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Descodificando a Walt Disney

El éxito de la ópera El americano perfecto, de Philip Glass, adaptación de la biografía homónima de Walt Disney escrita por Peter Stephan Jungk, volvió a demostrar el interés que, aún medio siglo después de su muerte, sigue provocando la verdadera personalidad del creador de la fábrica de los sueños. Mito y realidad se juntan en una de las personalidades más fascinantes del siglo XX, y nos empujan a indagar en algunos de los grandes misterios que envuelven su enigmática figura.

Los orígenes del americano perfecto

Walt Disney representa como nadie el sueño americano: hijo de una familia humilde de granjeros, fue un hombre hecho a sí mismo, que construyó uno de los mayores imperios empresariales del mundo y que pasó a la historia como uno de los grandes nombres de su tiempo. Sin embargo, se ha especulado mucho sobre sus supuestos orígenes europeos, lo que en parte derrumbaría su imagen de americano perfecto y le haría entrar en contradicción con alguna de sus convicciones personales.

La teoría suena plausible: Walt Disney sería un emigrante europeo llegado a Estados Unidos y que posteriormente, por miedo a suspicacias, falsearía su origen; tarea por la que habría sido confidente de J. E. Hoover (director del FBI desde 1924 hasta 1972) durante la «caza de brujas» de Joseph McCarthy. El rumor es de tal enjundia que, desaparecido ya el propio Walt Disney y tras la incendiaria biografía de Marc Eliot (Walt Disney. El príncipe oscuro de Hollywood, 1994), su propia hija Diane se puso en contacto con el primer ilustrador español de los estudios Disney, Raúl García, para que intentase investigar si había algo de cierto en esa historia.

La idea más extendida es que Walt Disney era de origen español. Solo hace falta acercarse hasta Mojácar, Almería, para comprobar cómo sus habitantes y autoridades afirman con convicción, y creen con devoción, que Walt en realidad se llamaba José Guirao Zamora y era el hijo ilegítimo, nacido en 1901, del médico del pueblo, Ginés Carrillo, y la enfermera Isabel Zamora. Esta, para evitar el oprobio, se habría marchado a Estados Unidos, concretamente a Chicago, donde por falta de medios acabaría dando el niño en adopción a la familia Disney.

La historia surge en 1940 con un artículo de la revista de cine Primer Plano (posteriormente se sabría que fue un montaje de la publicación junto a Jacinto Alarcón, el por entonces alcalde de Mojácar) y fue alentada por el régimen franquista, que veía en el conservador y anticomunista Walt Disney una figura reivindicable y que a su vez reflejaría al carácter abierto y moderno de España. Los propios habitantes de Mojácar también aportaron testimonios al respecto: a mediados de los años cuarenta una pareja de ejecutivos de Disney se habría dejado ver por allí interesándose por los registros de nacimiento de José Guirao Zamora y Salvador Dalí, amigo de Walt Disney (el cual le visitaría en la década de 1940 para trabajar en un proyecto conjunto, Destino), habría escuchado de su propia boca (algo que el propio pintor nunca afirmó) que su origen era andaluz y que por dicho motivo quería crear un Disneyland en el cabo de Gata.

Esclarecedor al respecto es el documental del director español Eduardo Soler, Disney a través del espejo (2009), que sigue las pesquisas de Tito del Amo, fotógrafo afincado en Mojácar y vecino durante su infancia de Disney. Gracias a él sabemos que en los principales puertos de emigración estadounidenses de la época no hay registro alguno de la llegada de Isabel Zamora ni de su hijo (y no hay motivos para pensar que entrasen de forma ilegal en un país en el que la emigración era recibida con los brazos abiertos) y, si bien es curioso, pero no demasiado extraño en esos años, que los Disney no registrasen el nacimiento de su hijo Walter, como sí habían hecho con el resto de sus hijos, sí que consta su acta de bautizo.

Así pues, hay cierto halo de misterio en torno al origen de Walt Disney, pero analizando los datos disponibles todo parece indicar que la teoría de su procedencia europea es, como sus propias películas, pura fantasía.

El genio del dibujante

De Walt Disney se ha dicho que no sabía dibujar y que no es el creador de Mickey Mouse. Ya puestos a derrumbar mitos, que sea a lo grande. Pese a que la versión oficial, afirmada por el propio Walt Disney, es que la idea del ratón Mickey se le había ocurrido a él mismo en un viaje en tren de Hollywood a Nueva York, nunca se ha llegado a aclarar definitivamente a quién pertenece realmente su autoría. Muchos apuntan a su primer dibujante y talento artístico sobre el que se construyó el imperio Disney en sus inicios: Ub Iweerks. Posiblemente, Mickey Mouse fue una creación conjunta de ambos.

Sin embargo, sí se sabe que ni uno de los grandes personajes de su estudio (Donald, Pluto, Goofy, Tío Gilito…) fueron creados por Disney y tampoco intervino directamente (sobre el papel) en ninguna de las películas de animación. Ni siquiera creó su característica firma.

Por supuesto, Walt Disney sí sabía dibujar, pero su genio no residía en las manos sino en la cabeza. Para lo que realmente estaba capacitado era para la dirección, la creación de personajes y argumentos y para hacer salir a flote la parte creativa de sus dibujantes. Como una abeja, Disney iba por el estudio de un departamento a otro recogiendo polen, motivando y animando a sus empleados. Aunque para polinizarlos se mostraba tiránico, los instaba a mejorar su trabajo ignorando sus logros, les pagaba sueldos mínimos y firmaba por ellos sus trabajos. La reina madre era la dueña del panal y tenía sus reglas. Como una especie de Steve Jobs de la animación, supervisaba el trabajo de forma obsesiva y sacaba lo mejor del talento de sus trabajadores, provocando miedo, reverencia y desprecio al mismo tiempo. Curiosamente, sus empleados no hablaban mal de él, por quien sentían una fascinación que parece común en todas las personas que lo conocieron. Y es que algo tenía Disney cuando ninguno de sus dibujantes, pese al inmenso talento que atesoraban, logró triunfar fuera de sus estudios.

