Culturismo: piedra o papel
Aunque en nuestros días el término culturismo no se suele asociar con la Grecia clásica, sus pioneros buscaron parecerse a los cánones esculpidos en tiempo de Pericles. Algo pasó, a lo largo del siglo XX, con las aspiraciones estéticas de los culturistas; algo que no parece descabellado relacionar, en alguna medida, con los superhéroes de Marvel y su influjo en la iconografía de nuestra época. Ronnie Coleman, eso está claro, tiene poco o nada que ver con el sueño de los tatarabuelos del músculo.
Se va haciendo más visible en el culturismo una corriente que se dice natural y sana, y quizá peligra, entonces, el musculazo de batido de esteroides y banderilla de eritropoyetina; quizá el objetivo no está ya en convertirse en una enorme palomita de simetría perfecta y lo que se va gestando, en las entrañas de los gimnasios, es una vuelta a los tiempos de Sandow.
El prusiano forzudo
Eugen Sandow, pionero decimonónico del bodybuilding, se ofuscó con la idea de reencarnarse en un mármol griego y salió, en 1894, mostrando el resultado de su esfuerzo en un corto filmado por los Estudios Edison. Llegó Eugen, cuyo nombre real y prusiano era Friedrich Wilhelm Müller, a conquistar una sólida fama y la amistad del mismísimo Jorge V de Inglaterra, a quien instruyó en los principios de la cultura física.
A Sandow se le atribuye la organización del primer gran concurso de culturismo conocido, cuya final, publicitado como The Great Competition, tuvo lugar en el Royal Albert Hall, en 1901, con sir Arthur Conan Doyle como uno de los jueces. No se buscaba allí más que la proporción y la armonía de los cuerpos. Eran otros tiempos. Eran otros músculos y otros laboratorios farmacéuticos.
Del museo al quiosco
Mucho tiempo después, Yukio Mishima, seguramente el culturista más culto que nunca haya pisado la tierra, lamentaría la carencia en Japón de una tradición enaltecedora de la belleza del cuerpo. Según explicaba en Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis, el budismo despreció siempre la porción material de los hombres, y la civilización del Sol Naciente hubo de asentarse en ausencia de Apolo y de Venus. Mishima haría una personal síntesis de Oriente y Occidente en su pensamiento y en su misma carne, tallada con férreos entrenamientos hasta convertirse en algo bello que destruir. El destino de los abdominales de Yukio, ya veis, era terminar rajados por una katana, mirando salir intestinos en sanguinolento amasijo. Cosas de la poesía.
La vieja Europa fue, sin embargo, erigida sobre la herencia grecolatina y su fascinación por la figura desnuda; una herencia que Sandow hizo por recuperar, simbólicamente, en el primer año del siglo XX. Pero caminando el tiempo, los ideales del culturismo se fueron alejando de las pétreas proporciones clásicas a la misma velocidad con que se acercaban a los cómics de Marvel. El largo camino que va de Policleto a Jack Kirby fue recorrido por los hombres que levantaban pesas y luego se medían por partes; un camino de dudoso retorno, en el que habrían de dar relevos Alan P. Mead, Jack Delinger, Charles Atlas, Steve Reeves, Arnold Schwarzenegger y Ronnie Coleman; dorsales y cuádriceps hinchándose un poco más cada año, cada contracción, cada suplemento.
Y luego estaba la cuestión del intelecto. La aspiración antigua atendía al adagio de Juvenal sobre la mens sana, y una de las figuras inspiradoras del primer culturismo había sido el remoto Milón de Crotona, campeón de lucha en Olimpia, levantador de bueyes y discípulo de Pitágoras. Incluso en tiempos del forzudo Sandow, un futuro premio Nobel pasaba su juventud entregado al desarrollo muscular en un gimnasio de Zaragoza. Santiago Ramón y Cajal consiguió así un impactante físico que unir a su sapiencia médica y que usar en sus trifulcas callejeras, y defendería siempre las bondades de la gimnasia forzada.
Pero semejantes uniones pluscuamperfectas parecían, también, quedar fuera de las intenciones del bodybuilding en un siglo XX ya avanzado. El culturista había mudado en otro tipo de ser: un amasijo de hormonas y esteroides en constante lucha por el gigantismo. Eso aparentaba ser todo. Como en las mejores familias, de los postulados de los abuelos, arraigados en el mundo clásico, no se sabía ni se quería saber. Se había cubierto el poco honroso trecho entre el eximio Milón de Crotona y el hortera de bolera anabolizado como un gorrino. Y a esas alturas del viaje estábamos.
