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El hundimiento del Batavia: cuando la realidad abre la puerta del infierno

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Se suele decir a menudo eso de que «la realidad siempre supera a la ficción», pero todos sabemos que normalmente es una exageración. La imaginación humana no parece tener fin, y, después de todo, no es raro que un escritor coja una época tan tumultuosa y llena de sucesos como la Guerra de las Rosas, y decida meterle dragones, zombis helados y todo tipo de aderezos para tratar de mostrarnos que el dicho puede ser falso. Luego uno descubre acontecimientos como el naufragio del Batavia y vuelve a confiar en la sabiduría de nuestros dichos populares. Porque, ¿cómo superar esta vez a la realidad?

Los marineros siempre han estado hechos de otra madera; más aún si vamos a buscarlos atrás en el tiempo. Que unos vikingos decidieran que más allá de Islandia debía de haber algo y acabaran en Terranova, o que unos polinesios terminasen habitando la Isla de Pascua, deja bien claro que cuando la humanidad se pone en serio es capaz de casi todo. Claro que otras veces las cosas acaban en desastre, algo que no es precisamente raro; y en unas pocas ocasiones todo parece conjurarse para que el naufragio se erija en un cataclismo fuera de categoría. Y es que el caso del Batavia deja lo del Titanic en una pequeña anécdota.

Nunca te fíes del primer viaje de un barco que no pueda hundirse 

Que sepamos, nadie fue tan valiente con el Batavia como con el Titanic, pero la construcción del barco de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales no fue precisamente una minucia. La VOC (siglas de su hombre holandés Vereenigde Oostindische Compagnie) era entonces una de las mayores fuerzas económicas del mundo y los astilleros holandeses parecían incapaces de dar abasto a su necesidad de nuevos buques. Tengamos en cuenta que los barcos raramente podían sobrevivir más de seis viajes de ida y vuelta a las Indias, y que además les llevaba como mínimo unos ocho meses cada trayecto. Un barco como el Batavia, un gigante de su tiempo, podía esperar una vida activa seguramente inferior a una década antes de considerarse incapaz de seguir cumpliendo su labor.

El Batavia fue construido en Amsterdam y su objetivo era encargarse de la peligrosa ruta entre Texel y la actual Jakarta, llamada entonces precisamente Batavia. Estamos hablando de un trayecto superior a las quince mil millas naúticas, lo que vienen a ser más de 27780 kilómetros a ojo de buen cubero. Además, el barco tendría que transportar a más de trescientos pasajeros en un espacio que se convierte en mucho más pequeño cuando tratamos de situar allí a tanta gente. Un gigante como el Batavia se nos antoja de manera inmediata como una lata de sardinas donde acomodar a mercenarios, marineros, oficiales, pasajeros y hasta a mujeres y niños que subían como polizones.

El Batavia, como el resto de los barcos de su época, se convirtió en un universo propio, aislado del resto del mundo y funcionando separado de toda influencia externa. Su viaje original debería haberle llevado desde Texel a Jakarta con una única parada en el Cabo de Buena Esperanza. Estamos hablando de un mínimo de ocho meses sumergidos en una realidad paralela, en la que el peligro estaría presente en cada momento y todos los problemas personales solamente podrían ir aumentando ante la incapacidad de los viajeros para evitarse. Esto último podía ser todavía más grave de lo que parece si resulta que el comendador del barco, encargado civil de la VOC, y el patrón se conocían de antes y no se llevaban precisamente bien.

Grabado Batavia 3

Un viaje bastante movido

Los barcos de la VOC tenían un sistema de funcionamiento bastante peculiar en el que el gobierno del navío estaba dividido entre dos personas de muy diferentes extracciones. Por un lado, estaba el comendador enviado por la compañía, que de eso de navegar no tenía ni idea pero que se suponía un buen administrador y que en este caso así lo era. François (o Francisco) Pelsaert era, al parecer, un hombre de esos tan rectos que corren peligro de romperse. Su contrapartida práctica en el poder era el patrón, que se encargaba de saber dirigir el barco lo suficiente para que no se hundiese. Al Batavia le cayó en gracia Ariaen Jacobsz, un mujeriego y borrachín veterano que no podía ser más diferente de su superior.

