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El apóstol: el folk-horror en los tiempos de Netflix

Si hay un subgénero del terror que merece toda la atención de los aficionados ese es sin ninguna duda el llamado folk-horror. Ese terror folclórico que sonaría fatal en castellano, posiblemente nos haría pensar en algo así como La noche de los muertos vivientes con Curro Jiménez de fondo; sin embargo, los británicos siempre han sabido venderse muy bien y consiguieron que sus zonas rurales se convirtiesen en uno de los mejores escenarios para las historias tenebrosas, logrando que en ellas se pudiesen dar la mano la familiaridad de lo habitual con lo desconocido.

La gran cinta del folk-horror es, posiblemente, la nunca suficientemente valorada El hombre de mimbre (The Wicker Man, 1973) de Robin Hardy. Pocas películas han ido ganando tanta trascendencia con el paso de los años, sirviendo como ejemplo perfecto de un nuevo terror que crecía desde las urbes para empezar a temer los pequeños pueblos y todo lo que allí sucedía. En una muestra de lo transversal de estos movimientos, el que nos ocupa se convirtió en una especie de reverso tenebroso de la campiña británica a la que cinco años antes habían cantado Ray Davies y los Kinks en su sobresaliente The Kinks Are the Village Green Preservation Society.

No es ahora momento (tal vez más adelante lo haremos) para repasar el resto de las películas que configuraron el folk-horror, empezando por la trilogía fundacional de El hombre de mimbre, La garra de Satán (The Blood on Satan’s Claw, 1971) y Cuando las brujas arden (Witchfinder General, 1968). El caso es que fue la obra de Hardy la que se estableció como canon y la que más a menudo se asoma como referente y plantilla desde la que construir las nuevas aportaciones a un subgénero en plena forma. Algo que El apóstol (Apostle, 2018), uno de los últimos estrenos de Netflix, viene a demostrar.

La vuelta a casa de un director

El director de El apóstol puede ser uno de los directores actuales de éxito con la carrera más extraña. Gareth Evans es galés, estudió en su país natal, se ganó la vida enseñando su lengua por Internet, dirigió en Gales una cinta de terror de escaso presupuesto llamada Footsteps (id., 2006) y terminó yéndose a filmar por encargo un documental sobre artes marciales a Indonesia. Allí descubrió que quería hacer cine de acción y, más importante todavía, se encontró con Iko Uwais. Así empezó una colaboración que terminaría llevándoles a la creación de Redada asesina (The Raid, 2011), una de las películas más rompedoras y obra de culto desde el minuto uno. Tras el éxito llegó una segunda parte menos lograda que la primera y el regreso a occidente para tratar de hacer una película dedicada al Deathstroke de DC y, finalmente, acabar volviendo al terror con El apóstol.

Merece la pena destacar, eso sí, que antes participó en el film colectivo V/H/S/2 (id., 2013), encargándose del segmento más interesante de toda la cinta. En Safe Haven nos cuenta la visita de un grupo de grabación a un culto indonesio para tratar de descubrir algo más sobre la aislacionista sociedad que allí ha surgido. Ya mostraba aquí Evans un acercamiento a los temas del folk-horror, con una normalidad que se va viendo rota por unos sucesos incomprensibles y cada vez más terribles que atenazan a los protagonistas. A pesar de ser un corto que emplea el ya agotado recurso del falso documental, cámara en mano en todo momento, lo cierto es que resulta efectivo y muestra a un director valiente y capaz de conectar con los aspectos más interesantes del cine de terror actual.

No debería sorprender a nadie, pues, que el primer largometraje de Gareth Evans, de regreso a la industria occidental, sea una cinta de terror. Es verdad que muchos esperábamos que siguiera con el cine de acción y que lo hiciera en la pantalla grande, pero una cinta de terror con un presupuesto suficiente y en una cadena como Netflix, no es en absoluto fracaso. Además, por el camino consiguió ir reclutando a un buen número de actores de los que todo director quiere tener a su lado; de esos que no son estrellas pero cumplen siempre, de los que están a punto de lograr el ascenso.

Dan Stevens, el mismo que hizo de La Bestia en la última adaptación de Disney sin que se le viera la cara y que fue el rostro de las primeras temporadas de Downton Abbey, es precisamente uno de los actores que sigue tratando de convertirse en una estrella con todas las ley gracias a su buen hacer. De todas formas, parece que hay algo que se le escapa al hombre, si tras su presencia en cintas como The Guest (id., 2014) no acaba de despegar. A su lado, un secundario de lujo como Michael Sheen, una actriz en clara línea ascendente como Lucy Boynton o el joven Bill Milner. Un plantel de actores de esos que solemos identificar con el cine británico, sin estrellas rutilantes pero en el que nadie destentona.

