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Arte y LetrasLibrero en las TrincherasOff-Topic

No me chilles que no te veo: cinco conversaciones absurdas que solo pueden suceder en una librería

Cantaba Enrique Bunbury aquello de que «el pensamiento es un idioma de signos sin sentido». Yo matizaría que más que el pensamiento, lo que en ocasiones se convierte en algo ininteligible es el lenguaje. Empezando por algunas de las canciones del propio maño, y siguiendo por esa incapacidad que tienen a veces las personas para entenderse aunque hablen un mismo idioma. Esto último es lo que sucede a menudo en cualquier librería: un cliente llega, se comunica con el librero en una lengua que ambos (en teoría) conocen, y el resultado es que son incapaces de descifrar mutuamente el significado del conjunto de señales sonoras que emiten; las reconocen, saben su significado, pero uno podría estar hablando en chino y el otro en castellano y el resultado sería exactamente el mismo: «¿Ein?».

A continuación dispongo aquí, con la mayor fidelidad posible, cinco de las conversaciones más hilarantes que he vivido en mi calidad de librero atrincherado con problemas de comunicación. Todas ellas, aunque no lo parezcan, son reales. Absurdamente reales.

1) El cuento (gótico) de la buena pipa

Señora de mediana edad en busca de algo aparentemente sencillo.

—Quiero un libro para mi hijo. Acaba de leer Manuscrito encontrado en Zaragoza. Le ha encantado y me ha pedido algo parecido.

—Perfecto. Mire, la editorial Valdemar ha publicado una edición muy interesante de relatos de Henry James: Historias de fantasmas.

A la señora se le tuerce el gesto.

—No, no. Es que a mi hijo no le gustan los libros de relatos.

Intentas razonar.

—Pero es que Manuscrito encontrado en Zaragoza es una novela compuesta de relatos, como Las mil y una noches

Te interrumpe.

—No, no, no… Tiene que ser una novela.

«Novela», ese término indefinido… Sabes que es una batalla perdida, así que optas por tu segunda opción: kit gótico de primeros auxilios.

—Bueno, vale. Pues a ver… Si le gustó Manuscrito encontrado en Zaragoza tiene Melmoth el errabundo de Charles Maturin, El monje de Matthew G. Lewis, Los elixires del diablo de E. T. A. Hoffman, El castillo de Otranto de Horace Walpole

—¡No! —exclama la mujer, que al mirar las portadas de los libros que le ofreces ha mudado su rostro por la cara del protagonista de El grito de Edvard Munch—. ¡Estos libros son terroríficos! Mi hijo es una persona muy sensible. No le gustan este tipo de libros.

—Disculpe —respondes educadamente, convencido de que la argumentación que estás a punto de exponer tendrá el mismo resultado que intentar que un mandril de culo pelado recite la obra completa de Shakespeare—, estas son novelas de terror, como Manuscrito encontrado en Zaragoza.

—No, no, no —contesta ella indignada—…  es que mi hijo está ingresado en el hospital, y quiero algo que le entretenga, no que le meta miedo.

—¿Pero no me ha dicho que acaba de leerse Manuscrito encontrado en Zaragoza y que le ha encantado?

—Sí, por eso quería algo parecido.

¿Quieres que te cuente el cuento (gótico) de la buena pipa?

2) Cliente rebelde (sin causa)

Un señor mayor al teléfono.

—Busco Gigante, de Steinbeck.

—Disculpe, creo que al que se refiere es Al este del Edén, de Steinbeck.

—No, no. Yo quiero Gigante.

—Pero es que Gigante no lo escribió Steinbeck, si no Edna Ferber, y está descatalogado. ¿No lo estará confundiendo con Al este del Edén, que es una película de James Dean, como Gigante?

—Ese quiero yo, el libro de Steinbeck en el que se basó Gigante.

—Pero el de Steinbeck no es Gigante, es Al este del Edén.

—Ese quiero yo, el de Steinbeck.

—¿Al este del Edén, entonces?

—No, no, Gigante.

—De acuerdo, pues no lo tenemos. Lo siento.

3) En busca de la librería perdida

Media tarde de domingo en la librería. Entra un hombre mayor. Se le ve dubitativo, vacilante. Mira a su alrededor y se acerca.

—Disculpe, estoy buscando una librería que abre los domingos, al final de esta calle, muy grande… de dos plantas.

Desconcertado, le respondes:

—¿Esta?

El hombre, sorprendido, no puede ocultar un gesto de felicidad y te dice entusiasmado:

—¿Esta? ¡Perfecto! ¡Quiero papel cebolla!

—Lo siento, pero no trabajamos artículos de papelería.

