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Allez Nanterre! El milagro deportivo del siglo XXI

Nanterre es, al mismo tiempo, una tranquila ciudad francesa y uno de los muchos agujeros del cinturón que contiene los desbordantes michelines de la periferia parisina. A la sombra de la capital, los cerca de cien mil habitantes de esta población de la Île-de-France se enorgullecen de su fidelidad al Partido Comunista francés, que dura ya más de seis décadas, y presumen de haber protagonizado su propio capítulo de los muchos que conforman el mayo del 68.

Desde entonces, Nanterre ha sido capaz de encontrar un equilibrio que le permite orbitar alrededor de París sin caer en su campo gravitatorio. Quizá ha sido esa personalidad propia la que empujó a la Jeunesse Sportive (Juventud deportiva) des Fontenelles de Nanterre a completar una de las mayores gestas deportivas de lo que llevamos de siglo XXI el mismo año en el que el Paris Saint Germain recuperó el cetro de un fútbol galo anegado por los petrodólares. Sin embargo, el campeonato liguero del Nanterre fue solo la punta del iceberg: su historia se hunde en las profundidades del deporte, once categorías por debajo del nivel cero de la élite del baloncesto. Esa en la que la JSF irrumpió con una insospechada victoria en el Palau Blaugrana, frente a un coloso del deporte mundial: el FC Barcelona.

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El nepotismo ilustrado

«Todo para el Nanterre, pero con mi hijo». Esa fue la comprometida decisión que tomó Jean Donnadieu en 1987, cuando entregó la dirección técnica de su equipo del alma a su hijo Pascal, un exjugador empleado en la banca y que por entonces no tenía ninguna experiencia como entrenador. No fue el único cambio que Jean promovió en una sociedad que había visto extraviarse en su periplo como jugador, utillero y entrenador del club. El hoy idolatrado presidente de la Juventud Deportiva debió de levantar ciertas suspicacias en el barrio cuando decidió, días después de llegar a su cargo, remozar en profundidad la plantilla del primer y único equipo de la entidad por no adaptarse al nuevo ideario que pretendía imponer: «respeto y solidaridad».

Con los dos Donnadieu comandando el proyecto a cambio del salario mínimo permitido por sus respectivos convenios, la JSF se propuso estrechar lazos con su entorno dando inicio a una labor pedagógica, de cantera, que aún perdura. El objetivo último de los empleados del club era profesionalizarse paulatinamente, pero sin renunciar a que la entidad estuviera formada exclusivamente por «buenas personas». Una apuesta ambiciosa y quizá anacrónica, aunque profundamente lógica para una organización que, sencillamente, pretendía integrarse en la vida diaria de unas familias que mayoritariamente trabajaban en París pero sacrificaban muchas horas de su vida en desplazarse diariamente hacia un ambiente más sosegado.

Un par de años después, el proyecto había alcanzado sus objetivos iniciales y Jean Donnadieu se planteó exportar su modelo más allá de la liga departamental, la categoría más baja del baloncesto sénior francés: a lo largo de la primera mitad de la década de los noventa la JSF se fusionó a paso de tortuga con la Entente Sportive de Nanterre, en un proceso que supuso una auténtica anomalía en el turbulento mundo del deporte actual, en el que los ciclos vitales de los clubes son cada vez más insospechados. Y quizá por justicia poética o, simplemente, porque las cosas bien hechas bien parecen, entre 1989 y 2004 la Jeunesse encadenó 10 ascensos que la llevaron a la segunda división del baloncesto francés.

Una cenicienta sin campanadas

Nanterre 4Seguramente, ninguna gesta es posible sin suerte. En 2004 el pequeño club de Nanterre se había plantado en la liga Pro B, Pascal Donnadieu era el entrenador de moda en la categoría y el palacio de los deportes Maurice Thorez rebosaba de aficionados vestidos de verde en cada partido. Son incontables los deportistas que han explicado que la barrera que separa el profesionalismo de la práctica amateur es mucho más densa que la puerta giratoria que da acceso, más adelante, a la élite de las máximas categorías. Nunca sabremos qué habría sido del Nanterre en caso de haber ascendido al olimpo del baloncesto siendo un adolescente altivo y descoordinado, porque, continuando con su fábula, el club no tuvo la buena suerte de convertirse en un niño rico y malcriado. La JSF pagó su peaje y el pequeño club inexperto se curtió durante siete temporadas en segunda división, donde se convirtió en un rollizo joven dispuesto a todo. En cualquier caso, ningún guion que se precie se permite secuencias aburridas: para que nadie tuviera la tentación de dejar de frotarse los ojos, el equipo hizo una aparición estelar en la final de la copa de Francia del año 2007, aunque perdió la final ante un histórico, el Pau-Orthez, por 92 a 83.