Ese aspecto de producción profesional, sin defectos claros pero también sin grandes alardes, podría servir para definir toda la película. Netflix parece seguir mostrando que en su lucha por tratar de conquistar el mundo audiovisual le continúa faltando algo para jugar en la primera división, la del cine. No es extraño que su mayor acierto hasta ahora sea Aniquilación (Annihilation, 2018), una cinta que distribuyeron, aunque no produjeron, después de que la Paramount decidiera que no llegaría al público suficiente. La impresión es que Netflix no deja de tratar sus películas como si fueran episodios muy largos de una serie, conteniendo gastos y controlando los aspectos más radicales de las mismas. Y en El apóstol tal vez pueda verse algo de dicho tratamiento.

Visitando cultos

La referencia del inicio del artículo a El hombre de mimbre no fue gratuita, porque todo lo que rodeó la salida de la cinta de Evans parecía querer referenciar a la de Hardy: un hombre que va a una extraña y aislada isla, prácticas extrañas entre los habitantes del lugar, un posible terror oculto… Una especie de puesta al día del terror a la campiña que tan bien funcionaba como referente.

Pero la realidad es que Evans cambia dos aspectos cruciales del planteamiento de la acción y que hacen que la cinta tenga que discurrir necesariamente por caminos más tradicionales y menos emocionantes. Por una parte, abandona la ambientación contemporánea para irse al ya lejano año 1905. Seguramente esto tenga que ver con tratar de evitar una sucesión de excusas para justificar el aislamiento del protagonista y de la comunidad, pero en el proceso la película olvida que ya M. R. James defendía, y el mismísimo H. P. Lovecraft con él, que el terror más efectivo suele acontecer en el tiempo más cercano al lector o, al menos, a la creación de la obra. Así, es inevitable que El apóstol se convierta tanto en una obra histórica como en una cinta de terror, algo que siempre tiene el peligro de alejarnos de la experiencia del propio terror.

El otro aspecto que separa a El apóstol de muchas de las mejores muestras del folk-horror es que opta por mostrar la comunidad como un culto surgido fuera de la isla, la ficticia Erisden, en la que transcurre la acción. Gran parte del poder del subgénero proviene de la idea de que en los márgenes de nuestra civilización sobreviven todavía prácticas y creencias extrañas, que están ahí y nunca mueren, resurgiendo de manera inesperada y manteniéndose ocultas durante siglos. Para los habitantes de la Summerisle de El hombre de mimbre sus actividades eran tan naturales como las fiestas de cualquier pueblo; eran muestras de una religiosidad que no deja de entenderse de una manera inocente y que se identifica con la propia identidad del pueblo, no prácticas impuestas y necesitadas de un nuevo profeta como en El apóstol. Los verdaderos terrores del folk-horror no nacen de los conversos sino de los que nunca han conocido otra realidad, de la resistencia de las creencias frente a la civilización.

Otro signo de los tiempos es el cambio radical que sufre la figura del protagonista. Si algo suelen tener en común las cintas a las que El apóstol parece acercarse es que se enfrentan con personajes que sirven como representación del hombre común frente a la extrañeza del culto. Por ejemplo, tenemos a un firme cristiano protagonizando El hombre de mimbre; a un traumatizado soldado sin creencias en Kill List (id., 2011); aquí conoceremos a un antiguo misionero caído en desgracia. La vieja idea del hombre que se siente abandonado por su dios y que ha abandonado la religión es básica para entender la película de Gareth Evans, que se construye en torno a un protagonista atormentado que parece ser el canal que necesita la vieja religión para liberarse. Un renegado que, a pesar de todo, ha conocido la fe verdadera.

Todo lo anterior, no obstante, podría apuntar a una superación del modelo anterior en el sentido más positivo de la expresión. Al fin y al cabo, no debemos ser integristas: sin duda, el folk-horror terminará encontrando nuevas vías de escape y no puede confinarse en una mera repetición de modelos anteriores. Pero, por desgracia para nosotros, Evans parece optar en todo momento por la respuesta más cómoda y multitudinaria, tratando de acercar su película a un terror más físico y sanguinolento que sustituya las implicaciones emocionales que encontrábamos en obras anteriores.

El aspecto más importante, relacionado de nuevo con la idea del culto, es que nuestra civilización puede derrumbarse por una influencia externa aplicada de manera directa sobre los desarrapados de la sociedad. El profeta Malcolm encuentra su rebaño entre los necesitados y les ofrece un nuevo paraíso en una isla perdida de Gales; con ellos trata de construir una nueva sociedad que sustituya a la actual y supere sus problemas. En cambio, el folk-horror tradicional busca señalarnos que sus terrores han estado ahí toda la vida, siempre presentes y esperando a ser recuperados o descubiertos. No trata de lograr conversos sino de mantener a los fieles. En él, las viejas creencias se niegan a desaparecer sin falta de que los habitantes de las ciudades las abracen.

