Rodrigo Cuevas: «Seguiré haciendo lo que me dé la gana, que es lo que hay que hacer. Aunque le deje de gustar a la gente»
Los calificativos se agotan a la hora de definir a Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985), un tsunami artístico que desde Asturias ha conquistado España (y apunta más allá de sus fronteras) con una propuesta total que aúna canción tradicional y bases electrónicas, una estética rompedora y provocativa (mezcla de atuendo folclórico, pin-up y cabaret), y un componente de performance en el que sensualidad, humor e historia rural se dan la mano. En apenas año y medio ha pasado de extravagante fenómeno viral a consolidado artista de gran potencial. El hecho de que planifique su carrera en base a sus espectáculos, y no a sus discos, ejemplifica sus verdaderas intenciones: la agitación folclórica multidisciplinar. A Rodrigo Cuevas no te lo pueden contar, tienes que verlo.
Por eso, aprovechado su actuación en el XXIX Conciertu pola oficialidá, nos hemos acercado hasta Gijón (Asturias) para presenciar su espectáculo y hablar con él. El resultado ha sido una charla distendida en la que personaje y persona demuestran estar mucho más próximos de lo que se pueda pensar, y en la que se atestigua que tanto en el escenario como fuera de él, ambos tienen mucho que ofrecer.
Quiero empezar reconociendo que yo he reflexionado mucho sobre tu figura. Te lo digo honestamente. Me acuerdo el día que supe de ti, con un vídeo viral de una actuación de El ritmo de Verdiciu, y que me pareció el típico fenómeno friki de internet. Luego fui cambiando de opinión según iba acercándome más a tu figura: leyendo entrevistas, conociendo tu música, viendo actuaciones…. Ahí descubrí que tenías un personaje totalmente trabajado, en el mejor de los sentidos, y que representaba una propuesta artística completa: desde el punto de vista musical, estético y en cuanto a la parte de la performance en directo. Te lo comento porque supongo que esto le habrá pasado a más gente…
Entiendo perfectamente que pueda pasar al ver el primer vídeo que se hizo viral, que fue en la Naveta; un vídeo muy mal hecho, pixelado, grabado de lado… yo así todo escorado, que no llevaba ni técnico de sonido (me encargaba yo mismo del sonido). Incluso viendo el videoclip (Ritmo de Verdiciu, 2016), que aunque sea una cosa más elaborada, entiendo que también puedas pensar: «esto es una frikada más». Salen tantos así… lo ves todos los días. Pero bueno, yo me lo curro, actúo mogollón y en todo tipo de escenarios: súper populares, en otros sitios más raros o más culturetas. Por ejemplo, el año pasado actué en la Plaza Mayor de Xixón y me recorrí todas las fiestas de prao, luchando contra todo eso un poco…. Tampoco luchando, porque creo que era un camino que tenía que hacer, y hay que dar el callo, trabajar mucho, en todo tipo de sitios. Aprendes de todos los lados un montón. Creo que a mucha gente le paso eso y lo entiendo perfectamente. Es más, hay mucha gente que aún no se dio cuenta de lo otro, que siguen pensando que soy un friki porque no profundizaron, porque no fueron nunca a un concierto… De hecho lo interesante creo que es el directo.
Es verdad. Es el punto clave para conocerte. Por experiencia propia, en este caso de mi madre, que lleva toda la vida metida en el mundo de la música tradicional, no te tomó en serio hasta que no acudió a un concierto.
Claro, lo entiendo. Yo estoy muy orgulloso de los directos. Tengo una parte muy política, muy reivindicativa; pero también de performance, de actor… y todo eso es muy difícil plasmarlo al completo en un vídeo.
Hablando de directos… ¿cómo fue eso de hacerte las Américas? Porque te fuiste nada menos que a Perú hace poco.
Pues fue muy guapo, la verdad. Estuve tocando en Lima. Yo fui como cuando empezaba aquí: cogí la Guía del ocio de Lima y bombardeé a emails, y donde me ajuntaron, para allá fui. En principio es un sitio hostil, porque nadie te conoce. Aquí lleno la Laboral; la gente entra pagando al teatro y viene esperándote. Entras y ya están aplaudiendo, riéndose… Allí me pasó como me sucedía aquí al principio: los primeros treinta minutos la gente no entendía nada (risas).
Y más con el salto cultural que supone tocar en otro país…
Exactamente. Y luego hay que dar con el público. Porque muchas veces vas a un sitio donde la gente no tiene referentes teatrales o humorísticos y entonces no entran al trapo. Luego me salió otro concierto, así como medio improvisado en Cuzco, en una casa en un pueblo, y ese fue genial. El de Lima también estuvo bien, pero bueno: hubo poca gente y tardó en conectar.
De todos modos, hablamos de choque cultural, pero tampoco hace falta irse hasta Perú. ¿Cómo fue tocar las primeras veces fuera de Asturias?
