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Música

De vihuelas y covers: «Mille Regretz», la canción del emperador

Rodeado de viejos retratos al óleo, un anciano de livianos párpados y prominente mandíbula medita con la mirada perdida mientras sostiene un libro entre sus manos. El calor del largo día de verano da paso a una noche templada y el rumor de los árboles que llega del exterior se ve eclipsado por las límpidas voces de un grupo de monjes que ensayan con sublime pulcritud los primeros acordes del Mille Regretz de Josquin de Prez. El anciano posa su libro, se dirige hacia el retrato del que fuera su amada esposa, Isabel, y conmovido por la música que escucha acerca su mano a la mejilla del lienzo sin llegar a rozarlo. Estamos en Yuste en el verano de 1558 y Carlos I está a punto de partir hacia la eternidad.

Esta escena bien pudo no haber ocurrido, mas tiene todos los ingredientes que, sabemos por la historiografía, estuvieron presentes en los últimos momentos de la vida del conocido como el César.

Podríamos llevar el foco a los Tizianos de la pared o a los ejemplares de Boecio que descansaban en la mesita, pero lo haremos hacia la música. Mille Regretz es una canción breve que ha llegado hasta nosotros por diferentes caminos y quinientos años después sigue haciendo remover las entrañas del escuchante con la misma resonancia. ¿Cómo ha llegado a nosotros? ¿Qué encierra esta pequeña canción que la convierte en una obra maestra? ¿Y por qué se la conoce por la canción del emperador? Parte de la culpa de esto la tiene Don Luis de Narváez.

Compositor y escritor granadino, Narváez ha pasado a la Historia como uno de los siete vihuelistas españoles y su obra constituye uno de los mayores tesoros de la música occidental y del patrimonio musical español, tanto por su singularidad como por su calidad. La vihuela, instrumento muy similar a la guitarra, tuvo una gran etapa de plenitud en la España del siglo XVI. Es un instrumento de pequeñas dimensiones y con un timbre aterciopelado que lo hacía muy propicio para escucharlo en espacios pequeños. Su literatura, de armonías sofisticadas y cargada de virtuosas glosas y ornamentaciones, lo llevó a ser muy valorado en los círculos nobles y cortesanos en detrimento de la guitarra barroca, que por aquella época se asociaba a estamentos más populares. Dada la idiosincrasia polifónica y organológica de la vihuela, esta desarrolló parte de su literatura en el ámbito de la transcripción de música vocal a varias voces, es decir, versiones de piezas corales que en su momento eran muy populares, adaptadas para ser tocadas por una sola persona. A estas covers se las llamaba intabulaciones. Hoy día estas versiones han sido profusamente transcritas a la guitarra clásica y constituyen una parte importante de su repertorio, tanto que muchos estudiantes abordan estas piezas a menudo sin conocer la compleja historia que encierran entre sus notas.

Pero volvamos atrás, a nuestro vihuelista Luis de Narváez. Poco se sabe de la vida de este granadino, pero además de un crack en lo suyo, de buen carisma tuvo que presumir cuando llegó a trabajar bajo la protección de Francisco de los Cobos, Secretario de Estado de Carlos I e importante mecenas. Gracias a este ilustre personaje Luis de Narváez se granjeó el acceso a la corte imperial, lo que le llevaría en un futuro cercano a ser maestro de música del mismo príncipe Felipe (futuro Felipe II). Así pues, no es de extrañar que en la portada de su principal obra, Los seys libros del Delphin de música de cifra para tañer vihuela, hubiera una dedicatoria laudatoria a Don Francisco de los Cobos.

Es en el tercero de estos libros donde encontramos la pista que buscamos: Comiençan las canciones francesas y esta primera es una que llaman la canción del Emperador del quarto tono de Josquin. La canción en cuestión no es otra que una deliciosa intabulación del Mille Regretz de Josquin de Prez. Ciertamente, el hecho de que verdaderamente este tema pudiera estar en la playlist favorita de Carlos I es algo que sigue suscitando debates, aunque es comúnmente aceptado que el tema, tanto en su versión de vihuela como el original, fue sumamente popular como lo demuestran otras tantas versiones de la pieza que hicieron otros compositores.

Hablemos, ahora sí, de Mille Regretz.

Josquin de Prez, compositor franco-flamenco que gozó de grandísima fama y estima en vida, compuso (o eso se supone) esta obra heredando de la tradición trovadoresca el género de canción de despedida. Se trata de una pieza vocal a cuatro voces cuya letra reza así:

Mille regretz de vous abandonner, 

Et d’eslongier vostre fache amoureuse.

J’ay si grant doeul et peine doloreuse

Qu’on me verra brief mes jours deffine

O en castellano:

Mil pesares por abandonaros

y por estar alejado de vuestro rostro amoroso

Siento tanto duelo y pena dolorosa

que se me verá en breve acabar mis días.

Una fiesta, oye. La canción se construye, a través de diferentes episodios, a base de imitaciones fugadas donde la música está al servicio del texto. Por un lado, Josquin encaja las frases musicales con las sílabas y los acentos fonéticos con una textura muy cuidada. Por otro, hace gala de un rico abanico de recursos retóricos que convierten a la música en una dimensión poética, casi filosófica, a través de la que experimentar cada emoción. Vemos aquí lo que se conoce como catábasis, cuando el descenso progresivo hacia el registro grave acompaña al lamento de la voz. En algún momento nos sorprenden saltos repentinos hacia el agudo que se conocen como exclamatio, que no son otra cosa que una representación del llanto hecho alarido, el grito ahogado. Y al final de la pieza, el desvanecimiento, la repetición venida a menos, la sfumatura musical.

Lo cierto es que todos estos recursos son herramientas que apuntalan una obra maestra que desliza al oyente a una paz y una calma sublime, una quietud que invita a la contemplación. Por todo ello, no es difícil imaginar a un abatido Carlos I con la mirada perdida en sus lienzos mientras escucha esta obra y repasa en su cabeza esos mil pesares (mille regretz) que le han acompañado en su existencia: el abandono de su infancia en Gante, una corona mal recibida, revueltas internas, conflictos con Francia, el Turco, las Indias, Lutero… y quizá, sobre todas esas cosas, la pérdida prematura de su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal que le observa desde la pared.

Que esta obra tenga hoy tanta vigencia no es de extrañar. Ejemplos de este tipo de temática hay a patadas en múltiples géneros (desde la canción de autor al pop, pasando por el flamenco), cada uno con sus códigos. Y es que, mal que nos pese, nos vemos obligados a convivir con las despedidas; y la música, bien tratada, posee ese poder cicatrizante que nos ayuda a sobrellevarlas. Con todo, Mille Regretz posee un algo, un duende, una espiritualidad si acaso, que trasciende el tiempo y nos sume en un estado de dulce aturdimiento. Quiero ver sin ver en sus líneas un reflejo de esas fases del duelo que dicen que todos atravesamos al lidiar con las más penosas de las despedidas. Y aunque seguramente Josquin no fuese consciente de la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación, cuando el último acorde se desvanece, ese silencio, ese jodido silencio, es lo que marca la diferencia.

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