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En busca del fuego: Rosny, Annaud, Roudier y Champelovier nos llevan a la prehistoria

En 1911, J. H. Rosny Aîné publicaba una novela que ya había sido editada por entregas en 1909. Su título en francés era La guerre du feu. Sin saberlo, estaba presentado la obra que le daría la inmortalidad, una historia que ahondaba en la esencia mitológica de la prehistoria bajo la narrativa de aventuras. Fue un éxito fulgurante que llevó a su autor a escribir una continuación y otras tres obras ambientadas en el mismo período. También demostró su vigencia cuando llegó al cine en los años ochenta y, finalmente, al cómic en la segunda década del siglo XXI. Un largo viaje para los tres cavernícolas que su autor creó a principios del siglo pasado. En España, la novela se publicó originalmente con el título de La conquista del fuego, aunque existe ahora una traducción más fiel a la letra (que no necesariamente al espíritu) del texto llamada La guerra del fuego. Sin embargo, para todos los que nos acercamos a ella, siempre será En busca del fuego, traducción debida a la película de Jean Jacques Annaud que en inglés fue llamada Quest for Fire. Es difícil saber qué pensaría el autor si se enfrentara a esta multiplicidad de nombres y al hecho de que su guerra se haya convertido en una búsqueda mucho más pacífica y aventurera.

La guerra del fuego: J. H. Rosny Aîné nos lleva a su prehistoria

Lo primero que debemos dejar claro al referirnos a la obra de Rosny Aîné (Aîné significa «el mayor» en francés), es que no es exactamente una novela prehistórica, al menos si entendemos a esta como un reverso más primitivo de la novela histórica al uso. A pesar de que el autor se basase en muchos de los más recientes descubrimientos antropológicos de su época, no cabe duda de que planteó su trabajo como una novela de aventuras propia del momento. Recordemos que Rosny venía de transitar junto a su hermano menor, con el que firmaba como J. H. Rosny a secas, por la ciencia ficción inspirada en Verne o el Conan Doyle de El mundo perdido. Su acercamiento estaría así más próximo al de las ciudades perdidas o las lejanas civilizaciones marcianas de Burroughs que a una idea de narración del pasado.

La clave para entender La guerra del fuego está en su condición mitográfica. Lo que nos narra el mayor de los Rosny no es una historia cualquiera, sino un viaje iniciático y transformador sobre el que se podrán construir los mitos futuros del pueblo de los ulhamr. Sus protagonistas comparten esa entidad mitológica, sobre todo el centro de la narración: Naoh es una figura heroica en todas las dimensiones posibles. No contento con ser el más fuerte y el mejor guerrero de su tribu, muestra también una determinación inasequible al desaliento y una inventiva superior. Su configuración no está, por lo tanto, muy lejana a la que podríamos esperar de un John Carter o un Tarzán (no es casualidad que este segundo haga su aparición apenas un año después de la publicación de La guerra del fuego). Sus compañeros, como no podría ser de otra manera, sirven para potenciar la estatura de Naoh: Gau y Nam son rápidos, fieles y fiables, pero no podrían sobrevivir siquiera al primero de los problemas que encontraran en su largo viaje sin la presencia de un auténtico líder a su lado.

La leyenda que se construye frente a nuestros ojos, es la de la lucha por el fuego, su dominio y el ascenso de la tribu de los ulhamr a un nuevo escalón de su historia. Mucho se podría hablar, y tal vez ahora sea el mejor momento, sobre la identificación habitual de los ulhamr con los neandertales. Es comprensible dicha respuesta tras la influencia causada por la película, como comentaremos más adelante, pero en la novela no es sencillo llegar a ninguna conclusión semejante, sino más bien dejar a nuestros protagonistas envueltos en una suerte de confusa neblina. Los ulhamr son un pueblo homínido muy avanzado; destacan por un lenguaje y una sociedad completamente desarrollados y se erigen en el futuro de la especie mientras todos aquellos con los que se encuentran son superados por ellos. Sus oponentes destacan por su creatividad dentro de todos los posibles tipos humanos que uno pueda imaginar; así, van desde bárbaros caníbales a enanos rojos, desde degenerados hombres de los pantanos hasta gorilas azules. Un panorama en el que la imaginación tiene más peso que la fidelidad a la prehistoria conocida de manera consciente.

