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Cinefórum CCXXXVII: «O que arde»

Revivir el pasado puede resultar problemático. Regresar físicamente al lugar de un episodio oscuro, un infierno. Y el lugar del sufrimiento puede estar formado por nuestras propias alucinaciones, como ocurría la semana pasada en Ceremonia secreta, o encarnado en las personas que lo forman. Enraizado en los árboles de los montes que nos rodean.

Los árboles y el monte gallego son, en realidad, los grandes protagonistas de Lo que arde, una película deliciosamente rodada por Óliver Laxe en 2019. Como mínimo, son tan protagonistas como Amador, un pirómano recién salido de la cárcel por quemar los eucaliptos que rodean su pueblo. Su historia, un tanto prototípica, concebida quizá como un vehículo sobre el que viaja un estudio minucioso del medio rural gallego, de sus gentes y sus costumbres, está en cualquier caso embutida entre dos escenas monumentales. Dos escenas que inevitablemente quedarán grabadas en la retina del espectador y parecen la verdadera razón de ser de una película que acaparó varios premios nacionales e internacionales.

La primera de estas escenas, la más fugaz de las dos, es en mi opinión la más espectacular de toda la película. Lo primero que sorprende en una cinta con una fotografía portentosa es un sonido gutural que parece provenir de las entrañas de la tierra; Laxe nos sitúa a continuación sobre un mar espectral formado por árboles ondulantes. De repente, vemos caer a los colosos; uno a uno, como si un gigante encabritado los apartase de su camino a manotazos, en una frenética carrera por el bosque. Algo mágico y mitológico habita en las profundidades de los bosques del norte, también en esta película, y es posible encontrarlo también en una actividad prosaica pero esencial en el rural gallego. La silvicultura, no obstante, es un concepto que no habita en el universo de esta película. Aquí, los bulldozers se convierten en imparables meigas metálicas.

O que ardeLuego, efectivamente conocemos a Amador, que es una excusa para conocer a su adorable madre Benedicta, a su perra Luna y la honesta veterinaria que atiende su ganado. Todos ellos, una senda para llegar a la dureza del monte gallego: de su clima, de la pendiente; de la depresión económica y del carácter de todas las gentes que quieren y tienen que vivir allí.

Al final de la película, regresamos inevitablemente a su título. Lo que arde es un incendio cuyo autor no debemos detenernos en descubrir. La pretensión de Óliver Laxe es que nos dejemos llevar de la mano y nos metamos en el infierno de un incendio descontrolado. Las llamas interesan más incluso que la lucha de quienes tratan de apagarlo. Es un final idóneo para una película que busca la esencia de una historia a través de las imágenes que ofrece su entorno. Pero también es un final idóneo porque el fuego es un final bello y salvaje para todo.

Víctor Muiña Fano
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