—¡Vaya! —exclama el hombre apesadumbrado—, a ver dónde encuentro yo ahora otra librería en esta calle, grande, que abra los domingos y que tenga papel cebolla…

4) Expediente X: el inodoro

Dos especímenes femeninos de mediana edad te escrutan desde el otro lado del mostrador. Se nota la incertidumbre en su mirada. El miedo. Tienen que hacer una pregunta y no se atreven. Por fin, tras un buen rato de deliberación, la más osada se lanza al ruedo:

—Disculpe, ¿tienen baño?

—No, lo siento —contestas con un tono de disculpa que intenta transmitir cierta empatía urinaria.

Es entonces cuando el segundo espécimen, que se ha mantenido en la sombra hasta el momento, decide pasar a la acción. Con un gesto autoritario retira a un segundo plano a su (al menos hasta el momento de hacer la pregunta) amiga, y le dice que no se ha sabido explicar bien, que la deje a ella:

—Perdone, ¿hay servicios?

—No, lo siento, de eso tampoco tenemos.

5) La semilla de Paul Auster

Dos señoras pululan entre las mesas de novedades, hasta que una de ellas repara en un libro de Siri Hustvedt.

—¿Qué tal está esta novela?

—Muy bien —respondes—. Además la autora es la mujer de Paul Auster.

—Ah, sí —dice una de ellas, seguramente la más ilustrada de las dos—. Sharon Stone, la chica a la que mató Charles Manson.

Tú no entiendes nada, así que decides hacer lo mejor en estos casos: cerrar la boca y poner cara de tonto.

—Madre… vaya desgracia —continúa la otra—. Estaban chiflados esos hippies

Tu cerebro empieza a unir piezas.

—No, no. Perdone. No he dicho «Pol-anski», si no «Paul Auster». Y por cierto, la mujer de Polanski se llamaba Sharon Tate, no Sharon Stone.

Mi alarde de cultura popular no parece impresionarlas demasiado.

—Ah, bueno —responde una de ellas—… Nos llevamos la novela igual. Pero ya puede estar bien o volvemos y te arrancamos una oreja, como a la Sharon esa.

El librero

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13 comentarios

  1. Bueno, de todo hay. Andaba buscando Alicia anotada por Martin Gardner y me acerco a cierta prestigiosa librería de varias plantas de mi ciudad: https://www.google.es/maps/@37.391554,-5.995405,3a,90y,265.03h,100.7t/data=!3m5!1e1!3m3!1sdwS7HC2U4sYKfDQ2ATitVg!2e0!3e5

    Voy a la sección de autores en lengua inglesa y le pregunto por los libros de Lewis Carroll. -Es un autor de ciencia ficción ¿verdad?. Me marche muerto de risa sin poder prosegui con la compra.

    1. De las «prestigiosas librerías» que en realidad son cadenas de establecimientos a lo supermercado es mejor huír. Más que nada porque sus trabajadores (y no es culpa de ellos, que al fin y al cabo no te vas a hacer filólogo para un contrato temporal de 3 meses) no tienen ni idea del producto que venden. Están para cobrarte y reservarte un ejemplar de CINCUENTA SOMBRAS DE GREY e ya.

  2. Pues me parecen todas situaciones que denotan un trato al cliente bastante regulero, por no decir deficiente. Al cliente nunca se le trata como un tonto,y la oportunidad de perder ventas por tratarlos como tal me parece realmente ridícula. Suerte en tu negocio señor Librero!

    1. Hombre, que alguna voz sensible iba a saltar en defensa de la causa era algo que no podía fallar. Pero creo que es injusto. En ningún momento se critica aquí la cultura de los clientes. Está caro que este artículo es una oda al cachondeo que viene acompañado a las situaciones que se suelen dar cuando se trata con público.

  3. En ningún momento #Javos me da la impresión de un trato deficiente ni se burla de los potenciales clientes (al menos, delante de sus narices, que sería lo descortés). En el desempeño de nuestras profesiones todos nos encontramos, con mayor o menor frecuencia con solípedos ignorantes, en el bien entendido de que «ignorante» no es el que no sabe (esa es una situación transitoria que puede superarse) sino el que no sabe, cree que sabe y, en su virtud, impone su criterio al que NOTORIAMENTE sabe (y obviamente, sabe más que él). Y la ignorancia -esa ignorancia- no tiene cura.

  4. Tengo un amigo q no para de decirme que escriba un libro con todas las anécdotas que tengo en el hotel donde trabajo. ¿tienes habitaciones? Ponte una.

  5. El problema de los clientes no es la incultura o el desconocimiento literario, sino el gran orgullo, o como quieran llamarlo, que tienen. Porque si yo me confundo y me corrigen (amable y humildemente, claro), no tengo ningun problema en rectificar y aprender una cosa mas que, al fin y al cabo, me va a beneficiar a mi; pero se ve que todos queremos ir de «sabiondos» cuando ninguno lo somos. ¡Qué mejor que un profesional para corregirte y ayudarte!

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