Walt Disney bless America

Antisemita, anticomunista, fascista, racista y machista. El «tío Walt» tenía para todos. En el viejo Hollywood, el antisemitismo no era la losa que hoy en día puede suponer para un cineasta y los allegados a Disney sabían del recelo de este por los judíos, no faltando los analistas que han visto señales de tal antipatía en algunos cortometrajes de la década de 1930, como en Los tres cerditos (1933).

Pero de lo que no hay dudas es de su carácter profundamente conservador. Las huelgas que sus trabajadores protagonizaron en 1941 (pese a ser los mejor pagados del mundo de la animación, sus sueldos eran bajos y Disney les había prometido unas mejoras contractuales que no llegaban) le convencieron definitivamente de su anticomunismo. Consideraba el comunismo como una seria amenaza contra el modo de vida estadounidense y a la huelga de 1941 como una estrategia del Partido Comunista de Estados Unidos para ganar poder en la industria del cine. Amigo de Hoover, su furibundo anticomunismo se vio reflejado en su papel de confidente ante el Comité de Actividades Antiamericanas, en donde denunciaría a antiguos empleados y activistas sindicales y a estrellas de Hollywood como Charles Chaplin, a quien poco antes de morir pediría disculpas por carta.

Se ha discutido mucho sobre las simpatías de Walt Disney por los regímenes fascistas en los años previos a la segunda guerra mundial. Hay referencias que afirman que fue recibido en dos ocasiones en Roma durante los años treinta por Mussolini y, según la cuestionable palabra de Art Babbitt, trabajador de Disney despedido justo antes de la huelga, habría asistido a mítines del German American Bund, organización pronazi estadounidense. Lo que parece claro es que cualquier simpatía por el fascismo debió de desaparecer en cuanto Estados Unidos entró en conflicto, momento en el cual colaboró con el gobierno rodando filmes propagandísticos (en alguno de ellos se ridiculizaba a líderes fascistas como Hitler y Mussolini).

Según la biografía novelada de Jungk, en sus estudios no trabajaban afroamericanos, a los que se delegaba a lo sumo a labores de jardinería o limpieza (habría prohibido la entrada a uno de sus parques de atracciones a Muhammad Ali), tampoco hippies (sus empleados no podían llevar melena ni barba) y las mujeres colaboraban solo coloreando y en un edificio aparte.

Viendo la faceta moral más intransigente y reaccionaria de Disney, que en alguna ocasión se barajase la idea de otorgarle el Premio Nobel de la Paz, como señala el narrador de El americano perfecto, no deja de ser una ironía sin gracia.

Hacia el infinito y más allá

Probablemente, casi ninguna persona de a pie conocería el término criogenización si no fuese por Walt Disney. Ya se sabe: Elvis Presley vive desde hace tres décadas y media en Suramérica escondido de la mafia, Bruce Lee recibió un golpe mortal secreto que años más tarde lo mataría, Lady Di estaba embarazada cuando murió y el cuerpo de Walt Disney se mantiene criogenizado desde 1966 bajo Los piratas del Caribe, a la espera de que la ciencia pueda curar el cáncer de pulmón que iba a acabar con su vida.

Que un mito muera es algo que nos resistimos a creer. Y si ese mito además estaba obsesionado con su propia muerte, se informaba de los avances científicos y había dejado todo preparado para que su médico y su masajista personal se encargaran de los trámites para su criogenización, la leyenda echa a andar de forma imparable. Pero la realidad en este caso es mucho más prosaica: Walt Disney fue incinerado y sus cenizas descansan en el cementerio de Glendale, en Los Ángeles. Tanto su pragmático hermano Roy como su viuda, Lillian Disney, desoyeron los deseos de Walt y procedieron con celeridad a incinerar su cuerpo y a realizar el sepelio, en medio de un celo desmesurado por la privacidad que fácilmente pudo ser confundido con voluntad de secretismo (lo que, una vez conocido su interés por la criogenización, influiría en el nacimiento de la leyenda urbana que rodea su muerte).

Walt Disney tenía pánico a la muerte y, como buen ególatra que era, le preocupaba cómo seguiría adelante su compañía sin él y el hecho de que sus propias creaciones (bueno, como ya hemos dicho, las creaciones que a él se le atribuían) le sobrevivirían. De ahí surge su interés por la criogénesis, que se enmarcaría en un ambicioso proyecto de crear una ciudad utópica del futuro junto al arquitecto Victor Gruen, la EPCOT (Experimental Prototype Community of Tomorrow), en la que, entre otras cosas, los muertos no serían enterrados, sino congelados.

La figura de Walt Disney es deslumbrante, compleja y contradictoria y, si no se le puede considerar un genio del arte, sí que fue un hombre genial; un pionero de la animación a la que dignificó como forma de arte, un emprendedor de talento y perseverancia, consciente de sus limitaciones pero con una clarividencia visionaria para el cine y los negocios, una mente pensante en continuo movimiento. Pero como casi todos los genios, tenía un lado oscuro, una personalidad oculta que, sacada a la luz, enturbia precisamente la imagen idílica y edulcorada que él mismo quiso dar del mundo.

Marcos García Guerrero
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Un comentario

  1. Creo que no te has informado bien y sólo has acudido a las fuentes más dudosas deseosas de vender libro a cualquier costa, beneficiándose de que el propio Walt Disney no está ya para defenderse de tantas mentiras. Puedes borrar el artículo entero.

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