Portada Jeronimus comic Dabitch PendanxPara acabar de rematar la jugada, tanto Pelsaert como Jacobsz se conocían de un choque entre ambos una década antes en la India. Que dos antiguos enemigos coincidieran en el primer viaje de un navío no debía presagiar nada bueno; pero además se les fue a sumar a ambos un ayudante del sobrecargo recién contratado por la VOC y que se convertirá en el verdadero protagonista de la historia del Batavia: Jeronimus Cornelisz.

Jeronimus Cornelisz era un antiguo boticario que había perdido su negocio tras un oscuro problema relacionado con la muerte de su hijo, y había tenido que abandonar su profesión y la ciudad de Harleem para irse a Amsterdam y enrolarse en la VOC. Tal y como se presenta la situación, podría parecer uno más de los muchos hombres que decidían que ocho meses en un barco a través de los océanos no era mala idea, pero es que no hemos mencionado un dato central para la tragedia que sucederá y que puede explicar en parte lo sucedido: se ha acusado a Cornelisz de haber sido un seguidor del pintor holandés Torrentius y de haber huido de Harleem para escapar de la persecución del mismo.

Hay que hacer aquí un aparte para explicar que a Torrentius nadie le perseguía por sus obras pictóricas; el hecho de que solamente hayamos conservado una de atribución segura hasta nuestros días, es solamente un reflejo de su corta producción y una mala suerte realmente notable a la hora de preservar sus cuadros, algo por otro lado poco sorprendente sabiendo que en alguna ocasión quisieron quemarlos para darle un escarmiento ejemplar. Johannes van der Beeck, que así se llamaba en realidad el pintor, era famoso sobre todo por su condición de libertino, hereje, blasfemo, adorador de Satán y hasta miembro de los rosacruces. Razón suficiente para que el hecho de ser considerado su seguidor pudiese llevarte a cambiar de casa, ciudad, país y hasta de continente en pleno siglo XVII, por mucho que la intercesión real de Carlos I de Inglaterra le salvara en primera instancia de la muerte.

TorrentiusEl caso es que al parecer Cornelisz acabó en el Batavia para librarse de las acusaciones de ser un seguidor de Torrentius, y así trabó amistad con Jacobsz. El resultado de esta relación fue que los dos se encapricharon de una de las pasajeras del barco, Lucretia Jans, una mujer joven y atractiva que viajaba para vivir con su marido en las Indias tras perder tres hijos. Ambos debieron de compartir más de una confidencia y, lo que más nos importa, decidieron que tal vez lo mejor era organizar un motín, hacerse con el barco e irse a buscar un futuro mejor sin aguantar al aguafiestas de Pelsaert.

El motín llegó a estar a punto de consumarse cuando el comendador cayó enfermo de unas fiebres que le atormentaban frecuentemente tras una enfermedad sufrida en la India. Estuvo dos meses en cama (es de suponer que en ocasiones casi incapaz de enfrentarse a la sublevación que se estaba gestando entre sus supuestos seguidores) y, sin embargo, el barco seguía bajo su mando cuando se recuperó. Sabemos así que Pelsaert ya estaba preparando las medidas necesarias para tratar de evitar el levantamiento cuando se cruzó por el medio el archipiélago de los Abrolhos.

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Historia de un hundimiento

Es necesario señalar que los barcos que hacían la travesía entre Holanda y las Indias no seguían la costa africana pasado el Cabo de Buena Esperanza, y tampoco se dirigían hacia Madagascar precisamente; seguían al sur y después se dirigían directamente al este casi a la altura en la que el Océano Antártico aparece. Aprovechaban así las fuertes corrientes de viento conocidas como «los rugientes cuarenta» y cruzaban los mares a toda velocidad hacía su destino. Suena bien, pero cosa se complica un poco cuando recuerdas que no eran capaces de calcular con exactitud la longitud en la que se encontraban.

Replica del cronometro de John HarrisonEstamos en 1629 y hasta 1773 no se le dará un premio a John Harrison por la invención del cronómetro marítimo. Los barcos iban, a efectos prácticos, poco menos que ciegos en cuanto a su longitud, haciendo cálculos aproximados según los días transcurridos y jugando un poco al azar a la hora de decidir el mejor momento para cambiar el rumbo y dirigirse al norte buscando las colonias. En el caso que nos ocupa, y no es algo precisamente único, el patrón del Batavia se equivocó por unas seiscientas millas de nada y la noche del 3 al 4 de junio se encontró de bruces con el archipiélago de los Abrolhos. El Batavia encalló y quedó totalmente inutilizado.

