Cinefórum CCXXIII: «Rocco y sus hermanos»
Desde la Biblia hasta Mujercitas, desde el cuento de Los dos hermanos hasta The Other, muchas han sido las historias protagonizadas por hermanos. La singular naturaleza de sus relaciones en función de las circunstancias personales, culturales y el contexto en que se hallan han inspirado multitud de relatos. Rocco y sus hermanos es una historia más de ese extenso catálogo, aunque, al mismo tiempo, trasciende cualquier atisbo de simple encasillamiento.
Allá por 1960, Luchino Visconti dirigió esta titánica película que nos sumerge de lleno en las relaciones de los hermanos Parondi, una familia que, huyendo de la miseria rural de la Italia de mediados de siglo XX, desembarca en el Milán del desarrollismo industrial y la reconstrucción; la ciudad de la acogida de los desheredados de la tierra que ya viéramos en Milagro en Milán y en otras tantas y tantas historias de aquellos que abandonan su hogar y sus raíces en busca de la prosperidad y la abundancia, aunque por el camino se diluya aquello que les hacía auténticos.
La señora Parondi, matriarca e ilusa protectora de sus polluelos, clama por un estatus que nunca llegará, porque, desconocedora de los códigos de la modernidad y la gran ciudad, es incapaz de controlar lo que ocurre fuera de su madriguera. Rocco y sus hermanos personifican el drama de la emigración, del desarraigo. Cada uno a su manera, capean las dificultades e intentan salir adelante, con diferente fortuna: Rocco (Alain Delon, el sacrificio) y Simone (Renato Salvatori, el infortunio) se alzan por encima del relato contaminando todo aquello que les rodea hasta sus peores consecuencias; Nadia es la desorientación personificada, víctima arrollada por un tren que le romperá el alma y el cuerpo; Vincenzo (Spiros Focás), el ajeno adelantado. Ciro (Max Cartier), el obediente afortunado; Luca (Rocco Vidolazzi), el futuro inocente, si acaso quien pudiera ser el narrador de esta historia. Y tras todos ellos una pléyade de maravillosos personajes secundarios, cuya breve aparición no es óbice para representar una profunda imagen de su personalidad: Cerri, con un grandísimo Paolo Stoppa, al que ya viéramos en Los jueves, milagro, además de en Milagro en Milán; la dueña de la tintorería o la novia de Ciro, entre otros.
Rocco y sus hermanos está catalogada como uno de los hitos del neorrealismo italiano, aunque maneja códigos estilísticos y de dirección que en ocasiones se asemejan más al mundo de Verdi o Puccini que al cinematográfico. La sobredimensionada dramatización de los gestos se suma en algunas secuencias a una cuidadísima coreografía y puesta en escena de los personajes, convirtiendo las tomas en un cuadro que rememora a la tragedia griega y con ella, a la ópera más genuinamente romántica.
Visconti se hace grande e inolvidable por convertir en icónico lo transitable, ya sea un ring de boxeo, el tejado de una catedral o el frío sótano de una vivienda de protección social. Si a ello le unes una banda sonora impecable, ya tienes la receta para la eternidad.
Ese gusto formal en lo colosal, esa ambición desmesurada por abarcar los dramas más profundos del alma humana, esa inteligente construcción fraterno-episódica, hacen de Rocco y sus hermanos una obra de arte con mayúsculas, una película inmortal, como perenne es aquello que trata, aquello que inquietaba a los antiguos egipcios, a los hermanos Grimm, a Luisa May Alcott o a Tom Tryon. Aquello que ya saben ustedes qué es.
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