No es la primera vez que sucede ni probablemente será la última. Ya saben: David Simon, una de las estrellas más rutilantes de la televisión internacional, va a hacer una serie sobre la Guerra Civil española. Si no les suena, antes fue periodista en un periódico de Baltimore y ha puesto en boca de sus personajes cosas tan peligrosas como que, si quieres saber quién es el culpable de un crimen, hay que «seguir el rastro del dinero». De hecho, Denis Lehane, el monstruo de la novela negra que le ayudó a escribir los demoledores diálogos de The Wire (el Pentateuco de las series policiales modernas), también viene con él. Es decir, el equipo que triunfó desnudando la corrupción de los cimientos del Estado norteamericano viene a ver la Guerra Civil española desde el único punto de vista que puede interesar al mercado estadounidense: el de la lucha de sus brigadistas contra el fascismo. La lucha, en palabras del propio Simon «contra el mal absoluto». Añadan a la ecuación que el productor de la serie va a ser el ínclito (y catalán) Jaume Roures, y comprenderán que han saltado todas las alarmas.
Es el piloto rojo que advierte de que viene un extranjero a meter las narices donde no le llaman. No se enciende siempre, claro: la obra de Hugh Thomas, que dijo que la culpa de la guerra estaba muy repartida, fue recibida con la moqueta puesta ya durante el tardofranquismo. Ahora, sin embargo, muchos han detectado el peligro de que se despache una especie de Tierra y libertad pero seriada y norteamericana, y por tanto muy alejada del aire intelectual y algo marginal del muy británico Ken Loach. En España siempre han incomodado este tipo de obras que no encajan en la subsección guerracivilista del videoclub de las «peleas entre hermanos» ni en la de «películas de rojos que no han aceptado la derrota». Se coloca la señal de peligro porque Dry Run de David Simon puede irrumpir con fuerza en el estante de la trastienda reservada a los «tipos de fuera que deberían ver las cosas con distancia y aun así consideran que en España se cometieron crímenes atroces que siguen sin juzgarse».
Y no le vengan con mandangas a estos tipos: ni punto final, ni viejas heridas, ni «hay que mirar hacia adelante». Esta gente es especialista en analizar el presente, detectar para qué está madura una sociedad y vendérselo aunque en el proceso haya que simplificarlo y adaptarlo a los gustos de su propio público. Curiosamente, nadie parece demasiado preocupado por el característico ombliguismo norteamericano en este tipo de menesteres. El pánico lo produce la posible ruptura desde fuera, ya que no desde dentro, del discurso hegemónico en torno a la guerra. Ese, y no otro, es el verdadero motivo de alarma: a nadie le importa lo más mínimo que se planten aquí unos yanquis dispuestos a sacar brillo al heroísmo de los brigadistas americanos, sino que el contexto de su historia será el de la lucha de los republicanos contra el fascismo.
No es casualidad que Dry Run vaya a rodarse en un momento en el que las toneladas de cemento que sepultan algunos traumas patrios comienzan a resquebrajarse, con una ley de memoria histórica a la espera de desarrollo y con una parte creciente de la sociedad cada vez más vigilante de ciertos tics franquistas que, hasta hace bien poco, se perdonaban sumarísimamente. David Simon, además, va a crear un nuevo relato de la Guerra Civil apoyado en unos medios que resultan tan desconocidos para el discurso hegemónico como atractivos para las nuevas generaciones. Por eso saltan las alarmas y llueven las críticas preventivas.
Mucho ánimo a todos los que quieran presionar a Mr. Marshall. Está deseando que se alimente la polémica. Al fin y al cabo, fue él quien descubrió que no hay mejor propaganda para su producto.
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