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Cinefórum CLXVI: La montaña sagrada

La semana pasada disfrutamos aquí una película en la que, aceptada su premisa, no sucedía prácticamente nada. No obstante, puestos a rescatar algo de Los muertos no mueren, hemos decidido seguir el camino mostrado por el personaje de Adam Driver al rasgar levemente la cuarta pared, optando por una película que tiene la audacia de despedirse de sus espectadores mirándoles a los ojos y en la que, esta vez sí, pasan muchas cosas. Lo difícil es entenderlas, porque el director de La montaña sagrada es Alejandro Jodorowsky.

La del chileno es una figura que nos aleja momentáneamente del cine, planteando una serie de reflexiones: ¿puede disfrutarse la obra de un charlatán que ha estafado a millones de personas con su verborrea pseudocientífica? Tanto como se puede degustar el sabor de una píldora homeopática siempre y cuando recordemos que no tiene la capacidad de curarnos. Y este no es, ni mucho menos, el dilema más turbio que debemos afrontar a la hora de valorar la trayectoria del psicomago más famoso del mundo… Pero lo cierto es que Alejandro Jodorowsky no es tan solo el autor de La vía del tarot, sino que también fue, entre otras cosas, guionista del mítico cómic El Incal, en el que Moebius plasmó de forma magistral sus visiones.

Porque Jodorowsky tiene talento: es un personaje endiabladamente carismático (y si no vean el documental Jodorowsky’s Dune, que narra cómo ensambló buena parte del equipo que acabó trabajando en Alien y estuvo a punto de embarcar para el proyecto al mismísimo Dalí); también tiene la virtud de parecer bondadoso, muy bondadoso; y, desde luego, tiene una indudable capacidad para convertir el maremágnum inconexo de imágenes y conceptos que asaltan su mente en potentes imágenes oníricas. Y es que también el mercado capitalista de la charlatanería está competido: si Jodorowsky no fuera el mejor, Yoko Ono no se habría molestado en convencer al pobre John Lennon de poner encima de la mesa setecientos cincuenta mil dólares a través del representante de los Beatles para que el director hiciera con ellos lo que quisiera.

El resultado es un intento de viaje espiritual y cinematográfico tan atractivo como inconexo. Repleta de planos personalísimos, La montaña sagrada representa una cierta renuncia a la mejor tradición surrealista (por cierto, fuertemente enraizada en México, donde se rodó la cinta): aquella que rompe la forma de la narración para explorar, desde distintos puntos de vista, el fondo de su planteamiento. Tras más de cien minutos de película, uno tiene la certeza de que Jodorowsky no tiene del todo claro lo que nos está contando y la sospecha de que no le importa lo más mínimo. Y, a pesar de ello, hay cierto genio en las peripecias de ese vagabundo que conoce a siete seres superiores que representan los distintos planetas del Sistema Solar; en la crítica de la sociedad que cada uno de ellos realiza a través de su particular mundo. Incluso hay cierto genio en la decisión de hablar directamente al espectador cuando se ha agotado el amplísimo presupuesto del proyecto, para afirmar que lo único que nos espera en la cima de la montaña es la ficción. Por un momento parece que Jodorowsky admite haberse reído de todos nosotros, espectadores, lectores, seguidores… Pero, aunque Jodorowsky siempre sonríe, se toma en todo momento muy en serio su propia figura.

¿Tiene sentido acercarse a la obra de Alejandro Jodorowsky? Tiene tanto sentido como degustar una píldora homeopática o conocer la pléyade de santones y magufos que le precedieron y sirvieron de inspiración a Umberto Eco para dar forma a El péndulo de Foucault, una monumental obra de arte (esta sí, con todas las letras) dedicada a la interminable búsqueda de los hombres que creen encontrar a Dios, el destino o la magia, en las meras coincidencias; la historia de quienes se aprovechan de las esperanzas del prójimo. Una historia que es parte de la del hombre, como Jodorowsky pertenece a la del cómic, el mercado editorial y, por qué no, al cine de finales del siglo XX.

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