El protagonismo de la historia, no obstante, está compartido por los diferentes representantes de la megafauna que Rosny estimó adecuados para su narración. De esta manera, por las páginas de La guerra del fuego desfilan los gigantescos uros, el oso gris, el temible león gigante o, sobre todo, los mamuts. Son estos últimos los mejor parados del conjunto, convertidos en una suerte de espíritus primordiales, los únicos amigos que los ulhamr encontrarán en el mundo natural y protagonistas del que posiblemente sea el mejor tramo de la novela. Los gigantes de la prehistoria nos regalan de la mano del mayor de los Rosny una de las mejores muestras de la amistad entre animales y hombres, un respiro en la frenética huída hacia delante de nuestros protagonistas que consigue que nos detengamos más todavía en la belleza y la simpleza de lo que se nos cuenta.

Así pues, para su historia mitológica el autor cuenta con un protagonista a la altura, ayudado de dos compañeros menos capaces pero de gran utilidad; un mundo lleno de amenazas y potenciales aliados y una ambientación exótica. Pero sabe que ningún mito está completo sin el enfrentamiento del hombre con su propia naturaleza. Para ello emplea a un grupo de ulhamr: tres hermanos particularmente bestiales, que estarán dispuestos a acabar con Naoh para alcanzar el liderazgo de la horda; un premio que obtendrán al recuperar el fuego y que lleva consigo la mano de la hija del actual líder, la joven Gamla. Esta es la última pieza del rompecabezas que humaniza a nuestro héroe, quien suspira tanto por la mujer como por el puesto en la tribu, siendo capaz de abandonar cualquier supuesta felicidad por ayudar a su pueblo y volver a ver a la que quiere que sea su mujer.

J. H. Rosny Aîné puede ser considerado como un auténtico creador de mitologías en su estado más primordial, el de nuestra prehistoria. Desde luego, la fantasía corre por las venas de la novela: los extraños pueblos que encuentran nuestros protagonistas solamente pueden considerarse correctos de manera antropológica siendo muy generosos con nuestros análisis. Pero eso únicamente va en su ayuda. La narración que se nos presenta de manera objetiva y fidedigna, bien podría ser en realidad una recopilación de las leyendas que se contaran tras décadas o siglos acerca del viaje en busca del fuego; aquellas que terminarían configurando la identidad de los ulhamr.

La guerra del fuego es una especie de nueva Odisea en la que el rey de Ítaca se convierte en el guía de dos subalternos y vagabundea por la Europa prehistórica en lugar del Mediterráneo griego. En ambos casos, el viaje es tan importante como el destino y la veracidad de lo narrado es menos trascendente que la interpretación que realicen sus protagonistas. Lo que nos dio J. H. Rosny Aîné no fue, en realidad, una novela de aventuras, sino la gran narración mitológica de un pueblo que nunca existió.

En busca del fuego: Jean-Jacques Annaud nos guía a nuestro pasado

El éxito de la obra de Rosny Aîné fue inmediato. La mejor prueba es que en 1914 ya se produjo una adaptación al cine por parte de la industria francesa. A día de hoy, apenas es posible acceder a algunas escenas sueltas de la película gracias a la web del musée historique environnement Urbain y en ellas podemos comprobar que se debió tratar de una cinta más de las producidas en el momento, buscando la sorpresa del espectador ante los actores vestidos como cavernícolas. También sabemos que no había mamuts, lo que le quita gran parte de su encanto.

Sin embargo, la verdadera adaptación a la gran pantalla de La guerra del fuego tardaría bastante en llegar. No sería hasta setenta años después de su publicación, en 1981, cuando Jean-Jacques Annaud se atrevió a visitar la prehistoria con su tercera película. Era Annaud entonces un director cuyo gran éxito había sido ganar el Oscar a Mejor película extranjera por su ópera prima, La victoria en Chantant (La Victoire en chantant, 1976), curiosamente enviada a la cita estadounidense por la academia de Costa de Marfil. Tras ella había llegado El cabezazo (Coup de tête, 1979), pero nada auguraba el triunfo artístico que fue su versión de la historia del mayor de los Rosny.