Todo parecía haberse organizado para que el choque fuera lo más terrible posible. Uno de los vigías avisó de la cercana tierra, pero nadie le hizo caso. El barco apenas contaba con un bote y una yola (pequeña barca para travesías cortas, usada sobre todo por pescadores) como supuesto equipo de salvamento. Ninguno de los intentos de liberar al Batavia de la barrera de corales con la que había chocado tuvo éxito, pero por el camino sí que se consiguió librar al barco de sus cañones y hasta del palo mayor. El caso es que el Batavia quedó convertido en una enorme masa inmóvil, paralizada aparentemente en medio del océano.

Ruta del BataviaLa suerte hizo que en realidad estuvieran cerca de un grupo de islas, pero aquí de nuevo se dio una macabra casualidad: el barco encalló en el extremo este del archipiélago, donde las islas no cuentan con agua potable, ni con fuentes de alimento. Los encargados del Batavia se encontraron así con un contingente de personas abandonadas aparentemente a su suerte en mitad de la nada, con una notable escasez de alimentos y pocas opciones de ser rescatados al encontrarse fuera de las rutas comerciales.

La desesperación nos explica que Pelsaert decidiera apenas cuatro días después partir sin aviso previo junto a Jacobsz y lo mejor de su marinería en dirección a Java. Cuarenta y cinco personas partieron en el bote, dejando a los náufragos atrás y condenándolos, sin saberlo, a un auténtico infierno en la tierra.

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El infierno en una isla

Tras la partida de Pelsaert, la tripulación y los pasajeros del Batavia trataron de organizarse para pasar el tiempo necesario hasta la vuelta de su capitán o la llegada de algún barco que les socorriese. A pesar de que muchos debieron pensar que habían sido abandonados a su suerte, entre los viajeros había mercenarios y experimentados marineros que debieron de creer que aún tenían algo que decir.

Batavia comicEl primer golpe de mala suerte que sufrieron fue el hundimiento definitivo del barco, en el que todavía permanecían unas setenta personas. Se cree que apenas sobrevivieron dos docenas de ellos, entre los cuales se encontraba Jeronimus Cornelisz. Su llegada a tierra debió ser desesperada y dificultosa, ya que no sabía nadar, pero cuando le rescataron de las aguas poco sabían los que le subieron en hombros que acababan de dejar que el zorro entrase en el gallinero. Su verdadero sufrimiento estaba a punto de empezar.

Cornelisz se convirtió de manera casi inmediata en el líder del asentamiento. Tras la partida de Pelsaert, era el hombre con mayor autoridad dentro de la VOC, además de lo cual todavía contaba con el apoyo de aquellos que habían conspirado con él y con Jacobsz para amotinarse. Pronto empezó a organizar a los hombres, simulando cierta habilidad, pero no tardó en demostrar su verdadera naturaleza. En principio, los supervivientes se habían organizado según un comité de sabios que se encargaba de tomar las decisiones de manera colegiada; Cornelisz primeramente se convirtió en el presidente de dicho comité, para poco después sustituir a todos sus miembros por otros de la marinería que hubiesen formado parte de su conspiración. Con el poder absoluto en sus manos, no tardó en mostrar sus cartas: el primer condenado a muerte fue un soldado acusado de robar vino de las reservas, al cual se le ejecutó de manera sumaria.

Estatua en honor a Wiebbe HayesEl antiguo boticario estableció un gobierno despótico de la noche a la mañana, se hizo con el control de las armas que habían sobrevivido al naufragio y no dudó en acabar con aquellos que lo amenazaran, aunque todavía tuviese que disimular por la presencia de algunos soldados que no confraternizaban con sus ideas. Entre ellos destacó la figura de Wiebbe Hayes, un soldado raso que fue encargado de explorar las grandes islas al oeste. Cornelisz en realidad buscaba mandar a esos hombres a su muerte por sed y hambre, algo que ya había hecho enviando a otros a las llamadas Isla de los traidores e Isla de las focas. El truco le salió mal, porque en realidad en las islas occidentales había agua potable y abundante comida. Hayes y los suyos estaban ahora impedidos para interferir en los sucesos que tendrían lugar, pero al menos se habían convertido en un lugar al que huir.

