Cinefórum CCCVII : «Upstream Color»
En La caza, de Carlos Saura, un grupo de depredadores de la posguerra se da cita en un valle inhóspito para empezar matando conejos y acabar asesinándose unos a otros. Hoy seguimos atacándonos, pero la naturaleza se venga del hombre través de un parásito que induce un extraño estado hipnótico a su huésped. Avisamos desde el principio que eso es lo único que está totalmente claro en esta película; pero también recordamos que en la vida hay algunas cosas que exigen que nos zambullamos en ellas sin reservas. Puestos a pensarlas, es mejor hacerlo a posteriori (y ni siquiera está del todo claro que sea conveniente). Estamos ante un tipo de cine sensorial, con unos cimientos enterrados en el surrealismo y que solo sale a la superficie para quienes encuentran sentido al sentir: la música, la fotografía, son las que crean aquí una historia. Upstream Color es una peculiar pieza de artesanía (una más, pero quizá la última) de Shane Carruth.
Nacido en California en 1972, Carruth dedicó la década de los 90 a licenciarse en Matemáticas y desarrollar simuladores de vuelo. A principios del nuevo milenio y aprovechando que vivía cerca de la Meca del cine, decidió dedicar su atribulada mente a escribir, dirigir y componer la música de Primer, una película de viajes en el tiempo y bajo presupuesto durante cuyo rodaje estudió Física para lograr que diálogos y diseños resultasen más auténticos. Visto con algo de perspectiva, parece evidente que esa cabecita loca tenía desde el principio serias posibilidades de colapsar; pero eso es porque conocemos el que (de momento) ha sido el desenlace de su carrera. En 2004, en cambio, Carruth tenía en sus manos una película de culto, varios premios (incluido el del Gran Jurado del Festival de Sundance) y la atención de la industria. Decidió invertir su crédito en la preparación de Topiary, una película sobre un grupo de niños que construían una criatura gigante y sintiente… Por lo que sea, no logró sacarla adelante; pero la sinopsis nos sirve para ver en qué andaba ocupada por aquel entonces la imaginación del director. Saltemos ahora de nuevo hacia atrás, como en su primera película, para centrarnos por fin en la segunda y última que dirigió.
Kris (interpretada magistralísimamente por Amy Seimetz, por entonces casada con el propio Carruth) es secuestrada y manipulada por un ladrón que le inocula un parásito extraído de una orquídea. A través de una serie de estereotipias y patrones, el malo de la película induce en sus víctimas un estado de hipnosis del que jamás se recuperan del todo: viven presas de una sensación de fragmentación e incoherencia que el montaje logra trasladar al espectador. La situación no mejora para Kris cuando por fin pasa página: el primer hombre que entra en su vida (el propio Carruth, que no pega nada mal en cámara) es otra víctima de la misma estafa; la extrañeza aumenta con la aparición de un tercer hombre, aparentemente bienintencionado, que interviene para extraer el gusano e introducirlo en un cerdo de granja, ayudándole a completar su ciclo vital. Para que se hagan una idea, la historia tiene más sentido en estas enrevesadas líneas que en la propia película. Quizá porque la única reconstrucción posible del desquiciado cuento de Carruth pasa por la búsqueda de coherencia en su atmósfera esotérica y envolvente.
De nuevo, el director obtuvo premios (por ejemplo, el de mejor director novel en Sitges). Otra vez, su fama como auténtico artesano del cine, capaz de llevar un proyecto desde su concepción hasta el montaje final, parecía más que merecida. Por desgracia, el bueno de Shane debe ser un tipo tan complicado como sus películas: como había sucedido tras Primer, al éxito le siguió un interruptus fílmico, esta vez involucrando actores de la talla de Jeff Goldblum, Anne Hathaway, Keanu Reeves, Tom Holland y Daniel Radcliffe… Su plan era lanzarlos a todos al mismo rodaje y recrear la travesía internacional de un gran navío. Por un momento pareció posible, pero poco después el propio Carruth afirmó que sentía estar malgastando su vida y, tras ello, hizo público su propio guion en Twitter…
Desde entonces, Carruth solo ha facturado un par de asesorías sobre viajes en el tiempo para producciones ajenas y algún papel menor como actor. Las otras noticias que se tienen de él son personales y muy desagradables. Pueden encontrarlas fácilmente en su buscador de referencia si es que les apetece, pero aquí vamos a despedirle de la mano de Soderberg. Arrebatado por sus historias, por su música y por su capacidad para ensamblarlas, el oscarizado director de Atlanta definió a Carruth como «el descendiente directo de David Lynch y James Cameron». Una mezcla explosiva.
Quizá demasiado.
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