El monstruo de Florencia: asesino en serie, versión italiana
El territorio de los asesinos en serie es uno de los más fecundos de la cultura popular. El éxito de series como Mentes criminales, la presencia en nuestro imaginario de Norman Bates, la omnipresencia del Patrick Bateman de Brett Easton Ellis o la continua obsesión con Jack el Destripador, son buena muestra. Y, sin embargo, algo une todos esos ejemplos: es el pertenecer a la esfera de lo anglosajón. Pareciera que los asesinos en serie hablaran únicamente en inglés, algo que tristemente es falso.
No cabe ninguna duda de que algunos asesinos en serie de otras latitudes han asomado a veces su rostro por nuestras páginas y pantallas. En España, tenemos el ejemplo de Manuel Blanco Romasanta, una figura muy conocida; en Alemania sufrieron a Peter Kürten, el vampiro de Düsseldorf. Y en Italia… bueno, en Italia los asesinos en serie encontraron su particular paraíso dentro del cine. Con el género del giallo se multiplicaron y se convirtieron en un recurso muy habituales.
Sin embargo, existe dentro de la historia del crimen italiano un caso que escapa al mundo de lo ficticio. Es su propio asesino del zodiaco o Jack el Destripador, con la diferencia de que sus crímenes tuvieron lugar, en su mayoría, en el primer lustro de los años 80 del pasado siglo XX. Frente a la Inglaterra victoriana o la California de finales de los años 60, el Monstruo de Florencia nos hace mirar a la cara a una Italia tan reciente que no puede sino recordarnos a la España más actual. Y tal vez por eso nos resulte más doloroso el que continúe siendo un caso abierto.
La fría realidad: dieciséis muertos en diecisiete años
La historia del Monstruo de Florencia empieza en realidad en 1968, de la manera más inesperada: con un crimen resuelto. Fue el 21 de agosto de 1968 en Signa, cerca de Florencia, cuando los amantes Antonio Lo Bianco y Barbara Locci fueron asesinados mientras hacían el amor en el coche, mientras el pequeño hijo de la segunda dormía en el asiento trasero. El asesinato se llevó a cabo con una Beretta del calibre .22 y el marido de la mujer fue detenido y condenado por el asesinato. La pistola nunca se encontró.
Para la policía de la época, aquello no pasó de ser un asesinato pasional más. De acuerdo, un clan sardo tenía que ver con Stefano Mele, el marido de Barbara Locci y su asesino confeso. También es cierto que la declaración del pequeño Natalino Mele no fue siempre coherente, pero después de todo no dejaba de ser un niño de seis años. Y si no se encontraba la pistola, tampoco era tan grave.
El problema es que el arma volvería a aparecer seis años más tarde, el 15 de septiembre de 1974. De nuevo, había acabado con la vida de otra pareja. De nuevo mientras retozaban en un coche. Otra vez en las cercanías de Florencia, esta vez cerca de Borgo San Lorenzo. El crimen fue ahora mucho más terrible que el anterior. Tras disparar a Stefania Pettini en las piernas, el asesino le asestó noventa y siete puñaladas, además de violarla empleando la rama de una vid cercana. Su acompañante y novio, Pasquale Gentilcore, sufrió una muerte más rápida. Además, los contenidos del bolso de Stefania se encontraron tirados por el suelo, sin que apenas faltase nada. Esto se repetirá en todos los casos posteriores.
La policía se fijó en los mirones que frecuentaban las poblaciones cercanas a Florencia para tratar de obtener imágenes de los jóvenes que se retiraban a los lados de las carreteras para retozar. El resultado de la investigación fue un rotundo fracaso y apenas se interrogó a algunos de los mirones para terminar dejando el caso en suspensión. Nadie pareció darle demasiada importancia a la pistola, la verdad. Tampoco es que les hubiese ayudado mucho: Stefano Mele estaba por entonces en prisión.
Todo cambiaría siete años después. En el 6 de junio de 1981, Giovanni Foggi y Carmela Di Nuccio fueron asesinados cerca de Scandicci. Estamos ante el que está considerado el primer asesinato de cuya autoría nadie puede dudar: el Monstruo ya estaba suelto. De nuevo, la misma beretta del calibre 22, una pequeña población cerca de Florencia, una pareja en un coche en mitad de la noche, los contenidos del bolso de ella tirados por el suelo… y finalmente una nueva pieza para el rompecabezas. No contento con asesinar a Carmela, el asesino le amputó parte de su vagina con la ayuda de un arma de filo que los forenses identificaron como un cuchillo de buceo. Ahora, nada podía poner freno a la histeria.