La rareza necesaria
Abandonar ahora la tecnología de la pastilla entrañaría la extinción de una especie. Una tan rotunda y propia en el cine heroico y superheroico que probablemente se haya ganado su imprescindibilidad: el espectador actual no aceptaría un Sansón tan deshinchado como el Victor Mature que engatusó Hedy Lamarr en 1949. Ahora Sansón ha de ser Sansón, y Thor ha de ser Thor, y el rigor narrativo exige respetar el tamaño de los bíceps cuando son rasgo de carácter.
La confluencia del exhibicionismo del músculo con los dibujos de la Marvel se completó a finales de los setenta, con la serie televisiva El increíble Hulk. A Bruce Banner lo encarnaba un actor, Bill Bixby, pero el caso era darle un cuerpo convincente a La Masa: Lou Ferrigno, con un palmarés en eso del bodybuilding, plantó sus casi dos metros de colosal farmacopea en cada transformación: la camisa hecha jirones, los pantalones milagrosos de Banner y un pelucón verdoso dolorosamente cutre. Luego, solo tenía que gruñir y hacerse ver fuerte y peligroso.
Sin embargo, pocas cosas más ajenas que Hulk y un culturista. El monstruo verde era un engendro destructor, un titán despreocupado, y los pantacas lilas, un vulgar añadido por razón del decoro. El culturismo, en cambio, presenta individuos de ciento veinte kilos tratándose a sí mismos como si fuesen un Lamborghini nuevo, borrando esta manchita aquí, quitando ese pelito allá. Cosa estrictamente estética. La prestación física no está ni se la espera, fuera de pararse frente a unos jueces a provocar erupciones de grupos musculares. Un culturista es su propia estatua de piedra bruñida por medicamentos y todo se lo guarda para afuera.
Al practicante extremo, el de bíceps como barcas del revés, se le ubica hoy en la mohosa categoría de lo friki, por ser este el tiempo del estigma público en prime time. A un excéntrico antiguo se le da otro trato, y así las rarezas de Luis II de Baviera, que se hizo construir un lánguido y fantasioso castillo de hadas, son respetadas y él compadecido como alma soñadora y torturada.
Quizá, entonces, guardaríamos cierta reverencia a unos hombres que hace trescientos años hubiesen intentado hacer su cuerpo enorme, agigantándose los músculos hasta el casi descoyunte, ingiriendo pócimas; admiraríamos los dibujos de los ilustradores de la época, mostrándonos el imposible siglos antes que John Buscema. Todo adquiere gravedad y lustre con el tiempo suficiente, porque, en nuestras mentes, el pasado lejano es un lugar distinguido. Un lugar exento de macarras de polígono.
Acostumbrados a la desmesura, se nos haría extraño un mundo sin pectorales y deltoides absurdos. Casi necesitamos su presencia paranormal para congratularnos de que las personas sean capaces de hacer cualquier cosa de sí mismas. Aquello del American dream. Si hay quien quiere hacer de sus labios sendos neumáticos, sean los labios. Si alguien decide tatuarse una cara gatuna sobre la propia y afilarse los dientes, sean los tattoos y los afilados. Si lo que otros desean, en fin, es un muslo de metro setenta de perímetro, sea el muslo. Sea el serrato una cordillera y el isquiotibial un mástil de carne hinchada.
Los demás estaremos a alguna distancia, mirando.
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Bravo Sr. Mendoza. Estoy por operarme el labio superior.
Fantástico artículo. Fantástica revista.
Todo un descubrimiento
Bravo!
excelente ! un poco de la vieja escuela, no se por que en los concursos no se ven mas cuerpos armónicos como los de sandow, o los de los antiguos helenos. deberían volver a premiarse los cuerpos naturales he hecho un articulo en mi blog en el que recomiendo un libro sobre la forma natural de ganar un cuerpo de culturista, tal vez tus lectores lo encuentren interesante! un abrazo http://wp.me/p5WWMF-p
Vaya descubrimiento!… Hulk, Mishima y Luis II de Baviera juntos. En qué gimnasio hay que apuntarse? en La Soga?… muy interesante todo el artículo.