Lo primero que destacaría acerca de la película cualquier español conocedor de la obra de Rosny, sería el extraño título que la acompañaba: En busca del fuego (Quest for Fire, 1981). El motivo seguramente fue tan pedestre como comprensible, y es que los americanos habían decidido mantener el creativo título que le habían puesto a la novela en su momento, Quest for Fire, y nuestros traductores no se preocuparon de investigar más. El segundo aspecto reseñable se trataría del póster, que parecía haber salido de un extraño cruce entre el de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) y el de Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, 1982). Que originalmente se definiera al film como «a science fantasy adventure», una aventura de ciencia fantástica, no ayudaría tampoco a prepararse para lo que se iba a ver.

Porque En busca del fuego es, sobre todo, una cinta única. Jean-Jacques Annaud, para bien o para mal, no trató de trasladar a la gran pantalla el espíritu de la obra original, sino de usarlo como una excusa para tratar de llevarnos a un viaje a la verdadera prehistoria. De La guerra del fuego apenas respetó el punto de partida y algunos de los elementos más esquemáticos del desarrollo. Es cierto que reconocemos la sombra de los protagonistas, que el conflicto subyacente es el mismo, que hay alguna cita casi literal… pero todo ello se ve superado por una idea de verosimilitud antropológica que nunca existió en el original.

El nuevo Naoh y sus seguidores son ahora unos neandertales, mucho más involucionados que sus contrapartidas literarias. Su horda es también más pequeña y menos operativa, sus medios de supervivencia más bastos y faltos de desarrollo, y además no hablan una lengua comprensible. Ahí está el primer salto al vacío de los muchos que realizó Annaud con la ayuda de Anthony Burguess (sí, el de La naranja mecánica): se inventó una nueva lengua para sus homínidos y nos retó a ver una historia en la que no existen subtítulos ni nada que se le parezca. Los actores estaban así limitados por su incapacidad para comunicarnos algo solamente con la ayuda de su gestualidad y su entonación en un idioma inexistente. Y aún así lo consiguieron. De justicia es destacar singularmente la actuación de un primerizo Ron Perlman, de largo el que mejor comprendió la esencia del planteamiento.

En busca del fuego se ahorra los momentos más épicos de la narración original y nos regala a cambio una sucesión de escenas que ahondan en la naturaleza realista del relato. Destaca sobre todo la presencia de unos más desarrollados cromañones, que vienen a tomar el lugar de los degenerados hombres de los pantanos de Rosny. Estos son aprovechados para plantear una nueva historia de amor y lograr un curioso caso de precognición, al anunciar las relaciones sexuales entre neandertales y cromañones que la ciencia parece haber probado ya en el siglo XXI. El resultado es una experiencia totalmente diferente a la novelesca.

Esta película es una buena oportunidad para hablar sobre las adaptaciones literarias y el nivel de libertad que pueden permitirse. Lo primero, es dejar claro que la fidelidad que debemos exigir tendría que ser siempre al espíritu y no a la letra del original; lo segundo, tener en cuenta que pueden perdonarse las libertades siempre que redunden en la mayor calidad del resultado. En el caso que nos ocupa, ambas consideraciones se cumplen de manera sinuosa. Al igual que en otros films (el caso de Blade Runner nos puede venir a la cabeza), En busca del fuego sirve como comentario y acompaña a La guerra del fuego, mostrando que ambas están emparentadas por algo más que su nombre original. Las dos obras, cada una en un momento diferente, en un medio distinto y con diferentes medios, trataban de hacernos viajar al pasado de nuestra especie y apreciar la grandeza de nuestra historia como comunidad. La lucha primigenia por el fuego, la gran diferencia existente entre nuestros ancestros y nosotros, la dureza de la supervivencia y la victoria de la civilización, están presentes en ambos relatos. No es casual que, a pesar de las limitaciones técnicas, Annaud no pueda resistirse a presentar, muy resumido, el episodio de los mamuts. Para el director francés la esencia central de la historia es la planteada por Rosny, por más que sobre la misma añada nuevas capas de interés antropológico ajenas al escritor belga.

