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Cinefórum CXCIV: Bird

Ahora sé que no es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que le está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado. Nadie puede saber qué es lo que persigue Johnny, pero es así, está ahí, (…), en un cazador sin brazos y sin piernas, en una liebre que corre tras un tigre que duerme.

El perseguidor, Julio Cortázar

Una de las mayores putadas de la droga es la apropiación, la distorsión si acaso, del recuerdo de la figura, de sus hazañas y de sus logros; la apropiación de eso que se comenta mucho ahora, el relato. Más allá del durísimo drama humano que supone para la persona adicta y para todo aquel que le rodea, muchos genios han visto sus carreras  y sus vidas truncadas por adicciones que, si bien desde algunos sectores se entienden como parte de esa genialidad, no hacen sino ensombrecer el arduo trabajo y el talento de fondo. Esta reflexión nos lleva a hilar Diego Maradona con la película de esta semana: Bird, homenaje del siempre interesante Clint Eastwood al inconmensurable saxofonista de jazz Charlie Parker.

Joel Oliansky firma el guion de una película que, si bien es de naturaleza biográfica, está dirigida por Eastwood de una forma cuidadosa y elegante, convirtiéndola en un homenaje a la música y a los músicos de jazz, a su transformación y a su experiencia vital. La figura de Charlie Parker aparece en la parte final de su corta e intensa vida como un titán herido y sensible del que llegamos a adivinar su grandeza, como si de una tremenda montaña sumida en la niebla se tratase. Vemos retazos de su infancia, pinceladas de su desarrollo, brochazos de un cuadro que, cuando damos un paso atrás, o en este caso un salto en el tiempo, vamos apreciando en toda su amplitud.

Y aun así no llegamos a abarcarlo. Tampoco lo hace Eastwood. En el fondo, creo que nadie lo pudo hacer. La música y la figura de Charlie Parker son difíciles de acotar verbalmente. Por un lado el estilo frenético, técnica y estilísticamente sobrehumano, recargado, barroco en cierta forma, haciendo malabares con la tonalidad; trilero de arpegios, ilusionista de la melodía; convirtiendo lo sencillo y elemental en un mosaico de coloratura, en un ansioso torrente de ideas musicales. Otra liga. Junto con Dizzy Gillespie, construye los cimientos del bebop, la gran transformación del jazz de mediadios del siglo XX: un estilo más instrospectivo, más de escucha, menos bailable. En cierta forma, representa la búsqueda de uno mismo, quizá de su papel en el mundo; la búsqueda de una comprensión inalcanzable de la realidad voluble, de un emponderamiento racial según algunos, de una filosofía más trascendental según otros. O quizá no es nada de esto y solo era la fiebre de la creación.

Una de las múltiples virtudes de la película radica en la representación de todo y todos los que rodearon a Charlie Parker. Forest Whitaker, sublime, interpreta al atormentado saxofonista, mientras Diane Verona le va a la zaga con una laureada interpretación de Chan, esposa y admiradora incansable. Vemos la transformación de la famosa calle 52, nos sumergimos en los ahumados clubes de jazz de la época y asistimos a algunas de las agotadoras grabaciones de estudio que aún hoy podemos disfrutar.

Con todo, en 1988 Bird solo recibió el Oscar al mejor sonido. No pudo competir con Arde Mississippi ni con Rain Man y aquel épico Dustin Hoffman, acaparadores de los principales galardones.

Charlie Parker dejó este mundo (si es que alguna vez estuvo verdaderamente en él) con tan solo treinta y cuatro años. Es increíble. Por suerte, nos queda su música y con ella la imagen, la estela de aquello que le pasaba por la cabeza. De aquello que perseguía infatigable. Fuera lo que fuera.

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