La única pega que se le puede poner al legado literario de Dashiell Hammet y Raymond Chandler, y por extensión, a su herencia en el séptimo arte, es ese regusto romántico con el que impregnaron (o impregnamos sus lectores y espectadores) el ambiente del hampa y los bajos fondos. Por eso, para continuar en nuestro Cinefórum con un hito del policiaco como El sueño eterno, no se me ocurre nada mejor que desidealizar esa visión edulcorada del gangsterismo con un puñetazo de realismo y contemporaneidad. Y ahí es donde nuestra atención recae en el cineasta brasileño José Padilha.
En un mundo como el actual, en el que las series de televisión son el medio más potente para crear referentes culturales, Wagner Moura es y será para siempre Pablo Escobar. Ya se sabe, hijoeputa, cabrón, plata o plomo, malparío. No obstante, para unos cuantos privilegiados, Moura era ya antes que el narco de Medellín, Roberto Nascimento, el implacable capitán del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar) que, al frente del cuerpo de élite de la policía de Río de Janeiro, tiene que lidiar con demonios externos e internos en la impactante Tropa de élite (2007) de José Padilha. Que Moura sea el protagonista de Narcos (Neftlix), y Padilha su productor y showrunner, no deja de demostrar que ambos proyectos son dos caras de una misma moneda, la de uno de nuestros grandes conflictos contemporáneos: la guerra contra la droga.
Si la oscarizada Ciudad de Dios (2002) de Fernando Meirelles nos contaba la vida de una favela carioca desde su origen, Tropa de élite se acerca al mismo tema desde el punto de vista contrario: el de las fuerzas del orden que deben pacificarla. Por eso el protagonismo de la cinta recae en el capitán del BOPE, quien con una omnipresente voz en off hilvana el discurso imperante en este tipo de cuerpos, el cual además de estar presente en buena parte de la historia cinematografía del género policíaco, nos interpela a un debate ideológico ancestral en el ser humano: el de si el fin justifica los medios. Obviamente, no faltarán los que quieran ver en esta propuesta una defensa de dicho discurso, pero el director dota al film de una perspectiva realista (a lo que ayuda una estética cercana al documental) que lo aleja de maniqueísmos panfletarios. Es más, parece difícil ver indicios de aquiescencia con la brutalidad policial en un Jose Padilha que se estrenó precisamente criticándola con su primer largometraje, Omnibus 174 (2001), y al que además se le encargaría años después (en 2014) la revisión de un clásico de tesis semejante como Robocop (1987; Paul Verhoeven).
Tropa de élite toma como punto de partida la visita del Papa Juan Pablo II a Río de Janeiro en 1997 y la consiguiente operación cosmética que las autoridades brasileñas pusieron en marcha. Pero la película, como hemos podido comprobar en los telediarios durante años, podría haberse firmado perfectamente dos décadas más tarde, cuando ante la celebración del Mundial de fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016), desde las altas instancias del país se intentó barrer debajo de sus felpudos, de forma precipitada e inhumana, la basura de una sociedad que había sido ignorada hasta entonces y que en ese momento amenazaba con quedar a la vista de todos. Junto a las acciones del BOPE, nos encontramos con un Roberto Nascimento que, dado el inminente nacimiento de su primer hijo, se ve sumido en una crisis personal que le hará abandonar su puesto de trabajo no sin antes encontrar a un sustituto adecuado. Y también hay hueco para contemplar la peligrosa tesitura de las ONGs en las favelas, las cuales se debaten entre la sincera voluntad de ayuda de algunos de sus miembros y el irresponsable espíritu del buen samaritano aburguesado de otros.
Padhila demuestra un pulso narrativo arrollador y una potencia visual que convierten la película en un thriller de ritmo trepidante y de temática brutal. No hay respiro para el espectador, como tampoco parece haberlo para nadie que se vea salpicado por la violencia intrínseca a una favela. Sin embargo, Tropa de élite va mucho más allá de ser una notable película de género: se trata de una invitación sin cortapisas a abrir los ojos ante una realidad que existe, pero a la que no nos gusta mirar; una realidad que nos afecta a todos y ante la que tenemos que posicionarnos si realmente queremos cambiarla.
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