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Cinefórum CCVI: «Perro blanco»

Las obras póstumas de los grandes directores suelen resultar seductoras. En nuestro anterior cinefórum ya disfrutamos la de Yasujirō Ozu y, no hace tanto, la de John Ford. Esta vez también vamos a acercarnos a una última póstuma, aunque con una ligera diferencia: Samuel Fuller fue uno de los grandes del cine americano; de hecho, ya tuvimos la oportunidad de disfrutar en esta misma sección de su imprescindible Bajos fondos (Underworld U.S.A.), pero no pudo acabar su carrera al otro lado del Atlántico. Tuvo que irse a Francia después de que su última película americana no llegase a ser estrenada en cines y quedase poco menos que apestada. Estamos hablando de Perro blanco, que por suerte fue recuperada por la Criterion Collection en DVD más de un cuarto de siglo después de su rodaje.

La polémica de Perro blanco resulta cuanto menos incomprensible, vista la cinta. Al menos a día de hoy. Es verdad que el material es peliagudo, porque el racismo en los Estados Unidos tiene el peso que tiene, y lo tenía todavía más a principios de los años ochenta. La historia nos cuenta cómo una actriz cuida a un perro tras un accidente y lo adopta, para descubrir después de que este le haya salvado la vida que, en realidad, está entrenado para atacar y matar a la gente de color. Se basa en un caso real vivido por la actriz Jean Seberg y narrado por el que por entonces era su marido, Romain Gary.

La película cambia el final de la historia de Gary y, sobre todo, el elemento más polémico y peligroso de la narración original: en la novela, los intentos de los protagonistas por curar al perro les llevan hasta un cuidador que trata de reeducarlo, pero que finalmente se venga entrenándolo para que la bestia ataque a los blancos. Era el año 1970 y se ve que Romain Gary (cuyo nombre real era Roman Kacew) era una de esas personas que piensan que los extremos se tocan, hasta el punto de creer que un activista por los derechos civiles podía ser tan malo como un racista del KKK… Menos mal que Fuller estaba ahí para meter mano y comprender que la historia tenía que ser la del intento por recuperar a un animal que no cargaba con ninguna culpa. En ese proceso le da un personaje muy fuerte a Paul Winfield, el hombre que ve en la recuperación de ese perro sin nombre una oportunidad para demostrar que el racismo puede curarse.

La película funciona como un reloj, con una duración inferior a noventa minutos y sin pararse en nada imprescindible. Esto hace que algunos personajes, como el novio de la protagonista, desaparezcan de escena sin ningún motivo aparente cuando dejan de aportar cosas a la trama central, pero también que no sobre ni una frase de todo el guion. La cinta está bien actuada y mejor dirigida, pero nadie pudo llegar a verla. Según los implicados, los problemas vinieron por la presencia de dos personas para supervisar el tratamiento de los temas raciales en la película: el vicepresidente de la rama local de la NAACP y el de la cadena local de la PBS. El primero, vio problemas en el guion; el segundo no. El miedo parece que fue más fuerte que la confianza en los directivos de la Paramount y, al final, la película solamente se vio de tapadillo en cinco cines de Detroit antes de que se determinase que no era comercial y sufriera el destierro.

Ya hemos dicho que Perro blanco es una obra interesante por sí misma, que está bien construida y que presenta un concepto del cine y de thriller ya caduco en aquel momento. Se debía estrenar en 1982, el año de Blade Runner y dos años después de El imperio contraataca. A esta segunda hace precisamente referencia uno de los personajes protagonistas, un entrenador de animales para películas que tiene un gran R2-D2 en su oficina al que tira dardos mientras dice que «esos robots van a acabar con los animales». Pero esta película quizá sea aún mejor si la usamos como excusa para hablar de una época que parece que los Estados Unidos nunca han abandonado; de una división social y racial que parece intrínseca a un país que nunca ha superado sus propias contradicciones. Como muestra, en 1987 el propio Samuel Fuller dijo que en el no estreno de su cinta había tenido mucho que ver el miedo a la respuesta del KKK. Una teoría que, tras ver la película, tiene mucho más sentido que la del miedo a la respuesta de las organizaciones a favor de los derechos civiles.

Ismael Rodríguez Gómez
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