Pero si los florentinos pensaban que iba a haber un descanso, estaban equivocados. Poco más de cuatro meses después, el 23 de octubre de 1981, el asesino volvió a actuar. Esta vez fue en un parque cerca de Calenzano. Stefano Baldi y Susanna Cambi fueron las nuevas víctimas. Las similitudes con el asesinato de Foggi y Di Nuccio fueron totales. No había ninguna duda ya: un asesino en serie estaba suelto en Florencia y ningún joven estaba a salvo. Tampoco ningún florentino, puesto que las acusaciones y las sospechas empezaron a convertirse en algo continuo. Toda la ciudad vivía bajo una suerte de estado de sitio.
El 19 de junio de 1982 el asesino volvería a aparecer. Esta vez sería en Baccaiano di Montespertoli, otra pequeña población de las cercanías de la capital Toscana. Tal vez nunca se estuvo tan cerca de haber capturado al asesino por mera casualidad. Paolo Mainardi y Antonella Migliorini fueron sus víctimas, pero esta vez estuvo a punto de cometer un error fatal. Mainardi aún estaba vivo cuando encontraron el coche: había tratado de huir con el mismo y por desgracia se había quedado atrapado en una zanja. Allí acabó el asesino con ellos, sin poder mutilar en esta ocasión a Antonella. Algunos estudiosos del caso dicen que seguramente el monstruo se libró de ser capturado por menos de un minuto. Esos fatales segundos harían que su lista de muertos pudiese seguir creciendo.
Para el verano de 1983, toda la ciudad estaba movilizada. La orden estaba clara y era que nadie debía salir al campo en las noches de los fines de semana cuando hubiese luna nueva. Esas noches eran las elegidas por el monstruo para actuar. Dos alemanes, Wilhelm Friedrich Horst Meyer y Jens Uwe Rüsch, no debían saberlo y acamparon en su caravana cerca de Giogoli. Esta vez el asesino se conformó con dispararles y abandonó sus cuerpos sin mutilarlos. Mucho se ha hablado sobre si se vería confundido por la complexión de Rüsch y pensaría que este era una chica, lo que explicaría que atacara a dos hombres. Puede que sus intenciones hubiesen sido frustradas, pero de nuevo la ciudad sabía que él seguía ahí fuera.
Y a pesar de ello un año más tarde, con Florencia revolucionada, algunos jóvenes seguían arriesgando la vida a cambio de pasar un buen rato en el coche con sus parejas. El 29 de julio de 1984 Claudio Stefanacci y Pia Gilda Rondini se arriesgaron a parar su vehículo, un Fiat Panda, cerca de Vicchio di Mugello. El resultado fue su muerte. Esta vez Pia sufrió la mutilación de su vagina y de su pecho izquierdo, un nuevo y macabro detalle. La policía no sabía qué hacer para estas alturas, bajo una presión insostenible por parte de una población que parecía sumida en una pesadilla sin fin.
La última aparición del monstruo tuvo lugar el 7 o el 8 de septiembre de 1985. Esta vez fueron dos campistas franceses, seguramente ignorantes del peligro, los que se convertirían en sus víctimas. Cerca de San Casciano Val di Pesa fue donde encontraron la muerte Jean-Michel Kraveichvili y Nadine Mauriot. Esta vez el ataque tuvo lugar dentro de la tienda de campaña en la que ambos dormían. Jean-Michel consiguió salir corriendo mientras Nadine moría víctima de los primeros disparos, pero el asesino le alcanzó y acabó con él. Después, mutiló a Nadine igual que lo había hecho con Pia Gilda Rondini y trató de esconder los cuerpos dentro de la tienda para retrasar su hallazgo, todavía le quedaba un último golpe de efecto por dar.
Sin que él lo supiese, sin embargo, la casualidad hizo que los cuerpos se hallaran apenas dos horas antes de que llegase un paquete enviado a Silvia Della Monica, la fiscal encargada del caso. En dicho paquete se encontraba parte del pecho izquierdo de Nadine Mauriot. Uno podría pensar en Jack el Destripador y creer que estábamos ante un reto lanzado a la policía. Sin embargo, el monstruo nunca volvió a actuar, desapareciendo de la misma manera en que había aparecido.
De sospechosos y conspiraciones
La investigación del monstruo de Florencia ha sido una de las más largas, complejas y polémicas de la historia de Italia. Desde que en 1981 se descubriese la existencia del asesino en serie, se ha acusado a muchas personas, se han construido muchos casos, se ha llegado a encarcelar a diferentes sospechosos… pero seguimos sin saber quién perpetró los crímenes.