Pues hubo de todo, claro (risas).
Pero es que tú llevas un tiempo ya girando por toda España. Tu propuesta artística nace en Asturias pero trasciende sus fronteras.
Cuando yo empecé con este espectáculo vivía en Pontevedra, de hecho, con lo que para actuar ni siquiera apuntaba a Asturias, sino a otros sitios que me quedasen más cerca: Salamanca, León, Zamora, Galicia… En Portugal nunca conseguí que me saliera nada. Y claro, Madrid, que hay que ir y que es lo más duro que existe.
Por cierto, vas a la capital a finales de mes con tu actual espectáculo, El mundo por montera, ¿verdad?
Sí, el jueves día 29, en el Teatro Rialto. Desde el principio quise salir fuera. Asturias es muy pequeña y es muy difícil vivir solo de ella y no trallarla.
Precisamente, me parece muy interesante tu éxito fuera de Asturias teniendo en cuenta que tu propuesta está muy anclada con el folclore regional. ¿A qué crees que se debe? ¿Por qué no triunfan otras propuestas folclóricas fuera?
Creo que el folclore más clásico está orientado a la gente que le gusta el folclore. Maneja un discurso muy específico que, si no estás dentro de ese mundo, a veces cuesta entender. Como te pasaría en un concierto de jazz, que desde fuera puedes no enterarte de algunas cosas. No te engancha del todo. Y yo, la verdad, lo que hago es un espectáculo artístico, con un concepto más global que no es solo música, y lo hago desde una perspectiva contemporánea. Uso el folclore, pero como también uso la copla, o el teatro, o la improvisación. El folclore es una parte más. Mi discurso político sí que va un poco por ese lado, porque soy un fiel creyente de que hay que mirar para atrás en muchas cosas para andar hacia adelante, y me agarro al folclore y a la tradición en ese sentido.
¿Dónde consideras tú que deben ponerse los límites? El mundo del folclore es muy cerrado, y enseguida surge el debate de lo que es tradicional y lo que no. Parece que, musicalmente, está muy anclado en el pasado.
De mano, yo ya creo que es un error criticar algo por ser tradicional o no. Nada debe tener la obligación de serlo. Nadie va a un concierto de rock a gritar: «¡Fuera de aquí, yanquis!» (risas). Y el rock es yanqui. Y lo mismo aplicado a la electrónica, el jazz, etc… La desgracia que tenemos aquí es que desde los años 50 o 60 no se generó ningún movimiento cultural propio; todos son traídos de fuera, y creo que ese es el error que no se ve. Lo que hay que hacer es generar movimientos culturales propios. Eso sería lo verdaderamente interesante. Creo que lo último que se creó fue el cuplé, la copla… y en otros territorios; o todo el movimiento de cantantes de tonada de principios de siglo, de los años veinte, que cantaban con el piano y tal… fueron los últimos movimientos localistas, o nacionalistas en el concepto de las vanguardias del siglo XX. A partir de ahí ya todo se importó del mundo anglosajón: el rock and roll, la electrónica, el jazz… y nosotros lo que hemos hecho es mezclar la música tradicional con ello, pero perdiendo el hilo de crear movimientos culturales propios.
Respecto a lo que es tradicional o no, creo que desde que te subes a un escenario ya deja de serlo. Lo que tiene el folclore es algo colectivo: unos tocan para que otros bailen y luego los roles se intercambian. Eso era lo tradicional. Como mucho la tonada, si la queremos considerar tradicional (que sería otro debate), que parte de los cantares tradicionales, de siega o de carro, pero que ya pasó a un punto escénico, donde uno canta y los otros miran. O el flamenco, que se diferencia del folclore andaluz (porque en Andalucía también tienen jotas y seguidillas y malagueñas y verdiales, y es colectivo: todos tocan y todos bailan); sin embargo, al igual que la tonada, ya es una persona (lo que tiene un componente escénico) la que se sube a un escenario mientras el resto la miran, sin participar. Pues bueno, para mí esa es la diferencia de lo que es popular, tradicional, y lo que ya es algo escénico. Es una forma de ver el arte post-renacentista, en el que autor es consciente de que es artista.
Cambiando de tercio, aunque hablando todavía de algo relacionado con la cultura tradicional asturiana: hoy participas en el Concierto pola oficialidá del asturiano. Tu postura al respecto, por tanto, está clara. Pero, ¿qué opinas sobre las políticas institucionales que se llevan a cabo, o deberían, por el fomento de la llingua y la cultura asturiana? ¿Cómo ves la situación?
