Cinefórum CCLIV: «La escalera de caracol»
Si Pero… ¿quién mató a Harry? nos contaba en clave de comedia una historia en torno a la aparición de un cuerpo en una pequeña comunidad de Vermont, esta semana no nos vamos muy lejos ni geográfica ni temáticamente. Con La escalera de caracol (The Spiral Staircase, 1946, Robert Siodmak) seguimos en el mismo Estado y, también, con historias que giran en torno a un misterio y un asesino. Al igual que la anterior, esta película está basada en una novela, Some Must Watch (1933), en este caso de la escritora inglesa Ethel Lina White, que en otra conexión con la filmografía de Hitchcock fue la autora de The Wheel Spins (1936), novela que serviría a su vez de base para Alarma en el Expreso (The Lady Vanishes, 1938) también de Alfred Hitchcock.
La protagonista es Helen (Dorothy McGuire), una muchacha muda que trabaja en la gran casa familiar de los Warren, atendiendo principalmente a la anciana señora Warren (Ethel Barrymore), mientras un asesino en serie acecha la zona. Este ataca a jovencitas que sufren alguna discapacidad o defecto, por lo que todos parecen temer que Helen se convierta en la siguiente víctima.
En casa de los Warren nos encontramos un elenco de personajes comandado por dos medio hermanos, herederos de la riqueza familiar: el apocado científico Albert (George Brent) y el disoluto Steven (Gordon Oliver). Tras ellos, una sucesión de personal de servicio mayoritariamente femenino: la veterana enfermera Barker (Sara Allgood), el ama de llaves Mrs. Oates (Elsa Lancaster) y la secretaría de Albert y amante de Steven, Blanche (Rhonda Fleming). También acude a la vivienda el joven Dr. Parry (Kent Smith) que, enamorado de Helen, desea llevarla a Boston para curarla de su mudez.
Excepto en el prólogo, donde asistimos un primer asesinato que se produce mientras Helen asiste a una proyección cinematográfica, la mayoría de la película transcurre en el interior de la casa de los Warren, entre las tensiones personales de estos personajes. El pase de cine mudo, sirve no solo para situar la historia en el pasado reciente, sino también como conexión con la situación personal de nuestra protagonista.
La casa de los Warren se convierte así en un personaje más. A través de sus ambientes sombríos y casi terroríficos, como si fuera una casa encantada, juega un papel muy importante el director de fotografía Nicholas Musuraca, que ya había trabajado en varias producciones de terror. La película mantiene de este modo fuertes vínculos estilísticos con La mujer pantera (Cat People, 1942, Jack Tourneur) y otras de serie B producidas por Val Newton, pero también obras seminales del género negro, como El extraño del tercer piso (Stranger on the Third Floor, 1940, de Boris Ingster).
En la dirección tenemos al alemán Robert Siodmak que, desde que abandonara su país huyendo del ascenso nazi, había realizado sus propias incursiones en el terror con El hijo de Drácula (Son of Dracula, 1943), en el género negro con La dama desconocida (The Phantom Lady, 1944) o incluso en la aventura exótica con La reina de cobra (Cobra Woman, 1944).
Con un argumento que se mueve a un ritmo quizás demasiado lento, deteniéndose demasiado en las tensiones que se van creando mientras el asesino contiene su ansia homicida sin ningún motivo claro, son algunos refinamientos visuales lo que más llama la atención. Planos que se reflejan en la pupila del asesino (filmadas, por cierto, sobre el ojo del director, Siodmak, y no en el de ninguno de los actores); planos subjetivos que persiguen a los personajes, sombras profundas que parecen tragarse las figuras humanas o, incluso, un pequeño interludio, casi musical, en el que Helen fantasea con su futuro al lado del Dr. Parry (terriblemente arruinado por su incapacidad de hablar). El primerísimo plano se utiliza a menudo para mostrarnos los más pequeños detalles de las reacciones de la enmudecida protagonista, que solo puede expresarse con su rostro y, sobre todo, con los ojos…
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