La solución oficial al caso fue, primeramente, la de los llamados compañeros de merienda. Un grupo de campesinos de la zona que estarían liderados por Pietro Pacciani. Era este un personaje realmente sombrío, que estaba cumpliendo condena por la violación de sus propias hijas y tenía fama de hombre violento. También había pasado unos años en la cárcel en los cincuenta por el asesinato del amante de su novia. Era un candidato perfecto para el caso, o al menos eso debió pensar la fiscalía. Junto con sus supuestos cómplices, Mario Vanni, Giancarlo Lotti y Fernando Pucci, llegó a ser condenado en firme, aunque finalmente el caso terminó siendo desestimado por la falta de pruebas. Sin embargo, eso no supuso el final de las teorías sobre Pacciani y sus compañeros de merienda.
Giuliano Mignini es un fiscal italiano, tristemente famoso por su actuación en este caso y en el de la muerte de Meredith Kercher. A pesar de que su campo de actuación era Perugia, no dudó en relacionar los asesinatos del monstruo con la muerte, el 13 de octubre de 1985, de un doctor de la ciudad, Francesco Narducci. Miembro de una de las más importantes familias perusinas, según Mignini este habría sido miembro de un culto satánico formado de miembros de las más notables estirpes de Perugia y Florencia que habrían utilizado a los compañeros de merienda para llevar a cabo los asesinatos con el objeto de conseguir componentes para sus oscuros rituales.
Este tipo de investigaciones pueden parecernos triviales, pero lo cierto es que en este caso no lo fueron. La guerra iniciada por los investigadores se llevó por delante a la persona de Francesco Calamandrei, un farmacéutico al que se le acusó de haber sido el instigador de los asesinatos y el contacto con los compañeros de merienda. También estuvo a punto de llevar a la cárcel al periodista Mario Spezi, aunque de eso hablaremos más adelante. A pesar de que algunos siguen defendiéndola, parece ser que esta vía de investigación ya ha sido abandonada por las instancias oficiales italianas.
La otra gran teoría que se mantuvo durante muchos años es la llamada «pista sarda». Esta, parte de la base de que la pistola empleada en el primer asesinato solamente pudo acabar en manos de alguno de los sardos que ayudaron a Stefano Mele en el asesinato. Siguiendo la pistola, defienden sus postulantes, encontraremos al Monstruo. Tras haber probado suerte con prácticamente todos los miembros del clan sardo, los defensores de esta teoría parecen estar de acuerdo en que el principal sospechoso sería Antonio Vinci, hijo y sobrino de los sardos involucrados en el primer asesinato.
Una investigación convertida en cacería
El suceso que llevaría el caso del Monstruo de Florencia a una cierta fama internacional no tendría que ver con los asesinatos, sino con la investigación llevada a cabo por parte de un autor de best sellers americano junto a un periodista italiano. Douglas Preston y Mario Spezi protagonizaron uno de los libros del primero cuando menos se lo esperaban, convertidos en una suerte de conspiradores.
Douglas Preston llegó a Florencia en el año 2000 para establecerse junto a su familia. Originalmente quería documentarse para una novela acerca de una obra perdida de Masaccio, pero sin saberlo acabó atrapado por el Monstruo. Cuando conoció a Mario Spezi, este ya era uno de los mayores expertos en el asesino de toda Italia, habiendo seguido sus crímenes desde 1981 y siendo un ardiente defensor de la «pista sarda». Douglas Preston heredó de él su pasión por el tema y aprendió cuanto pudo. Decidió abandonar su novela y plantearse un libro sobre el asesino, escrito a cuatro manos, y que permitiese que el caso fuese conocido fuera de Italia.
Desde luego, consiguió su objetivo, aunque fuese de la manera que menos le hubiese gustado. Spezi y Preston chocaron de lleno con la investigación llevada a cabo por Mignini, que consideraba que la defensa de la culpabilidad de los sardos era un ataque a su trabajo. La tensión podía palparse en el ambiente, algo que era de esperar; no tanto el hecho que Mignini decidiese acusar formalmente a los dos autores por interferir con la investigación e, incluso, añadir a Spezi el cargo de cómplice en los asesinatos.
Por fortuna para todos los involucrados, la cosa no pasó de una detención temporal y un mal rato para Spezi. La acusación se basaba en una supuesta intención por parte de Spezi y Douglas de plantar pruebas relacionadas con la beretta calibre 22 usada en los asesinatos. Tras leer las declaraciones de los mismos en su libro The Monster of Florence: A True Story (2008), es indudable que los escritores fueron demasiado imprudentes y atrevidos en sus acciones, pero difícilmente podemos creer que estuviesen actuando para entorpecer cualquier actuación policial.
De asesinatos sin resolver y conspiraciones
Es muy sencillo infravalorar el caso del Monstruo de Florencia en un estudio superficial. Un asesino que se ha hecho con una pistola empleada en un caso anterior y que, casualmente, tiene algunos puntos en común con sus crímenes. El empleo de las noches sin luna del verano para que fuese más difícil que sus víctimas le viesen. Un proceso evolutivo de sus señas de identidad. Todo lo más habitual está ahí, salvo el haberle capturado, claro está. Pero eso sería quedarnos con una aproximación demasiado pobre de los sucesos.