Quizá la clave del proyecto del Nanterre es que la institución nunca perdió el paso de las proezas deportivas de los pupilos de Donnadieu junior. La misma temporada que la JSF disputó su primera gran final, el presidente vio cumplido un viejo sueño y pudo al fin inaugurar un centro de integración deportiva que permitió a varios jóvenes jugadores del entorno compaginar estudios y entrenamientos. En pleno siglo XXI y mientras decenas de clubes deportivos de toda Europa vendían instalaciones y saldaban canteras, la Jeunesse creó la suya integrando en ella a varios jugadores extranjeros atraídos por la fiabilidad del proyecto: «Ahora tenemos americanos, colombianos y también jugadores de la zona. Son profesionales y de lugares muy diferentes, pero sobre todo son buenos chicos», dijo entonces su presidente.

Desde que el club se presentó a Francia en la final de su copa, el milagro del Nanterre siguió su curso con luz y taquígrafos: tras conseguir en 2011 el ansiado ascenso a la máxima división del baloncesto francés, el equipo logró mantener la categoría sin perder de vista su viejo lema («respeto y solidaridad»),  aunque para ello fue necesario despedir sobre la marcha a un par de jugadores que no digirieron adecuadamente el empacho de mieles de éxito que se estaba dando la plantilla. De nuevo, el juicio de los resultados volvió a dar la razón a una concepción que situaba al club por encima de sus integrantes: nadie esperaba que, en su segundo año en la mejor liga francesa, la JSF lograse clasificarse para los playoff, aunque fuese como octavo y último clasificado de la fase final; por supuesto, tampoco era previsible que el equipo eliminase al líder de la fase regular, ni que continuase su camino hasta la final; y de ninguna de las maneras cabía esperar que, con el segundo presupuesto más bajo de toda la liga, la Jeunesse se alzase con el título frente al Estrasburgo, uno de los grandes de la competición. Ninguna de esas cosas debían pasar y todas pasaron. Fue así como el Nanterre se alzó con un título inaudito e incomprensible que, además, le dio el derecho de jugar y vencer en pabellones tan cercanos y lejanos como el Palau Blaugrana, añadiendo un nuevo capítulo a una fábula que parece no tener fin (el equipo conquistó también la Copa de Francia 2014) y ya dura 26 años.

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Nanterre, campeón de Francia de baloncesto -¡Por fin algo de deporte! ¡Paso del Paris Saint Germain! ¡Compra! -¡No está en venta!

Alguien podrá pensar, y no sin razón, que no existen luces sin sombras y menos aún en el deporte actual. Ese alguien tiene derecho a rebuscar en los cubos de la basura que seguramente habrá en la parte de atrás del Palais des Sports Maurice Thorez; sin embargo, los aficionados de todos los clubes humildes del mundo que ya tienen convalidadas todas las desdichas deportivas imaginables tienen derecho a creer que, en alguna parte, debe de existir un reverso luminoso que ofrezca un poco de esperanza. Al observar este milagro de cerca no cabe sino admirar las orgullosas y sensatas palabras que el presidente Donnadieu pronunció charlando con Le Monde pero pensando en su hijo, días antes del partido por el título. Posiblemente en ellas esté encerrada la esencia de un milagro que quizá trasciende el deporte y que ha acontecido frente a nuestros ojos, pero cuesta mucho creer:

«Algo de talento debe de tener, aunque lo cierto es que está bastante abochornado ante tanta atención mediática. (…) Espero que, si ganamos el sábado, sea el depositario de la victoria, pero, en cualquier caso, lo verdaderamente importante es que esto está dando un sentido a su vida».

Qué más podría desear un padre presidente del Nanterre a un hijo entrenador del Nanterre.

Nota: Una versión previa de este mismo artículo fue publicada en Neville Magazine Digital. Para visitarla, pulsa aquí.

Víctor Muiña Fano
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