En cuanto a sus novedades, que ya hemos comentado que son claramente herencia de su interés antropológico, estas redundan todas en beneficio de la obra. Esto incluye tanto a los nuevos episodios que se incluyen, como a los que son eliminados. El trabajo de síntesis es realmente notable, hasta el punto de que la película puede reservarse aproximadamente un tercio de su metraje para explorar la aportación personal de su autor a la historia, y esto a pesar de que se alarguen los primeros compases de la narración con la presentación en cámara del ataque que desencadena la pérdida original del fuego. La relación de Naoh y sus compañeros con los cromañones y el choque cultural creado, es un añadido que permite ahondar en las tesis de Annaud al tiempo que no traiciona el sentido último del original; un logro raramente conseguido en las adaptaciones cinematográficas al aunar el respeto a la fuente con la creatividad.

En busca del fuego no es, así, la traducción a un nuevo medio de la novela, sino una verdadera adaptación libre que discurre por caminos cercanos, cruzándose en ocasiones. Un logro cinematográfico de primer nivel que fue justamente aplaudido por los Premios César en el país vecino alzándose con los galardones a mejor película y mejor director. También es a día de hoy, en compañía de la secuencia inicial de 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), la mejor representación en el cine de la prehistoria humana, lejos de románticas y limpias visiones como la de El clan del oso cavernario y de desatinos del calibre de 10.000.

En busca del fuego (II): Roudier y Champelovier ilustran el mito

Que Emmanuel Roudier debe ser un tipo interesante es algo indudable. No solamente es un autor de cómic más que reconocido, sino que también es un experto en el periodo prehistórico y, particularmente, en los neandertales. Por si todo lo anterior fuera poco, resulta que es el autor de un juego de rol llamado Würm y ambientado en la glaciación Wisconiense donde los protagonistas son, cómo no, neandertales. El juego, por cierto, está a punto de publicarse en los Estados Unidos gracias a un crowdfunding exitoso en 2015. Con esos antecedentes es fácil que uno se emocione cuando se entera de que también parece ser más que un simple aficionado a La guerra del fuego y estar dispuesto a adaptarla al cómic. El resultado final no decepcionará a nadie.

Lo cierto es que ya han existido más adaptaciones de la novela al arte secuencial con anterioridad, pero ninguna de ellas tan ambiciosa como la comandada por Roudier. Tres tomos editados anualmente entre 2012 y 2014 que pretenden resumir toda la historia de la novela en ciento sesenta páginas. En España hemos tenido la fortuna de que nos haya llegado recientemente en una edición integral de la mano de la editorial Ponent Mon, una oportunidad imperdible para poder acercarnos a la prehistoria de la mano del que posiblemente sea el autor más especializado en ésta época del panorama internacional.

Emmanuel Roudier es claramente la fuerza tras la realización de En busca del fuego, ayudado por el maravilloso color de Champelovier, pero enfrentándose a lo que uno puede ver como una auténtica carta de amor a la ficción del mayor de los Rosny. Además de mostrar sus amplios conocimientos antropológicos en colecciones como Neandertal o Vo’Hounâ, el escritor y dibujante se permite citar a un experto como Marc Guillaumie y darle las gracias por su ayuda en la tarea. Sin duda, la mano del autor del libro Le roman préhistorique se nota en el maravilloso trabajo realizado para convertir la letra en imagen.

En busca del fuego, el cómic, es una obra que traduce lo narrado por la novela de una manera prácticamente textual, una idea contraria a la de la película del mismo nombre que ya hemos comentado. Evidentemente, Roudier busca la fidelidad como fin último de su trabajo, lo que no quita para que en diversos momentos haya podido ir tomando nuevas orientaciones en elementos puramente visuales. Estas variaciones, no obstante, se explican con facilidad si tenemos en cuenta que el dibujante comprende perfectamente que está trabajando más de un siglo después de que se publicase La guerra del fuego y de que su propia sensibilidad tiene que volcarse sobre la página.

Los cambios más notables se dan en la representación de algunos de los pueblos que se encuentran con los protagonistas, sobre todo los hombres del pantano (los Wah). Si la novela nos dice que, al verlos, Naoh «pensó a la vez en la serpiente y el lagarto», el cómic toma una idea visual muy diferente que entronca con la imagen de una suerte de pueblo élfico. El propio Roudier admitió esta decisión personal en su blog. Lo más curioso del asunto es que, aunque ninguno de los sucesos que tienen lugar en la trama cambia en lo más mínimo, esa decisión parece impregnar a todo el capítulo de un aire muy diferente. Lo que en Rosny es una vieja raza apática y condenada a la desaparición por su propia laxitud, en Roudier nos evoca imágenes de viejas razas feéricas que se retirarán del mundo. No hay ninguna duda de que en realidad estamos ante nuestro condicionamiento cultural imponiéndose sobre una decisión estética ajena. Pero es inevitable.

