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Cinefórum CCVII: «Atracción diabólica»

El principal problema de Atracción diabólica, como le ocurría a Perro blanco, es que por su trama pueda ser confundida con una de esas monster movie de serie b que poblaban los videoclubes de los ochenta. Y para nada lo es. En primer lugar, porque se trata de una película de estudio (Orion Pictures) con presupuesto generoso; en segundo, porque viene firmada por George A. Romero, padre del cine zombi y cineasta notable siempre dispuesto a traspasar los convencionalismos del terror.

Estrenada en 1988, Monkey Shines en el original (algo así como monerías) es la adaptación de la novela del mismo nombre del británico Michael Stewart. La historia nos acerca a Alan Mann (Jason Beghe), joven que queda tetrapléjico a causa de un accidente y al que le regalan una mona capuchina para la ayuda doméstica. La idea se inspiraba en un proyecto real de adiestramiento de primates para ayudar a discapacitados físicos en sus tareas cotidianas. La vuelta de tuerca sci-fi, sin embargo, la pondrá Goeffrey (John Pankow), mejor amigo del protagonista y profesor loco de manual, que trabaja en la universidad alternando genéticamente a los animales y que, de tanto cebarlos con cerebros humanos, los ha vuelto ultra inteligentes a costa, sin saberlo, de hacer por bueno aquello de tener «más peligro que un mono con dos pistolas» (en este caso con un cuchilla de afeitar o con una jeringuilla). Y no solo eso: el primate crea una especie de conexión mental con Allan que ríete tu de Bran Stark y su huargo.

Bajo esta premisa argumental más bien estrambótica se esconde, sin embargo, un guion sorprendentemente sólido, con personajes bien perfilados y un desarrollo narrativo equilibrado. Y todo ello dirigido con la precisa batuta de Romero. Para algunos, Atracción diabólica no solo es su última gran película, si no la mejor rodada (que sea la primera cinta del cineasta para un gran estudio no es casualidad). Es precisamente su consistencia formal la que empuja la trama en un in crescendo permanente, haciéndola transitar desde el drama y la comedia al thriller psicológico, siempre alejada del terror fácil y explícito, hasta convertirla en una especie de precuela espiritual en clave hithckoniana de El planeta de los simios.

Por supuesto, como en todo el cine de su director, transita sobre Atracción diabólica una sugerente ambigüedad con momentos deliberadamente perturbadores (la escena de sexo, el beso primate-Allen, la madre sobreprotectora…), así como una dimensión alegórica que la proyecta más allá de la simple obra de género, con sublecturas tan evidentes como interesantes sobre las relaciones tóxicas o la crueldad de la experimentación animal.

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