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Cinefórum CII: Animales nocturnos

Las primeras y chocantes imágenes con las que se inicia Animales Nocturnos (unas mujeres gordas y desnudas bamboleándose como poseídas por el baile de San Vito) parecen corroborar los posibles prejuicios con los que algunos nos enfrentamos a la obra de alguien con la biografía profesional y cinematográfica de Tom Ford: la afectada querencia por un preciosismo esteta no siempre acompañado de sustancia. Sin embargo, en cuanto la trama del film echa andar, el espectador con urticaria al posmodernismo visual respira tranquilo al comprobar cómo el diseñador de moda y cineasta consigue equilibrar su tendencia al onanismo visual con la sentida profundidad emocional que impregna Tres noches, novela de Austin Wright que adapta la película.

Animales Nocturnos se nos presenta con una atractiva estructura narrativa a modo de matrioska meta-ficcional: Susan (Amy Adams), una afamada galerista (especie de trasunto del director, en una significativa desviación del original literario), recibe el manuscrito de una novela escrita por su exmarido, Edward (Jake Gyllenhaal). La lectura del texto y su inquietante historia se mezclarán con un tercer hilo argumental, sustentando en flashbacks con los que Susan va rememorando la relación con su antigua pareja en contraposición a su vida actual.

Así, asistimos a la tristeza de una mujer que, si bien ha triunfado en el plano profesional, en lo personal padece de la soledad de un matrimonio fallido (su marido la ignora y engaña) y de la desdicha de ser consciente de que sus decisiones pasadas le han dado el éxito material a costa de no guiarse por sus propias convicciones y, en consecuencia, de una existencia vacía.

Todo eso va saliendo a la luz a medida que Susan va pasando las páginas de la novela de la que el film toma su nombre y que, bajo el disfraz de un thriller escabroso, enseguida se desenmascara como una metáfora mordaz de su relación pasada. Porque Edward, inseguro aspirante a escritor veinte años atrás, vuelca sus frustraciones sentimentales en una historia que le sirve de catártica vendetta dos décadas después de ser engañado y abandonado.

Si bien Animales Nocturnos se balancea en todo momento por una peligrosa pendiente que amenaza por despeñarla ante el peso de la temida pomposidad visual y sus múltiples sugerencias alegóricas parezcan a veces agolparse haciéndola demasiado pretenciosa, en el resultado final se aprecia un esmerado esfuerzo de contención narrativo y estético de Ford, completando un retrato tan fascinante como triste sobre la venganza y la culpa.

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