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Cinefórum CLXVII: Taxi Teherán

Cuando se hace de la necesidad virtud y las dificultades agudizan el ingenio, los resultados pueden ser sorprendentes. Si a eso unimos el talento y la sensibilidad de un director como Jafar Panahi, entonces nos podemos encontrar de bruces con una de las películas más sorprendentes del último lustro.

Taxi Teherán, rodada en 2015 y premiada con el Oso de Oro del Festival Internacional de Cine de Berlín, es un relato a caballo entre el falso documental y una ficción difuminada con pizcas de realismo social y trazas de efímeras fábulas.

Panahi, al volante de un taxi equipado con un par de cámaras, va recorriendo las calles de la capital iraní, recogiendo diferentes personas que protagonizan una suerte de sucesión de capítulos independientes y a la vez vinculados con una idea común. Una idea que cristaliza en un caleidoscopio social en el que la crítica a la situación actual de la sociedad iraní se va deslizando poco a poco, como los granos de un reloj de arena se van acumulando en su base. Pena de muerte, machismo, censura, represión… son aspectos que se van tocando en los diferentes capítulos que personifica cada pasajero del taxi, hasta crear de forma aparentemente involuntaria y sutil un mosaico digno de Rossellini.

Llaman la atención la educación y la bondad de Panahi. Lo apacible que resulta una actitud que podría equivocadamente confundirse con la resignación de un director que se resiste una vez más a plegarse a los designios del gobierno iraní. Y es que, habiendo sufrido en sus propias carnes, prisión, tortura y coacción entre otros suplicios, Panahi se alza como un firme defensor de la razón y el diálogo ante las injusticias y da, con esta película, una lección de malabarismo estético y fina altura intelectual.

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