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Cinefórum CLXXV: El adversario

No es difícil recoger el testigo de una película como A sangre fría, al adaptar una obra literaria sobre la que se acumulan adjetivos tan sugerentes como certeros. El título homónimo de Truman Capote es hoy reconocido unánimemente como pieza germinal del llamado nuevo periodismo, ya sea desde las coordenadas concretas del true crime (conocido por estos lares como crónica negra) o por lo que el propio autor definió de forma más genérica como nonfiction novel (novela de no ficción). Sea como fuera, y debates nominales a parte, de lo que no cabe duda es de que el relato del asesinato de la familia Clutter supuso un hito en la reconstrucción ficcionada de crímenes reales, y es precisamente bajo esa estela sobre la que va a pivotar el cinefórum de hoy.

En 1993, un crimen convulsionaba Francia: Jean-Claude Romand, padre de familia ejemplar, médico e investigador de la OMS, asesinaba a su mujer, hijos y padres ante la inminencia de que el disfraz con el que llevaba ocultándose casi dos décadas se esfumase; porque en realidad Romand nunca había pasado del segundo curso de Medicina y se había mantenido económicamente durante todos esos años estafando los ahorros de sus allegados. Incapaz de soportar ser descubierto, prefirió matar a su familia para luego quitarse la vida, sin éxito.

Además de en los periódicos, el caso fue reconstruido por un Emmanuel Carrére quien, siguiendo la estela de Capote, desarrolló una exhaustiva investigación que incluyó el contacto directo con Romand. El resultado es El adversario (2000), una novela de no ficción en la que el escritor asume la voz narradora del asesino, imaginando lo que se escondía en esa cabeza perdida en la soledad de sus mentiras. El caso también sería llevado a la gran pantalla en tres películas casi contemporáneas: dos de ellas adaptaciones libres como El empleo del tiempo de Laurent Content (2001) y La vida de nadie de Eduard Cortés (2002), y una mucho más fidedigna: la adaptación del propio texto de Carrére.

De esta manera, El adversario de Nicole García (2002) es la puesta en imágenes de su original literario. De hecho, la directora, consciente del peso de la naturaleza de la obra que adapta, toma una decisión tan arriesgada como, visto el resultado, efectiva: frente a la tentación de la voz en off explicativa, García apuesta por el relato psicológico a través de una dirección fría y contemplativa que convierte la contención gestual de Daniel Auteuil en un prodigio de sugerencia. Como si quisiera darle la vuelta a la estrategia de Carrére, la cineasta pone las imágenes al servicio del espectador, y el resultado es tan efectivo que es imposible no sentirse totalmente sugestionado ante ese salto al vacío que supone adentrarse en la mente del protagonista.

El ritmo pausado y la desasosegante ambientación musical de Angelo Badalamenti envuelven la narración, haciendo aún más enfermiza esa huida hacia delante de un personaje cuyos actos solo nos resultan verosímiles porque sabemos que son reales. Y es que al final todo parece reducirse a eso: a lo explicable y lo inexpicable; a discernir entre la verdad y la mentira. Porque el espectador parece tan perdido ante lo que ve como ese Romand incapaz de afrontar que la mentira es la única verdad de su vida.

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