Los primeros que trataron de intentarlo fueron los desterrados a la Isla de los traidores. Azuzados por la necesidad, construyeron toscas barcas y trataron de cruzar hasta el campamento de los Hayes. El resultado fue que Cornelisz ordenó a sus hombres interceptarles y atacar desde sus propios botes, acabando con hombres, mujeres y niños. Su control sobre todo el territorio ajeno a Hayes se había convertido en absoluto. Pronto trataría de exterminar también a los enviados a la Isla de las focas. De las cuarenta almas enviadas allí, solamente se salvaron seis o siete que consiguieron huir y reunirse con Hayes.

Las islas de los Abrolhos hoy en diaEl campamento principal de Cornelisz se había convertido ya para entonces en una auténtica sucesión de atrocidades. El antiguo boticario había obligado a todos los supervivientes a jurarle fidelidad y se hacía llamar capitán general. Nunca fue capaz de asesinar a nadie con sus propias manos, y la única vez que lo intentó fracasó estrepitosamente y otro tuvo que acabar el trabajo. Sin embargo, su carisma le erigió en un plenipotenciario gobernante, cuya palabra era la ley. Se sucedían las acciones más aberrantes y cualquier motivo real o imaginado podía ser suficiente para que alguno de los supervivientes sufriera la más horrible de las muertes. Baste el detalle de que, tras tomar el control, supervisó el asesinato de dos tercios de las mujeres presentes y organizó la violación colectiva y regular del resto.

Cornelisz, como todo buen villano, en realidad resulta también una figura contradictoria. Así, sabemos que pronto decidió reservarse para sí a la mencionada Lucrecia Jans. No obstante, al menos durante doce días no consiguió avanzar en sus intenciones sexuales para con ella. Pero entonces le confesó sus deseos a su segundo al mando, quien se encargó de dejarle claro a la joven qué le pasaría si no hacía lo que debía; la conversación acabó con toda reticencia por su parte. Este episodio nos muestra la otra cara de un Cornelisz que se convirtió en el demiurgo de una nueva sociedad, un nuevo mundo gobernado por él y en el que el pecado original dejaba de tener sentido y los más mínimos caprichos de sus elegidos tenían carácter de ley divina. Es fácil tratar de ver aquí la influencia lejana del anabaptismo y de Torrentius, la búsqueda de un mundo ideal y, en definitiva, una nueva sociedad libre de las ataduras del pasado que termina convertida en el peor de los infiernos.

Grabado Batavia

El fin del imperio del terror

Si algo enfadaba a Cornelisz era la existencia de la colonia de Hayes, a donde además habían ido huyendo con cuentagotas algunos habitantes de su propia congregación. No es de extrañar que, según avanzaban los días y los víveres se iban haciendo más escasos, decidiera que su único objetivo tenía que ser la conquista de la isla en la que este se atrincheraba. Sin saberlo, el antiguo boticario estaba iniciando el último acto de esta historia.

Localizaciones en los AbrolhosA principios de agosto, dos meses después del naufragio, Cornelisz empezó sus intentos de conquistar la isla de Hayes. Los dos primeros fueron repelidos por unos efectivos más numerosos y mejor alimentados, aunque mucho peor equipados. En su orgía de sangre y destrucción, Cornelisz se había condenado a la derrota. A pesar de contar con los dos únicos mosquetes del archipiélago y las mejores armas, apenas podía mandar a una veintena de asesinos contra los cerca de cincuenta hombres reunidos por Hayes.

La tercera intentona de Cornelisz podría haber puesto fin al conflicto, puesto que en ella cayó capturado él mismo y perdió a tres de sus mejores lugartenientes. Sin embargo, no fue asesinado y la lucha siguió adelante, a pesar de que las atrocidades pararon tras la elección de un nuevo líder entre sus seguidores. Estos decidieron lanzar un nuevo asalto el diecisiete de septiembre, esta vez más organizado y usando de la manera más efectiva sus dos mosquetes. Todo parecía llevar a una lucha sin cuartel en la que sería muy difícil saber quién ganaría… cuando apareció un barco a bordo del cual Pelsaert llegaba para recoger a los náufragos.

