Cinefórum XLIV: La soledad del corredor de fondo

Víctor Muiña Fano7 julio, 2017

Cuando el cine se compromete, puede militar tanto en la izquierda italiana de los años 70 como representar el choque de los jóvenes británicos de los 60 con unas estructuras que ya no pueden retenerles. Ese es el referente, no solo de La soledad del corredor de fondo (Tony Richardson, 1962), sino de buena parte del Free Cinema inglés.

Colin Smith es un joven de Nottingham sin ninguna ocupación que llene su tiempo más allá de cometer pequeños hurtos y tratar de ligar con alguna chica. Cuando sus dos grandes pasiones coinciden en lugar y tiempo, él y su mejor amigo acaban cometiendo una travesura de más envergadura de la habitual, de esas que las autoridades llaman un crimen.

Ellos, en realidad, solo hicieron lo que les dio la gana, cuando les dio la gana, y por eso no acaban de entender por qué tienen que trasplantar sus pacíficas existencias a un correccional en el que, eso sí, al menos vuelven a reencontrarse con muchos de sus amigos de la infancia. Es entonces cuando entra en escena la extraordinaria habilidad del protagonista para el atletismo y las ganas del director de su correccional por imponerse al fin a una escuela privada en un certamen deportivo, como puro símbolo de la reinserción social de su clientela.

El joven Smith saborea en ese momento, quizá por primera vez en su vida, lo que significa que un privilegio le eleve por encima de sus semejantes. Resulta sencillo dejarse llevar hasta la línea de meta, ignorando que cada paso sirve, sobre todo, para reforzar un sistema que no es el suyo. Sin embargo, Colin es un tipo que quita el volumen de la televisión cuando el presidente da un discurso, porque no entiende nada de lo que le dice la vieja autoridad: puede que no corra hasta la extenuación por todos los que son como él, pero hay que reconocerle que tampoco lo hará por sí mismo, ni mucho menos porque alguien vestido de traje se lo ordene.