Los asesinatos acaecidos en Florencia en el periodo entre 1968 y 1985 nos hablan de una sociedad rota, incapaz de proteger a los suyos, ni de encontrar a los culpables. Uno puede asumir que nunca se sepa la identidad de Jack el Destripador sin muchos problemas: el Londres victoriano nos queda muy lejos. Pero, ¿en la Italia de los años 80? ¿Cómo pudo un asesino poner en jaque a toda Florencia durante un lustro y terminar saliéndose con la suya? Es algo que ataca a nuestra idea más profunda de la propia narrativa, a nuestra necesidad de tener una estructura de tres actos. Nos falta el final.
Pero, por si eso fuese poco, también podemos aprovechar el caso del Monstruo de Florencia para meditar acerca de las conspiranoias y sus repercusiones en la sociedad. No cabe ninguna duda de que muchos de los que siguen el caso seguirán pensando que existe, ciertamente, la posibilidad de que todo se debiese a los tejemanejes de un grupo de ricos hombres de negocios del centro de Italia, entregados a todo tipo de rituales satánicos. Tampoco podemos negar que esos conversos no necesitan ya ninguna prueba para mantenerse fijos en sus posiciones. Las conspiranoias se alimentan de sí mismas.
27El problema es cuando esas sospechas pasan desde el plano intelectual al físico. Es fácil perdonarlas cuando fantasean sobre las posibles implicaciones de la casa real británica de finales del XIX en un complejo plan masónico trazado sobre los adoquines de Whitechapel, porque esos sospechosos están muertos. Como mucho podemos, deberíamos, poner en cuarentena los ataques realizados a personalidades que ya no pueden defenderse, pero no le vamos a hacer verdadero mal a nadie. Por desgracia, en ocasiones como la que nos ocupa los supuestos conspiradores están vivos y son susceptibles de sufrir todo tipo de ataques por parte de sus enemigos, llegando a verse atrapados en procesos legales de amplías repercusiones.
Este proceso no es nuevo para nosotros, ni mucho menos para nuestra sociedad. Las complejas teorías en torno al asesinato de John Fitzgerald Kennedy, la identidad de otros asesinos como el Zodiaco californiano, la existencia de oscuras órdenes masónicas… Todo ello no deja de ser un constructo cultural que tiene la desventaja de afectar a personas vivas e imponerles una ficción sobre su propia vida, sin importar la realidad que pueda existir tras la misma.
Ahí está el verdadero elemento central que hace que un análisis del Monstruo de Florencia nos resulte tan interesante: ¿qué debemos hacer cuando no tenemos la solución a un misterio? ¿Podemos aceptarlo y asumirlo, o debemos refugiarnos en complejas construcciones, hechas a medida, para tranquilizar nuestra mente? Nuestro instinto parece ir en la línea de la segunda de las opciones; necesitar un cierre, aunque este sea arbitrario. Y no debemos nunca olvidar los peligros de esa actitud, ni tampoco a las posibles víctimas de nuestras asunciones y creencias.
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Crímenes sin resolver hay cientos de miles durante las guerras, en las que el Estado también participa como instrumento de particulares. Esos mismos que promocionan, para el consuelo ingenuo de la gente, esta litertura, las series de televisión y el cine.
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Buenas, te comento, he vivido en Florencia entre los años 92 y 98, así que estaba alli, cuando fueron los juicios.
Una cosa que no comentas, y de la cual se hablo mucho, era la cantidad de mirones que habia en el campo, cuando la policia empezó a buscar, se quedó alucinada.
Era una costumbre entre la gente mayor de los pueblos aledaños a Florencia. Tenian a demasiados sospechosos.
Y los «compañeros de las meriendas» eran todos tela marinera.
Y con respecto a Pietro Pacciani, es que lo tenia todo, una cosa que no comemtas y que la policia le dio mucha importancia, es que hacia taxidermia, tenia los instrumentos y la capacidad para hacer los cortes que tenian las victimas.
Ahora una curiosidad, yo no viví la tradición de «perderse en el campo» a ir a retosar, lo que se hacia (yo no lo hice nunca porque vivia solo) era ir a una calle que está detrás del Piazzale Michelangelo (una colina con unas vistas de Florencia, donde siempre hay gente) un poco oculta y los coche se ponian en fila alli, se tapaban las ventanillas con periodicos y a retozar….. habria unas 30 o 40 coches por noche.
Te aseguro que el día que un amigo me lo conto, fuimos a verlo y flipe en colores.
Por supuesto la policia lo permitía.
La llamaban Via dei Trombatori (busca tú la traducción en Google…l
Saludos