Grabado Batavia 2Cual deus ex machina sin vergüenza, el comendador no tardó en imponer de nuevo el orden y detener a los seguidores de Cornelisz. Así, los supervivientes supieron que el bote consiguió alcanzar Java sin perder a un solo hombre y que casi inmediatamente Pelsaert había conseguido el mando de un barco para ir a rescatarles. La mala suerte había causado que tras alcanzar la latitud correcta el Sardam, que así se llamaba el nuevo navío, tardase un mes más en encontrar las islas.

El panorama que se encontró Pelsaert a su vuelta tuvo que causarle el mayor de los horrores. Algo más de cuarenta hombres armados con armas improvisadas se enfrentaban a una quincena de asesinos bien pertrechados que tenían bajo su control a los pocos supervivientes que quedaban. Se calcula que durante los poco más de tres meses que duró la ausencia de Pelsaert, los hombres de Cornelisz fueron responsables directos de unas ciento diez muertes.

Grabado del ajusticiamiento de los rebeldes

Juicios y finales

Cornelisz fue juzgado de manera inmediata y condenado a muerte por el propio Pelsaert. La condena se llevó a cabo en la Isla de las focas, el día dos de octubre de 1629. Antes de ser colgado de la horca se le cortaron ambas manos. Trató de envenenarse el día antes, pero no le funcionó la treta y acudió al patíbulo tras pasar una horrenda noche. Ese mismo día se colgó a otros seis de sus seguidores.

Grabado del BataviaEl hombre que había sucedido a Cornelisz en el control del campamento, reconocida su influencia para frenar las atrocidades que se estaban llevando a cabo, fue abandonado en la costa australiana junto a un adolescente que había destacado por sus ansias asesinas. Pelsaert perdonó la vida a uno por sus acciones y a otro por su corta edad, pero temió que las autoridades de la VOC no estuvieran de acuerdo con su decisión. Nunca se sabrá que fue de ellos una vez liberados en la costa.

El Sardam llegó a Batavia con sesenta y ocho supervivientes del naufragio; de ellos catorce eran criminales que serían ajusticiados. Si a esto le sumamos los cuarenta y cinco que partieron en el primer bote, tenemos que apenas ciento trece personas sobrevivieron de las trescientas cuarenta y una que partieron de Holanda. Finalmente, tras encargarse de los ajusticiamientos, noventa y nueve pasajeros del Batavia habían sobrevivido al viaje.

Ongeluckige_voyagie_vant_schip_Batavia_(Frontispiece)Pelsaert murió menos de un año después de su vuelta a Batavia, en septiembre de 1630, y no parece haber llegado a ocupar el lugar en el gobierno de la colonia que se había ganado. No sabemos qué fue de Jacobsz, que negó toda participación en el posible motín bajo tortura, pero todo parece indicar que murió en prisión. Lucrecia Jans, la que fuese objeto de deseo y esclava sexual de Cornelisz, fue acusada de haber sido una instigadora de lo sucedido, pero finalmente se archivó el caso y llegó a casarse de nuevo tras descubrir que su marido había muerto durante su largo viaje a Batavia; no sabemos qué le deparó el destino, pero parece ser que regresó a Holanda y algunos creen haber localizado noticia de su muerte en 1681. Por último, el héroe de los supervivientes, Wiebbe Hayes, fue ascendido por la VOC gracias a su actuación, y tras ello su rastro se pierde en las nieblas del pasado.

Nuestro conocimiento de los hechos sucedidos en el Batavia y el archipiélago de los Abrolhos se debe sobre todo al diario de Pelsaert, que fue publicado en 1647. A este hay que sumarle los registros de los juicios llevados a cabo a consecuencia de los sucesos. Estos documentos nos han permitido conocer unos hechos que dejan claro que, en ocasiones, la realidad supera a la más loca de las ficciones. Lo sucedido bajo el control de Cornelisz hace palidecer a la imaginación de William Golding en El señor de las moscas, mostrándonos lo que puede llegar a suceder cuando los hombres son abandonados a su suerte sin ningún control externo. Es entonces cuando la mera presencia de un elemento disruptor como Jeronimus Cornelisz, puede ser la puerta que deje entrar al infierno.

Ismael Rodríguez Gómez
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