También merece la pena destacar que Roudier consigue algo que podría parecer casi imposible: igualar la sensibilidad del episodio con los mamuts de Rosny Aîné. Apoyándose en un texto idéntico, aprovecha en toda plenitud su virtuoso dibujo para transmitirnos una relación entre humanos y bestias que se convierte en el corazón sentimental del relato. Es cierto que no nos debería sorprender tanto si tenemos en cuenta el fenomenal trabajo del autor con el resto de la fauna, ya que es, junto con los paisajes, su punto más fuerte.

En busca del fuego es una adaptación que consigue narrar exactamente lo mismo que su original, pero que no renuncia por ello a conseguir que su esencia se convierta en una amalgama de las de Rosny y Roudier. Tan recomendable para los que hayan leído el libro como para los que nunca se hayan acercado a él, podemos considerarla un reflejo de la anteriormente comentada versión cinematográfica de Annaud. Las dos, cada una en su campo, son ejemplos de cómo conseguir triunfar ante la traducción de una historia a un medio diferente sin vaciar de sentido a la obra original, y eso a pesar de que las dos no pueden ser más diferentes.

De adaptaciones y originales

Basándonos en lo comentado, podría ser un ejercicio recomendable el pararnos a pensar en qué hace que funcione una adaptación o una versión. Después de todo, tanto En busca del fuego, la película, como En busca del fuego, el cómic, son completamente antitéticos en su acercamiento al material original, pero sin embargo ambos consiguen convertirse en éxitos rotundos cuando analizamos su relación con la novela. ¿Cómo puede ser esto posible?

Ya hemos comentado dos aspectos centrales al hablar de la película de Annaud: la fidelidad al espíritu de la obra original y el hecho de que los cambios realizados redunden en el beneficio de la obra resultante. Desde luego, existen muchos más factores, pero ahora apuntaremos uno más: la capacidad del espectador o lector para reconocer la narración que está desarrollándose frente a él. Esto, dicho así, viene a no significar nada. ¿Quién no reconoce la película que está viendo o el libro que está leyendo? Pero a lo que nos tratamos de referir es al reconocimiento de la obra existente de manera latente tras lo que estamos viendo. En el caso de La guerra del fuego, independientemente de que leamos el libro, veamos la película o nos enfrentemos al cómic, tendremos claro que estamos ante un viaje iniciático y mitológico en el que nuestros ancestros buscan el fuego como símbolo de la civilización y del futuro. Los detalles varían grandemente en ocasiones, pero el sustrato no.

Los tres ulhamr son reconocibles en todas las versiones por sus personalidades y posiciones en el grupo, los encuentros que sufren nuestros héroes mantienen las mismas cualidades míticas y hasta cuando los cambios son más notables se conserva el espíritu final de la narración. Así, el brusco cambio sufrido por los hombres del pantano en la película, convertidos en cromañones frente a los neandertales, trasforma radicalmente nuestra percepción del pueblo de los Wah (Ivakas en la cinta) pero no modifica para nada el resultado final del encuentro para los protagonistas.

La vigencia narrativa de La guerra del fuego queda más que probada cuando, tras más de un siglo, sus adaptaciones siguen siendo esencialmente fieles a su trama y su espíritu. Esta trilogía de versiones nos muestra que la consciente creación mitológica de Rosny Aîné, fue un auténtico éxito, consiguiendo que todos aquellos que se acerquen a ella en cualquiera de sus medios queden atrapados por la fuerza primigenia de su concepción. En el fondo, todos nosotros podemos identificarnos con los tres inmutables protagonistas de la historia en las palabras escritas por Rosny: «Y la leyenda se grabó en el cráneo de los jóvenes, para transmitirse a las generaciones y agrandar sus esperanzas, si Nam, Gau y Naóh no perecían en la conquista del Fuego».

Ismael Rodríguez Gómez
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