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Cinefórum LIV: Rififí

Parece mentira lo que una enfermedad terminal, o casi, puede dar en el cine. En Vivir (Ikiru, 1952) servía como desencadenante para la redención de un gris burócrata, y en Con los días contados (Running Out of Time, 1999) era la razón para que un ladrón traicionase a los de su condición. En Rififí (Du rififi chez les hommes, 1955) la cosa no llega a tanto, aunque parece claro que la permanente tos que aflige a Tony «le Stéphanois» tiene algo que ver en su decisión de volver a dedicarse al robo tras su salida de la cárcel. El hecho de que de nuevo estemos ante un gran golpe, de esos que tanto gustan al cine, acaba de emparentar esta nueva entrega con la anterior.

La Francia de la posguerra puede ser, fácilmente, uno de los territorios mejor abonados para el cine. La tradición fílmica del país se unió a la necesidad de un escape tras los sucesos de la Segunda Guerra Mundial, que en la gran pantalla tan bien habían previsto cintas como La regla del juego (La Règle du jeu, 1939), para construir un nuevo discurso artístico que tendía en ocasiones hacia un realismo casi obsesivo. En este aspecto, Rififí no llega a las cotas casi enfermizas de La evasión (Le trou, 1960), pero se le acerca en dos momentos concretos: por un lado en la minuciosa reconstrucción del robo (cuyo método pasó a conocerse como el del Rififí por culpa de la cinta), una media hora de cine puro, sin necesidad de palabras ni explicaciones, que se erige en el punto álgido de la película; por otro lado en esa mirada global, frente a la otra concreta, que presenta un mundo criminal de baja estofa creado por el final de la guerra, en el que se suceden las timbas en los cuartos traseros de bares aparentemente normales, las conexiones internacionales necesarias para dar un golpe de buenas dimensiones o el crecimiento urbano de un Paris que se nos presenta desnudo de todo glamour.

Esa crítica a toda la sociedad francesa, desde unos policías totalmente ineptos y que nunca parecen ser un peligro para los criminales, a un mundo del hampa en el que el honor entre ladrones no puede existir, viene seguramente de la mano del realizador de la película: Jules Dassin fue uno de los más notables entre los exiliados del macartismo estadounidense. Tras haber triunfado en el cine negro de Hollywood con La ciudad desnuda (The Naked City, 1948) como gran obra, fue la acusación de Edward Dmytryk la que lo convirtió en un miembro de la lista negra. Acabaría siendo uno de los principales autores al otro lado del Atlántico, ganador del premio a mejor director del Festival de Cannes por Rififí y hasta candidato a mejor director en los Oscars de 1964 por Nunca en domingo (Pote tin Kyriaki, 1960). Finalmente, se casó con Melina Mercouri, entrando en la realeza de la cultura europea contemporánea. Como curiosidad, su carrera también destacó por sus incursiones como actor, que empezaron en Rififí gracias a su papel de César «le Milanais», donde mantiene el tipo pese a enfrentarse a todo un Jean Servais en estado de gracia.

Rififí es una de las películas clave para entender el cine de grandes atracos que tanto gusta a Hollywood, lo que ellos llaman un heist film. En ella encontraremos todo lo que uno puede esperar de una de estas cintas: desde la reunión de un grupo de ladrones de diferente extracción y habilidades, al golpe en sí mismo y sus ramificaciones. Todos los ejemplos posteriores estarán casi obligados a imitar este título, una de esas películas que han marcado el séptimo arte.

Ismael Rodríguez Gómez
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