Por mucho que nos guste el buen cine, y casi todas las anteriores entregas de este cinefórum deberían servir como prueba de ello, a veces también nos gusta ponernos un poco gamberros. Así que nada mejor que continuar una obra maestra de la cinematografía criminal francesa como Rififí (Du rififi chez les hommes, 1955) con Deathstalker II: Duelo de titanes (Deathstalker II, 1987), una coproducción entre los Estados Unidos y Argentina, ideada por un Roger Corman desatado, y que además no deja de ser, al menos oficialmente, la continuación de una de las muchas películas que trataron de aprovecharse del filón descubierto por Conan el Bárbaro (Conan The Barbarian, 1982) de John Milius. ¿La conexión entre ambos títulos? El protagonista es un ladrón… y eso ya es más de lo que podíamos esperar.
Existe una expresión coloquial en torno a las manifestaciones culturales que dice que «algo es tan malo que termina siendo bueno». Si alguien lo pone en duda alguna vez, debería ver esta película, entre otras cosas para comprender cómo se produce ese extraño fenómeno en el que el mayor de los disparates deja de resultar ofensivo y se convierte en una experiencia casi catártica, una celebración del cine y lo que le rodea. En Deathstalker II todo está mal desde el principio. Si alguien se ha atrevido a ver la primera parte, obra de culto entre los aficionados a la espada y brujería en la pantalla, lo primero que descubrirá es que la relación se acaba en el título: no repite actor ni personaje, el mundo no es que se parezca demasiado y el tono no tiene nada que ver; aquí abandonamos las ínfulas de seriedad para sumergirnos en el alocado universo de la comedia bárbara, un género seguramente infrarepresentado en la historia del celuloide.
Al mando de esta gloria del séptimo arte estaba Jim Wynorski, director que había destacado por guionizar copias de Porky’s (id., 1982), y que contaba con apenas un par de películas en su haber antes de liarse la manta a la cabeza e irse a Argentina para dirigir este engendro; que terminase siendo el responsable de El regreso de la cosa del pantano (The Return of Swamp Thing, 1989) y que a día de hoy se dedique a hacer parodias softcore de películas de éxito, nos demuestra que eran otros tiempos para DC y el cine en general. Rodeado de su por entonces novia y estrella de Penthouse, Monique Gabrielle (protagonista), su ex novia Toni Naples (como villana de la función) y los olvidados John Terlesky y John LaZar (como partenaires masculinos de la función), está claro que Wynorski nunca se tomó en serio lo que estaba haciendo, algo que le agradecemos. Ante cualquier cruce, siempre elige el camino más delirante y divertido, evitando el aburrimiento en todo momento, como si tuviese clemencia del espectador y decidiera que dado que va a ver una película de mierda, al menos estaría bien que se riese.
La trama habla de un rey de los ladrones, de una princesa huida en secreto y de una villana vestida de cuero negro al servicio de un hechicero malísimo que ha creado una copia perfecta de la princesa; para aderezar el mejunje: unas amazonas. Mézclenlo todo, agiten con ganas y añadan un cementerio lleno de muertos vivientes, una banda de matones digna de ser conocida, la presencia de la indescriptible Queen Kong como guerrera definitiva de las amazonas, alguna escena subida de tono… y tendrán Deathstalker II. Si tras su visionado siguen sin entender por qué algunos vemos películas malas de manera consciente, es que nunca lo van a poder comprender. Eso sí, por prescripción médica lo ideal sería que al menos las primeras exposiciones a este tipo de cintas fueran realizadas en la compañía de algún cómplice con buena disposición y ganas de pasarse días canturreando sus canciones. Luego no queremos quejas si existen efectos secundarios.
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