No es exagerado decir que Richard Matheson es uno de los autores capitales de la cultura popular anglosajona y, por extensión, occidental. Entre sus muchos logros está el de haber nutrido al medio audiovisual, directa o indirectamente, de una cantidad considerable de historias rebosantes de imaginación. Desde guiones televisivos para The Twilight Zone y Kolchak: The Night Stalker, novelas o relatos que fueron llevados a la gran pantalla con mayor o menor acierto (entre ellos el que daría lugar a El diablo sobre ruedas, la primera película de Steven Spielberg), pasando por la imprescindible Soy leyenda (1954), obra sin la que George A. Romero nunca hubiera podido colgarse la corona de padre fundador del subgénero zombi-apocalíptico, la aportación de Matheson a nuestra imaginario colectivo parece invaluable. El cinefórum de esta semana supone, sin ir más lejos, su particular contribución al tema de la mansión embrujada.
La leyenda de la casa del infierno de John Hough (1973) cuenta con un guion firmado por el escritor estadounidense, quien adapta una novela propia que ya desde el título (Hell House, en el original) homenajea-plagia a la referencial La maldición de Hill House de Shirley Jackson (1959). El punto de partida de ambas es casi idéntico: un grupo de personas se adentra en una casa, supuestamente encantada, para documentar los posibles acontecimientos paranormales que sucedan en su interior. En la historia de Matheson el peculiar equipo de caza-fantasmas está formado por el doctor Lionel Barrett (Clive Revill), físico interesado en la parapsicología; su esposa Ann (Gayle Hunnicutt); la espiritista y médium psíquica Florence Tanner (Pamela Franklin); y Benjamin Franklin Fischer (Roddy McDowall), médium físico y único superviviente de la última excursión a las profundidades de la temible Casa Belasco, «el Everest de las mansiones encantadas». William Reinhardt Deutsch (Roland Culver) es el anciano millonario que les convence, billete sobre billete, para que se suban a la nave del misterio.
Aún lejos de ser una película sobresaliente, y por tanto al menos un escalón por debajo de la adaptación que hizo Robert Wise de la novela de Jackson (The Haunting, 1963), los aciertos de La leyenda de la casa del infierno son múltiples, dejándose ver su impronta en mucho del género de terror y fantástico posterior. El inglés John Hough era ya en 1973 un director curtido en televisión (El barón, Los vengadores) y con experiencia en el género del terror cinematográfico (Drácula y las mellizas, 1972), y su pericia se aprecia en una querencia formal muy setentera con la que logra una desasosegante atmósfera gracias a su claustrofóbico encuadre de personajes. La banda sonora ayuda al mal rollo general, y los rótulos en pantalla con la fecha y horas de las escenas, así como los saltos temporales que conllevan, ayudan tanto a proyectar una imagen de cientificidad como de mundo aparte e irreal.
Pero el verdadero interés del film reside en sus propuestas narrativas, virtudes atribuibles al genio de Matheson. Si en la historia de Jackson el mal era una energía negativa atrapada en una estructura arquitectónica y que se manifestaba atacando el lado oscuro de la mente de uno de sus inquilinos, en la Casa Belasco todos los que se encuentran en su interior son susceptibles de sucumbir a su hechizo, mientras lo sobrenatural intenta ser explicado bajo postulados seudocientíficos. De hecho, esta es una de las cuestiones más potentes que cruzan todo el metraje: la de interpretar los acontecimientos bajo una perspectiva racionalista (Lionel Barret) o taumatúrgica (Florence Tanner y Benjamin Franklin Fischer); y más concretamente, si lo que ocurre en la mansión se debe al poder psíquico y físico de los médiums o a la verdadera presencia de espíritus. Estas dudas acompañarán a los personajes y al espectador hasta prácticamente el final.
Como casi toda la película trascurre en la casa, la propia mansión se convierte en un personaje más, y la relación entre los protagonistas dentro de ella cobra tanta o más fuerza que los propios hechos sobrenaturales que puedan suceder. Además, según avanza la cinta, vemos que dos de los roles aparentemente secundarios, el de la esposa del doctor y el del médium físico, se invierten en importancia hasta convertirse en los verdaderos protagonistas de la historia. El primero explotando en un principio su sexualidad y luego empujado por la resolución de carácter, y el segundo para emerger desde un aparente desequilibrio mental causado por el miedo personal hasta la clarividencia que le da enfrentarse a sus temores.
La leyenda de la casa del infierno parte de una premisa conocida para hacer avanzar la propuesta gracias a la solvencia de su director y, sobre todo, la habilidad de su guionista. No se pueden entender novelas y películas posteriores como El resplandor sin ese sutil juego psicológico que parece ser la verdadera naturaleza terrorífica de la casa infernal de Hough y Matheson. Lástima que, paradógicamente, asustar de esta manera se haya convertido hoy en el verdadero fantasma de los relatos de mansiones encantadas.
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