Cinefórum CCXXX: «El jardín de los Finzi-Contini»
Los premios cinematográficos son algo muy particular, sobre todo los Oscar. Siempre está bien visto meterse con ellos y negarles toda trascendencia, pero luego terminan marcando, con excepciones puntuales, un canon fílmico bastante fiable. Una de las estatuillas que mejor ha ido manteniendo su fiabilidad es la de película internacional, conocida como mejor película en habla no inglesa hasta 2020. En su palmarés encontramos un paseo por la mayoría de los grandes autores de la cinematografía mundial desde su implantación; un recorrido que a menudo podemos intuir cercano a filmografías como las nórdicas, aunque la realidad nos diga que el país que más veces lo ha ganado es Italia y que, en ocasiones, lo ha hecho contra grandes películas suecas. Eso fue lo que pasó en 1972 con El jardín de los Finzi-Contini: venció precisamente a Los emigrantes, la película elegida en nuestro anterior cinefórum.
El jardín de los Finzi-Contini partía, como su rival, de un original literario. En este caso la obra era de Giorgio Bassani y se centraba en el pasado de su ciudad predilecta y el origen de su familia: Ferrara. La alta burguesía judía de la urbe italiana se convierte en el centro de una historia en la que saber el final no deja de ser una ventaja narrativa. Los ricos protagonistas creen que aislándose de los problemas podrán seguir medrando en un mundo, el fascista, que los ve como perfectos enemigos y chivos expiatorios. Da igual que confíen en su riqueza y sus contactos, que crean que los fascistas les dejarán sobrevivir… Al final, todos sabemos que es una esperanza vana, el anticipo de un final terrible.
Para contar este relato, pocos directores tan adecuados como Vittorio de Sica. El director de Milagro en Milán abandona todo artificio para acercarnos a una historia que parece siempre teñida de nostalgia, gracias fundamentalmente a una magnífica fotografía. Da igual que Dominique Sanda (a la que ya vimos en la maravillosa El conformista) y Helmut Berger no supieran hablar en italiano; de Sica podía doblarlos y que la película funcionase de manera perfecta porque ellos eran sus personajes. Algo parecido pasa con Lino Capolicchio, idóneo en su papel de joven obsesivo que no sabe qué quiere ni por qué.
La cinta generó cierta polémica por su tratamiento del original literario a causa del desarrollo de la relación entre Micòl y Malnate (un también muy acertado Fabio Testi). La humanización del personaje de Micòl no puede ser casual por parte del director, que en el fondo parece saber que la protagonista no debe resultar demasiado perfecta si quiere que el derrumbamiento de su mundo sea absoluto. Tal vez por eso sea tan efectivo el tramo final de la película, en el que Giorgio sale de escena para dejar que los Finzi-Contini tomen el primer plano para guiar el hundimiento de una sociedad privilegiada que pensaba que era intocable.
Es posible que el cine italiano haya sido uno de los más efectivos a la hora de abordar grandes temas. El país transalpino supo como nadie manejar sus contradicciones internas para narrar las guerras de clase en obras como La clase obrera al paraíso, para imaginar mundos mejores en Milagro en Milán… o muy a menudo para aportar las mejores reflexiones sobre el fascismo y su efecto sobre la sociedad de todo el mundo. En esos análisis se encuadran obras que hablan de la desintegración de la República de Weimar, como la monumental La caída de los dioses de Luchino Visconti; también obras que reflexionan sobre la propia esencia del pensamiento, como la ya mencionada El conformista de Bertolucci; o las que narran su influencia directa sobre la población italiana como El jardín de los Finzi-Contini. Desde lo concreto a lo abstracto, la película de de Sica se presenta como una siempre imprescindible mirada a la oscuridad del pasado.
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