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Balada triste para el blanco pobre – 13 de septiembre

Una canción está animando otro verano de descontento en Estados Unidos. Rich Men north of Richmond: «Hombres ricos al norte del Richmond», de Oliver Anthony, ha sido escuchada sesenta y tres millones de veces en un mes. Oliver, pelirrojo y con dobro, canta desde los empobrecidos Apalaches: «he estado vendiendo mi alma/ Trabajando todo el día/ Horas extras/ Por un sueldo de mierda/ Para poder sentarme aquí/ Y desperdiciar mi vida». Los republicanos piensan que les puede servir de himno porque quieren el voto de la amargura, pero el cantante ya les ha dicho que ellos también son ricos preocupados en «saber lo que piensas, saber lo que haces». La canción protesta de Oliver Anthony tiene patria pero no partido.

La música de Oliver Anthony es el grito de protesta de los blancos sin herencia y sin representación. Los demócratas no saben muy bien qué hacer con ellos. Mark Lilla advirtió hace años que el despertar de la multidiversidad no saca de pobres a los desempleados, ni devuelve a la vida a los adictos al fentanilo de la desesperación. Al contrario: el wokismo es un arma de doble filo que alimenta a la reacción trumpista, capaz de congregar a los húerfanos del desmoronamiento. El músico Anthony es de esa parte de la sociedad estadounidense, escribe Rafael Poch, que todavía es capaz de escapar de los compartimentos estancos ofrecidos y encontrarse en lo común, aunque sea la calamidad.

Snowden ha escrito que el cantante Anthony tiene que andarse con cuidado, que el FBI seguro que ya le ha fichado en una democracia donde los servicios de seguridad vigilan e infiltran a la disidencia. Snowden advierte a los que le quieran llamar conspiranoico: recuerda que a John Denver, otro músico, le abrieron expediente solo por ir a una manifestación contra la guerra del Vietnam. Los agentes registran que Denver no cometió ningún delito pero ahí está su ficha: criminal en potencia por protestar. La superioridad moral frente a las dictaduras brilla en los discursos de un poder que se asienta en las cloacas.

Se atribuye al alemán Bismarck la frase de que las leyes son como las salchichas, que es mejor para el pueblo no saber cómo se hacen. En realidad la idea es de John Godfrey Saxe, poeta de Vermont y demócrata de los que defendía la no intervención en los asuntos de la esclavitud: usaba el concepto de soberanía popular era la que debía dictaminar si a los negros se les liberaba de las cadenas o se les mantenía atados a los campos de algodón. El republicano Lincoln proclamó su emancipación, mientras aniquilaba a los indios del centro y el oeste de los Estados Unidos en secesión. El faro de Occidente se construyó sobre ese exterminio y un mar de pistolas con las que se matarían entre sí los trabajadores, habitantes del nuevo mundo con un alma vieja.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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Víctor García Guerrero
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