Federer vs. Nadal (III): en la tierra de Nadal (Roland Garros, 2005)
El día de su diecinueve cumpleaños, Rafa Nadal saltó a la pista central de París para enfrentarse al número 1 del ranking ATP en lo que el mundo del tenis consideró la final anticipada del torneo francés. Con solo un set perdido en dos semanas, en las rondas previas había vapuleado a las dos principales esperanzas locales e inspirado una portada de la revista del Roland Garros en la que se comparaba su ceño fruncido, su tez bronceada y su determinación con la de Gerónimo, el jefe de los apaches Bendoke.
Al otro lado de la pista, un Federer que había marcado en rojo los meses de mayo y junio de su calendario y había fichado a Tony Roche para mejorar sus prestaciones sobre tierra batida. Quince mil espectadores presenciaron en directo el partido, disputado bajo un cielo gris que convirtió la arcilla roja en una trampa empalagosa para el campeón suizo.
Izquierda y derecha: el yunque y el martillo de la tierra batida
Tony Roche, el gurú que había llevado a Ivan Lendl a dos finales de Wimbledon y consiguió mejorar el juego de fondo del australiano Patrick Rafter, debió maldecir entre dientes al sentir cómo la humedad le golpeaba la cara al salir del hotel aquel día. El bochorno que había ido generando el plomizo día primaveral de la capital francesa humedecería las pelotas de tenis que recogerían cada vez más arena, volviéndose un poco más pesadas, un poco más lentas. Lo suficiente como para que un especialista sobre tierra batida llegase hasta ellas y las devolviera una tras otra, incluso cuando se suponía que ya no era posible hacerlo.
Quién sabe. Quizá las condiciones atmosféricas de aquel día fueron el factor que acabó con las esperanzas de Federer de ganar algún día a Rafa Nadal en la tierra del Roland Garros porque, a pesar de haber perdido el primer grande del año en un partido antológico frente a Marat Safin, el suizo seguía en plenitud. Sin embargo, estar en unas condiciones que tras el torneo de París le permitirían encadenar treinta y cinco victorias consecutivas y defender con solvencia los títulos de Wimbledon y el Abierto de EE. UU. no iba a ser suficiente para enfrentarse a un Nadal al que algunos apuntaban ya como el posible sucesor de un jugador mítico con cuyo estilo era fácil compararle, Björn Borg.
El balear ya había dado muestras de lo que era capaz sobre la superficie que también fue la preferida del tenista sueco, la tierra batida, conquistando sus dos primeros Masters Series en Montecarlo y Roma. Ambos torneos medran en las cercanías del Roland Garros, como torneos de preparación para el campeonato parisino, y en el caso de Rafa Nadal cumplieron a la perfección con su cometido: al borde de los diecinueve años y con la derrota de Miami frente a Federer relativamente reciente, Nadal exprimió la experiencia de disputar dos finales a cinco sets sobre arcilla y frente a un buen especialista como Guillermo Coria.
Al mismo tiempo, el manacorí continuaba perfilando un manual de estilo que, aunque en ocasiones le ha servido de refugio en otras superficies, frente a Federer y sobre tierra batida es especialmente devastador. Quienes hayan visto suficientes partidos de Rafa Nadal, tendrán grabada en la retina la imagen de sus rivales, encerrados en un vértice de la pista, atrapados por alguna fuerza invisible que parece impedirles cambiar la dirección de sus golpes: sistemáticamente, envían la pelota de vuelta Nadal, cómodamente instalado en el otro extremo de la cancha. Desde esa posición, los drives del español superan la red con mucha amplitud y luego se desploman aplastados por ese topspin al que ya nos hemos referido, justo a tiempo para botar cerca de la línea de fondo. Muy pocos rivales han conseguido encontrar soluciones a esta situación recurrente. Sin duda, la gran excepción es la del genio serbio, Novak Djokovic, cuyas prodigiosas condiciones físicas y técnicas le permiten golpear la pelota de Nadal poco después de que salga despedida por los aires tras el bote, aprovechando toda su fuerza. Pero es una excepción: la mayoría de los jugadores, incluido Federer, acaban cometiendo errores no forzados cuando tratan de emplear esa misma estrategia. Ante la sangría de puntos, finalmente se ven obligados a alejarse de la línea de fondo para golpear con más comodidad, perdiendo su posición en la pista y la iniciativa en los puntos.
