de la costa que la bajada de la marea desencadena el principio del fin: la Medusa acaba de encallar en el Banco de Arguin, a sesenta kilómetros de tierra.

5 de julio de 1816. Chaumareys, que se niega a abandonar el barco, desoye los consejos de quienes proponen abandonar la Medusa y transportar a los pasajeros a tierra en los botes de salvamento. Obsesionado con salvar la fragata y su honor, se inclina por tratar de reflotarla y comienza a construir una balsa para aliviarla de su pesada carga: el oro que debía llenar las arcas del nuevo gobierno senegalés. Cuando por fin está lista, se desata un temporal y la tripulación debe refugiarse en el interior de la nave. La incompetencia y los elementos, que son formidables enemigos por separado, colaboran para despedazar juntos a la Medusa. Ante la inminencia del desastre, Chaumereys ordena por fin la evacuación y, junto al resto de los oficiales y el gobernador Schmaltz, ocupa los botes salvavidas. Diecisiete hombres deciden quedarse en el barco; el resto del pasaje, más de ciento cincuenta personas, sube como puede a la balsa de la Medusa. Aferrados a un cabo, tratan de mantener su destino unido al de su capitán. Unas horas más tarde, este da la orden de cortar la soga ante la evidencia de que remolcarles a tierra es inviable.

Raft of Méduse - Alexandre CorréardTras abandonar a los náufragos a su suerte, Chaumereys y Schmaltz logran llegar a la costa de Senegal. Han sobrevivido a su propia negligencia, pero no pueden evitar que las noticias de lo sucedido comiencen a circular por San Luis: el 17 de julio de 1816, el Argus, una de las naves del convoy comandado por Chaumereys, encuentra una balsa a la deriva. Sobre ella, hay quince hombres al borde de la locura y algunos cuerpos mutilados. Su situación es tan crítica que, ya en tierra, cinco de ellos fallecen rápidamente; los que se recuperan, sin embargo, empiezan a contar lo sucedido. Su capitán trata entonces de capear el temporal y ordena a las embarcaciones que van llegando a puerto buscar los restos de la Medusa. Tras unas semanas, encuentran el pecio y a tres tripulantes que han resistido en mitad de la nada durante casi dos meses. Cuando llegan a San Luis, el escándalo alcanza a la nueva autoridad senegalesa; unos meses después, cuando los protagonistas del suceso logran regresar a Francia, se convierte en una cuestión nacional.

13 de septiembre de 1816. El Journal des débats, un diario antimonárquico, publica en París un relato de lo sucedido firmado por Henri Savigny, médico y cirujano de la fragata Medusa. Pronto, la polémica comienza a salpicar al mismísimo Luis XVIII de Francia, al que se acusa de proteger al inútil Chaumareys, que ha evitado in extremis la pena de muerte que se le impuso y está cumpliendo una pena de tan solo tres años de cárcel. Unos meses después, el propio Savigny, ahora junto al geógrafo Alexandre Corréard, publica un libro titulado El naufragio de la fragata Medusa. El texto tiene tal éxito que agota ediciones al mismo ritmo que publica traducciones para los principales mercados europeos. La monarquía decide entonces destituir a Schmaltz, al que la opinión pública considera inductor del crimen, e impulsa la ley Gouvion de Saint-Cyr, que garantiza la preminencia del mérito militar en el sistema de promoción del ejército francés. Una derrota en toda regla frente a la nostalgia revolucionaria y napoleónica. Es en ese momento cuando Gericault cuelga su obra en el Salón de París y entierra la realidad bajo treinta y cinco metros cuadrados de pintura.

Desde entonces, Chaumareys, Schmatz y las sombras que proyectaron sobre la monarquía francesa, han ido cayendo en el olvido. Solo queda una visión de la tragedia de la Medusa; se alza por encima del resto porque en ella caben los despropósitos, la sinrazón, el canibalismo e incluso un pequeño rayo de esperanza. Es la patética existencia del hombre, que impulsó la fugaz estrella de Thédore Géricault y alumbró, hace ahora dos siglos, el tiempo del Romanticismo.

La balsa de la Medusa

Víctor Muiña Fano
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