Promesas que no se cumplen

El apóstol es una de esas películas que va de más a menos, sin conseguir que su planteamiento acabe de cristalizar en la medida que uno espera. El punto de partida es interesante y sus primeros planteamientos parecen firmes, pero pronto decide caer en una sucesión de escenas cuyo interés se nos antoja menor y que van empantanando de manera progresiva el desarrollo de la historia central. Así puede entenderse la innecesaria historia de amor entre los jóvenes Jeremy y Ffion, protagonistas de una trama que parece alargarse de manera gratuita y que en realidad solamente sirve para tener una excusa para aumentar los enfrentamientos en el seno de la comunidad, así como para introducir una escena de tortura realmente desagradable.

Tal vez exista en algún lugar una versión de la película que abandone aspectos tan manidos como la lucha de poder entre los líderes de la secta; que sepa para qué está ahí el personaje de Andrea; que plantee de una manera clara y efectiva qué hace especial a Thomas Richardson… En la versión que conocemos todos estos elementos parecen querer asomarse a la cinta, pero no acaban de tomar cuerpo. Por momentos, da la impresión de que Evans no sabe exactamente qué nos está contando, refugiándose en su lugar en una explosión de violencia o en algún momento de tensión magníficamente mantenido por Dan Stevens.

Resulta llamativo que incluso una cinta tan menor y olvidada como Darklands. Tiempo de tinieblas (Darklands, 1996) consiguiera entender mejor el funcionamiento del terror religioso y de las creencias en Gales. Allí, la historia se establecía en la contemporaneidad de la cinta y se centraba la acción en un periodista que investigaba un asesinato, para terminar descubriendo extrañas celebraciones druídicas lideradas por un político nacionalista que buscaba el regreso a la pureza de la tierra. Esa idea del regreso, de la pervivencia del pasado, es lo que Evans abandona para presentarnos una convencional narrativa de la creación de un culto.

No extraña, entonces, que las escenas que permanecerán en la memoria del espectador sean seguramente aquellas más propias del terror contemporáneo, porque El apóstol no duda en traer consigo la violencia y la abundancia de sangre o tortura. En el proceso, por supuesto, abandona las connotaciones sexuales y un verdadero cuestionamiento de las creencias del protagonista, que en el fondo sigue firme en sus convicciones aun cuando se enfrenta a situaciones que están claramente fuera de su comprensión. Tal vez es una muestra más de que el hombre moderno no está tan abierto a la duda como sus antecesores.

Netflix y el horror

No deja de resultar curioso que muchas de las producciones de Netflix caigan en el género de terror, al tiempo que todas ellas resultan ligeramente insatisfactorias por diferentes motivos. Parecería que la plataforma digital no lograse encontrar el punto en el que sus ansías de universalidad casen con la exigencia del cinéfilo ávido de nuevas ideas que trasgredan lo anterior y abran nuevos caminos al género.

El apóstol, de hecho, no es la única incursión de Netflix en el folk-horror, un género que ya referenció El ritual (The Ritual, 2017). En ese caso solamente había actuado como distribuidora, comprando los derechos internacionales del film un vez este ya se había estrenado en el festival de Toronto, pero el canal debió de ver en él algo que le interesaba. La acción de dicha cinta se ambientaba en la actualidad, pero se jugaba con la clásica historia de un grupo de amigos que se ven enfrentados a una paulatina y lenta desesperación, a la locura y la muerte, fiando toda su suerte a ciertos momentos realmente perturbadores y a un giro final bastante conseguido. Pero, de nuevo, todo parecía demasiado cuidado, demasiado fácil, demasiado convencional.

Netflix sigue esperando su primera gran obra cinematográfica de terror, aunque parece convencida de que tarde o temprano podrá conseguirla. Al igual que el fichaje de Bong Joon-ho para otro género, Gareth Evans no dejaba de ser una apuesta capital para la firma estadounidense; sin embargo, el resultado ha sido una película que apunta cosas interesantes pero, al final, está pensada para la plataforma digital de Netflix. Y, desde luego, a día de hoy no parece que la experiencia de visualizar el terror en la pantalla de tu hogar, tras elegir qué vas a ver entre cientos de películas y series diferentes, todas ellas pensadas para agradar a la mayor cantidad de gente posible, vaya a ser el germen de la siguiente gran revolución en el cine de género. Una lástima.

Ismael Rodríguez Gómez
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