Con su mentalidad, su capacidad física y su derecha liftada, Rafa Nadal habría sido un gran jugador de tenis. Pero, para las grandes ocasiones como los enfrentamientos contra Roger Federer, el español reserva la segunda línea de su arsenal tenístico. Cuando sus rivales asumen el riesgo de atacar el pesadísimo efecto de su pelota, deben decidir en una fracción de segundo si quieren insistir sobre el drive del español o cambiar de lado, buscando la decena de metros despejados que quedan a su revés. Por desgracia para ellos, prácticamente no existen en el circuito golpes que Rafa Nadal no pueda devolver, por fuertes y precisos que sean, si van al ángulo que tiene protegido con su derecha. Sin duda, su capacidad para devolver golpes que parecen definitivos al vértice izquierdo de la pista de su contrincante es una de las armas más poderosas del español. Por eso es habitual que quienes logran llegar a estas alturas del peloteo sin enviar la bola fuera de la cancha o estrellarla contra la red acaben cambiando el juego y buscando un paralelo definitivo al revés de Nadal. Es en este punto donde resulta importante el hecho de que el balear es ambidiestro.
Se han escrito ríos de tinta sobre el hecho de que Nadal empuñe la raqueta con la mano izquierda y la conclusión es siempre que la decisión, tomada por su tío Toni cuando Rafa tenía nueve años, fue un acierto: el efecto es inverso al que todos los tenistas están habituados. Pero más allá de esto, resulta importante que Nadal tiene tanta habilidad y fuerza con la mano que escribe, la derecha, como con la que juega a tenis. Y por eso cuando un rival busca un cambio de juego para salir del castigo físico y psicológico al que le somete la cárcel de sus drives, es capaz de imprimir una fuerza sorprendente a unos golpes de revés, normalmente cruzados, que se escapan como una exhalación del alcance de sus contrincantes. Si además de todos estos recursos, ese mismo jugador tiene la capacidad de arrancar una semifinal de Roland Garros logrando poner en juego un buen saque de Federer y de llegar como una centella a tiempo de pasar la primera subida a la red del número 1 del mundo, se entiende que en su primer enfrentamiento sobre tierra batida las conclusiones fueran muy negativas para Federer: en aquella superficie, en aquella pista enorme, Rafael Nadal parecía invencible.
La final que no fue
No acabó ahí la demostración inicial del español, que combinando su plan defensivo con contrataques muy agresivos consiguió un break en el primer servicio del partido. De los primeros cinco juegos, Federer solo fue capaz de ganar uno, atrapado como estaba en lo más denso de la maraña tenística de Nadal y una de sus consecuencias: los errores no forzados. Ante la evidencia de que el juego desde el fondo de la pista es un camino tortuoso que conduce a la derrota segura, muchos jugadores que se enfrentan a Nadal en tierra batida optan por obviar la superficie sobre la que se encuentran, arriesgando y tratando de acortar la duración de los intercambios. Aunque la habilidad del suizo le permitió sacar adelante dos juegos seguidos en el ecuador de la primera manga, finalmente Nadal hizo subir el definitivo 3-6 al marcador, en lo que fue el primer set que Federer perdía en todo el torneo.
Instantes antes de que se reanudara el juego, la lluvia hizo acto de presencia en la Philippe Chatrier, ralentizando aún más las condiciones de la pista central de Roland Garros. Todo se ponía en contra del número 1 del mundo que, a pesar de ceder el primer juego, se reencontró en el momento idóneo con la mejor versión de su saque y el río de golpes que suele seguirlo. El 59% de primeros servicios que había conectado durante el primer set se convirtió en casi un 90% durante la segunda manga y, con esos guarismos, Roger Federer podría mantener su servicio jugando en una pista de hielo. Aprovechando los escasos fallos de Nadal al saque y sirviendo con solvencia, Federer fue encontrando su juego y, por momentos, jugó a placer. Sin embargo, en el mejor momento de su oponente (con 5-1 en contra de Nadal en el marcador), el balear dio un paso adelante y regresó no ya al partido, sino incluso a un set que muchos otros jugadores habrían entregado dócilmente. Aunque Federer logró cerrarlo a duras penas, para entonces Nadal había sumado tres juegos más, consiguiendo interrumpir la exhibición del suizo. La manga se cerró con 6-4 a favor del número 1 pero las sensaciones no eran las mejores para Federer.
