Cinefórum CCLXXIV: «El viaje»
Dicen que la experiencia mística, como tal experiencia, no puede ser compartida, no puede contarse; sin haberla vivido, la iluminación más profunda deviene a menudo en patochada autocomplaciente o en mero juego de palabras ingenioso. Lo mismo puede decirse de las experiencias pseudomísticas producidas por las drogas y, en especial, por el LSD, la droga por excelencia de la mística química y de sus apóstoles. Podemos dudar de si El viaje (The Trip, 1967, Roger Corman) pretende ser un evangelio psicotrópico o una mera explotación comercial del concepto, pero es innegable que su intento de hacernos vivir el viaje de su protagonista (sincero o interesado) no consigue su objetivo.
La película es quizás una de todas las que hemos proyectado con una menor excusa argumental: Paul Groves (Peter Fonda) un director de anuncios en proceso de divorcio, decide tomar un ácido, bajo la vigilancia de su amigo John (Bruce Dern). El grueso de la película consiste simplemente en mostrarnos las percepciones alteradas de nuestro protagonista: lo más dramático que acontece es la escapada, sin consecuencias, de un Paul drogado por las calles y locales de Los Ángeles.
Autores como Joseph Campbell han destacado la similitud de la experiencia alucinógena (y la crisis psicótica) con los relatos míticos y las historias de iniciación de las sociedades primitivas. Pero el viaje del héroe, en este caso, resulta girar una y otra vez sobre el convencional dilema entre la esposa (Susan Strasberg) y otra mujer (Salli Sachse), como si se tratara de un Archie algo pasado de vueltas. Las escasas referencias a males más profundos o más universales (Vietnam o Malcolm X hacen apariciones anecdóticas, casi risibles) resultan menores y poco trascendentales. No hay ambición en sus conclusiones, por otra parte tímidas, de amor o paz universal.
Resulta tentador ver algo más en todo esto: el personaje de Peter Fonda, con su forma convencional de vestir y su propia profesión, recuerda al mismo Roger Corman que, al parecer, en la vida real tuvo por entonces sus propias experiencias con el ácido. En este caso, podríamos ver una verdadera intención artística en el uso de la iconografía terrorífica de algunas escenas que parecen remitir directamente al reciente ciclo de Poe[1] del propio director. Dentro de esta visión, serían representativas de su propia experiencia alucinógena y su intención de buscar nuevos caminos; y así, la culpa expresada por Paul sobre su carrera en la publicidad podría reflejar la de Corman, especializado en el cine de explotación y bajo presupuesto.
También cabría mencionar que el guion fue escrito por el mismísimo Jack Nicholson, que tuvo una breve carrera como guionista en los años 60, permitiéndonos ver en esta película algo de su propia personalidad. Nicholson acababa de divorciarse de su esposa Sandra Knight en 1966 y su carrera también se encontraba estancada en el cine de bajo presupuesto (muchas de sus películas, de hecho, estaban dirigidas o producidas por el mismo Roger Corman). Mientras tanto, vivía sus propias experiencias con las drogas, incluyendo un primer viaje de ácido con el que aseguraba haber visto a Dios. Si, pese a todo, hay escritores o directores capaces de trasmitir (o aproximar) lo inefable, Nicholson y Corman no parecen el equipo destinado a ello.
La presencia de futuros iconos contraculturales como el mismo Peter Fonda o Dennis Hopper, interpretando a Max, una especie de gurú-camello (y también juez, en la fantasía elaborada por la mente de Paul), pueden señalar cierta relación conceptual o al menos circunstancial con Buscando mi destino (Easy Rider, 1969, Dennis Hopper). Una película que, en principio, iba a producir el mismo Corman y que, finalmente sin él, se convertiría en el hito generacional que El viaje no puede llegar a ser. El film de Hopper, haciendo externo el viaje interior y ofreciendo cierta trama para unirlo todo, funciona mejor en todos los sentidos, evitando la mera reiteración de recursos visuales y sonoros.
Aquí, la psicodelia se adueña de todo, con colores brillantes, montaje sincopado, lentes deformantes y efectos caleidoscópicos y estroboscópicos que consiguen crear algunas escenas visualmente impactantes, combinadas con un sonido igualmente idiosincrático. Todo con la intención de acercarnos a esa experiencia. En la banda sonora participan el guitarrista Mike Bloomfield y el pionero de la música electrónica Paul Beaver, mientras que la fotografía es responsabilidad de Archie R. Dalzell, que ya había trabajado con Corman en La pequeña tienda de los horrores (Little Shop of Horrors, 1960).
El aspecto deslavazado de la película hace que solo se puedan destacar planos o ideas muy concretas: las ya mencionadas referencias terroríficas, el trasunto de jinetes del anillo que persigue a Paul en algunos momentos y algunos toques de humor, como la sorprendentemente realista, casi diríamos cínica, respuesta de Max cuando el drogado director aparece en su mansión-comuna (quizás perseguido por la policía). Entre tanto, transcurre una película que se hace algo larga pese a su corta duración objetiva.
[1] Serie de películas de terror basadas, en algunos casos remotamente, en relatos de Edgar Alan Poe, comprendida entre La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960) y La tumba de Ligeia (The Tomb of Ligeia, 1965).
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