Cinefórum CCCXLIX: «Los cuentos de Canterbury»
La semana pasada hablábamos en esta misma sección de Un cuento de Canterbury. La película de esa genial pareja que fueron Powell y Pressburger hacía referencia a una obra clásica de Geoffrey Chaucer, pero no la adaptaba. Ese honor estuvo reservado para Pier Paolo Pasolini quien, en 1972 y veintiocho años después del estreno de la cinta de Powell y Pressburger, atacó a la obra con unos intereses artísticos y personales muy diferentes. A cambio, es verdad, mantuvo el título original de Los cuentos de Canterbury.
Unos peregrinos camino de la catedral de Canterbury se reúnen para contar historias en el viaje, buscando que esto les ayude a pasar el rato. Por ahí se deja ver Geoffrey Chaucer, al que pone rostro el propio Pasolini, para ir tomando nota y dejando por escrito esas mismas narraciones. Las historias son adaptaciones más o menos libres del original literario, pero se construyen buscando siempre el tono humorístico y subrayando los elementos de liberación sexual que tanto interesaban al director italiano. Se ha dicho muy a menudo que esta película es un canto a la vitalidad por parte de Pasolini, y es cierto que algo de eso hay. Sin embargo, es posible que todo fuera mucho más sencillo y que estemos ante una comedia que, simplemente, es escatológica y absurda porque su realizador consideraba que esos eran elementos suficientemente divertidos.
Pese al gusto de Pasolini por los actores no profesionales, es cierto que aquí se rodea de algunas caras conocidas. Además, rueda en muchas de las localizaciones reales de los cuentos, creando una película que podemos considerar como inglesa, aunque con sentimiento italiano. Así tendremos la oportunidad de ver a Tom Baker, el mítico cuarto Doctor de la serie británica Doctor Who, representando a un atractivo joven que es perseguido, masturbado y convertido en esposo por una viuda compulsiva. También a Hugh Griffith y Josephine Chaplin como un matrimonio que tiene una curiosa historia de ceguera e infidelidad. Y, sobre todo, a Ninetto Davoli haciendo de un Charlot medieval que rompe con toda intención de fidelidad al texto, del tipo que sea, para llenar la pantalla de persecuciones y trompazos.
Los cuentos de Canterbury es una adaptación que juega al despiste. Bajo una estética que recrea un pasado inexistente de manera ideal, con unos colores y unos diseños que se mueven entre la fantasía y lo verosímil, se esconde una obra hija de su tiempo que llegaría a ganar Oso de oro en la Berlinale. Lo mejor, con el paso de los años pesando sobre aspectos de la obra como su apresurado montaje, quizá se esconda casi al final de la cinta, cuando podemos disfrutar de una visión del Infierno que parece sacada de un cuadro del Bosco y pasado por el tamiz juguetón de Pasolini. Ahí posiblemente se encuentre la verdadera virtud de la película, en su capacidad para jugar a contar algo importante desde el juego y la comedia bufa.
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