Bajo una luz cada vez más tenue, Nadal optó por regresar de nuevo a su plan de juego y pronto su estrategia dio los resultados esperados. Probablemente, el comienzo del tercer set de esta semifinal de Roland Garros fuera la primera ocasión en que los aficionados al tenis entrevieron lo que sería el estilo de juego más maduro del campeón español. Dejando mucho menos lugar a la improvisación que en anteriores tramos del partido, Nadal se ancló al vértice izquierdo de su lado de la pista y desde allí fue horadando poco a poco la resistencia de Federer, hasta conseguir recuperar la delantera en el electrónico. En el tramo más importante del partido, con 2-4 a favor de Nadal en el tercer set, Federer tiró de casta y logró escapar a los pesados peloteos del español hasta igualar la contienda. Sin embargo, en el siguiente juego y con ambos al límite, la seguridad de los golpes de Nadal le permitió mantener su saque y prepararse para restar con opciones de llevarse un set que cada vez se antojaba más decisivo. En el siguiente juego, el servicio de Federer flaqueó y Nadal pudo permitirse presionar más su saque hasta disponer de varios puntos de break. En el tercero de ellos, logró poner en juego un buen saque de Federer que, desde mitad de pista, trató de cerrar el punto con un drive que frente a otro jugador, en otras condiciones, habría sido definitivo. El balear corrió hasta el otro extremo de la pista y optó por un altísimo globo defensivo que obligó al número 1 a ejecutar un remate forzadísimo que permitió a Rafa meterse en el punto, primero, y recuperar la iniciativa tras un golpe profundísimo después. Ahora era Federer quien corría para defenderse y Nadal quien esperaba en la red para golpear sin dejar botar la pelota y celebrar el punto de set con el entusiasmo habitual en sus primeros años como profesional. Habían transcurrido dos horas de juego y Emilio Sánchez Vicario, en la retransmisión de TVE, no podía esconder su asombro ante el partido que estaba despachando el español, que para entonces había roto siete veces el servicio del suizo.
Con el 2-1 en el electrónico y cuarenta y cinco errores no forzados (frente a solo veintitrés de Nadal), parecía que a Federer solo podía salvarle la suspensión del partido por falta de luz. Sin embargo la organización decidió que se siguiera jugando hasta más allá de las nueve de la noche, consciente de las dificultades que crearía terminar la semifinal el sábado a solo veinticuatro horas de la disputa de la final, en la que ya esperaba el argentino Mariano Puerta. Pero igual que a la jornada en París, a los tenistas parecía que se les estaba acabando la energía. La cuarta y última manga arrancó con imprecisiones por parte de ambos jugadores y, en un escenario plagado de errores, los winners de Federer le permitieron ponerse por delante. A pesar de ello, el partido quedó definitivamente sentenciado cuando el número 1 desaprovechó con dos errores la posibilidad de ponerse 4-2 arriba. Tras el 3-3 de Nadal, Federer pareció bajar definitivamente los brazos. Aunque el suizo se quejó en varias ocasiones al juez de silla por la falta de luz, el partido continuó y Nadal se hizo con los tres últimos juegos del partido, que finalmente se cerró con un marcador de 3-6, 6-4, 4-6 y 3-6.
El vencedor ha sido el tenis
La leyenda de Rafael Nadal en París parece empequeñecer el significado de su victoria en las primeras semifinales de Grand Slam en su carrera, pero este fue un partido especial en la carrera del balear. TVE supo reconocer el momento y retrasó el inicio de la tercera edición del telediario de La 1 para ofrecer en directo la clasificación de Nadal para la final de Roland Garros, en la que conquistaría su primer gran título. Aquella fue la primera vez en la que Nadal dio la impresión de estar en condiciones de convertirse en un severo «pero» que perseguiría la leyenda de Federer y la última en la que «el aspirante» dio la mano al juez de silla antes que «el campeón» a pesar de haber ganado el partido.
Roger Federer sería aún, durante tres temporadas, el número 1 indiscutido del ranking ATP; sin embargo, la presencia de Nadal se fue haciendo cada vez más incómoda para el suizo, que en adelante tuvo que aprender a convivir con un balance desfavorable en los enfrentamientos directos contra el español. Ambos terminaron 2005 con once títulos; Federer acumuló treinta y cinco victorias consecutivas desde su derrota en Roland Garros y extendió su racha de finales ganadas hasta las veinticuatro; Nadal acabó la temporada como número 2 del mundo y ganó treinta y seis partidos seguidos sobre tierra batida, conquistando ocho títulos sobre arcilla. Cifras espectaculares que anticipaban lo que estaba por venir la siguiente temporada: seis enfrentamientos directos y el establecimiento de facto de una diarquía que, desde entonces y hasta la aparición de Djokovic, dirimiría internamente la resolución de casi cualquier torneo importante en el que no tuvieran problemas de lesiones.
Con un balance personal de 2-1 favorable a Nadal en sus enfrentamientos con Federer, las cartas que marcaron la evolución de la primera parte de su rivalidad estaban sobre la mesa: con dos estilos opuestos, la teórica superioridad del suizo sobre pista rápida parecía esfumarse ante el prodigioso tenis que el balear desplegaba en arcilla. Los aficionados de todo el mundo tomaban partido por uno u otro y el mundo del tenis se frotaba las manos ante lo que finalmente se convirtió en la mayor rivalidad deportiva de nuestra época, cuando Nadal fue capaz de llevar la batalla a todas las superficies del circuito.
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