Cinefórum CCCXCVI: «Más allá de los dos minutos infinitos»
Tras El irlandés de John Michael McDonagh nuestro cinefórum aterriza hoy en la ópera prima de Junta Yamaguchi, hecha todavía con menos presupuesto y sin embargo capaz, como la película de la semana pasada, de darnos a conocer otro pedazo de la peculiar cultura de una isla que, también a través de las pantallas, ha conquistado el mundo. Por supuesto, frente al humor negro y la reflexión social de la isla Esmeralda hoy degustamos un cóctel de comedia y ciencia ficción con un regusto friki, pero refrescante. Y es que, después de casi 500 películas, todavía quedan títulos que nos pueden sorprender. Más allá de los dos minutos infinitos (Droste no hate de bokura) es uno de ellos.
Filmada al más puro estilo Nagamawashi (simulando tener un solo plano secuencia) a partir de un guion escrito por Makoto Ueda, la película se construye alrededor de un único recurso: una pantalla que muestra lo que va a suceder dentro de dos minutos en el piso de abajo, frente a una cámara que está en una cafetería. Con esta idea y el efecto Droste que tiene lugar cuando una pantalla se sitúa frente a la otra, como cuando dos espejos se reflejan infinitamente, una pequeña compañía de teatro japonés hizo una película que se distribuyó en plena pandemia y, pese a ello, ha seguido abriéndose paso entre el selecto fandom de los bucles temporales.
El motivo tiene mucho que ver con el desenfado y el descaro con el que se exprimen las posibilidades de la idea original. Más allá de los dos minutos infinitos pasa casi 70 hablándonos todo el tiempo de un bucle temporal y, en cambio, en ella hay espacio de sobra para el amor, la amistad, la avaricia y, sobre todo, para el humor. Por supuesto, como en toda buena producción cultural japonesa, la trama se va complicando junto al bucle temporal, hasta el absurdo. Pero esa es precisamente la intención: que el gran tema de la película pierda importancia y deje su sitio a un elenco de personajes que prácticamente no conoceremos y que, sin embargo, nos resultarán tiernos y lograrán arrancarnos una sonrisa. Un gran botín para una película hecha con 30 mil dólares, un par de micros y la cámara de un teléfono.
Para la guinda del pastel Yamaguchi se reserva una escena de acción, digamos, absolutamente descacharrante y un epílogo en el que, tras reírse de sus propios personajes y de los espectadores, acaba por mofarse del género al que ha dedicado su primera película.
Droste no hate de bokura, según su título original, fue creada para pasar un buen rato frente a la pantalla. Sirva esta pequeña reseña que usted está viendo a través de la suya propia para que el bucle de diversión que esta cinta provoca siga reproduciéndose, poquito a poco, hacia el infinito.
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