Creo que hay una denostación bastante grande hacia todo lo que es el patrimonio cultural inmaterial. Hay una cosa que da rendimiento y es fácil de manejar, que es el patrimonio material. Es decir, conservamos este edificio, la gente viene a hacerse selfies y a gastar el dinero en la ciudad, que es lo que interesa. Y todo lo que es patrimonio inmaterial ya genera un poco de conflicto, porque se meten en medio asuntos más políticos y, sobre todo, no da rendimiento económico. Y punto, se elimina. Es como eso de «¿para qué hablar asturianu, si nadie lo habla. Es algo que nos quieren imponer». Y eso pasa en 2017, no en 1990. Nadie se cuestiona que haya un castellano normativo, pero sí el asturiano. Se alimentan de ese tipo de cuñadismo tan vacío. Nadie pone en duda restaurar una iglesia prerrománica; sin embargo, el asturiano es de la misma época, un patrimonio que tenemos ahí y que al no verse no se le valora igual. No se le puede hacer una foto y subirlo a las redes sociales.
¿Miramos demasiado hacia fuera, en vez de hacia dentro?
También. El pueblo asturiano, mismamente. Yo entiendo que es difícil. Yo, por ejemplo, que soy un súper defensor del asturiano, pero en mi casa hablo castellano, media familia mía es de León… soy de Oviedo. Yo viví once años fuera y es difícil cambiar el chip. Y otra cosa que también hacemos mal los asturianos es, por ejemplo, que en cuanto alguien dice algo mal lo criticamos, nos reímos, cosa que en otros sitios no hacen. Yo viví en Cataluña y nunca me pasó que se rieran de mí por intentar hablar catalán y equivocarme.
Sobre eso te quería preguntar. Viviste en Cataluña y en Galicia: ¿cómo es de diferente el trato a su cultura propia con respecto a Asturias?
Es diferente, sí. Pero también en el caso de Cataluña, por ejemplo, se utiliza la lengua como señal de identidad, y para mí no es del todo acertado. Porque para mí una lengua no significa una señal de identidad. Yo no soy español por hablar español; podría ser peruano o argentino. Donde mete el focicu la política, siempre estropea algo. Tendría que haber una separación de poderes en ese sentido. La lengua no es de izquierdas o de derechas. En Cataluña o en Galicia no sucede, pero aquí, si hablas asturiano eres de pueblo o de izquierdas. En parte porque tradicionalmente quien la ha defendido ha sido la izquierda, incluso la izquierda nacionalista.
Sí, ni siquiera los partidos de izquierda con posibilidades reales de gobierno…
Exacto, ni siquiera PSOE o IU hicieron mucho.
Volviendo un poco al Rodrigo Cuevas artista. ¿Desde cuándo empiezas a perfilar tu personalidad? ¿Hasta qué punto ha sido construida conscientemente o ha influido cierta improvisación? Porque en 2012 publicas un LP, Yo soy la maga, donde ya te interesas por la canción tradicional gallega y asturiana.
Sí, y también un poco por la cántabra. Ahí es más un interés por las canciones tradicionales simplemente mezcladas con música electrónica.
A eso ya le sumas tu experiencia de actuar en la calle, por ejemplo en Santiago o en Asturias.
En Barcelona también toqué mucho en la calle. Viví mucho tiempo de ello, como en Santiago. Estando en Galicia descubrí el mundo de la música tradicional y fui metiéndome en él. Una cosa muy importante fue La Dolorosa Compañía, un dúo de desparrame que tuve en Galicia; hacíamos lo que nos daba la gana. Lo llamábamos «verbena sicodélica». Teníamos un teclado Casio y sobre los ritmos tocábamos éxitos de los 90, coplas, sevillanas… de todo. Lo que nos apetecía. Y la puesta en escena era muy de desparramar, cabaretera, muy trash. Ahí fue donde empecé a coger el gusto por desnudarme encima del escenario (risas). Pero mi interés por el humor ya venía de niño. Siempre me han gustado las personas graciosas, me fascinan. Me encuentro a alguien gracioso y quiero estar con él todo el rato. Y nunca me consideré una persona graciosa. Nunca hice reír a nadie. Y de repente me subí a los escenarios y descubrí que desde allí era capaz de hacer reír.
Pero en tus shows hay partes que son verdaderos monólogos de humor.
Sí. Descubrí que desde el escenario podía hacer reír y sentir mucha libertad de acción. Y creo que es contagiosa, porque la gente se siente muy libre también en los conciertos.
Vamos, que fue tomando todo forma de manera natural.
Y mucho en el escenario. Yo improviso mucho. A ver, el personaje está muy trabajado, claro que sí, pero es un continuo.
Respecto a eso, a mí me llama mucho la atención que cuando ves entrevistas o lees artículos sobre ti, siempre se te recalca mucho que…
Que estudié piano clásico (risas).
Exacto. Que estudiaste piano clásico en el Conservatorio Superior de Música de Oviedo y sonología en Barcelona. Y es verdad que eso es un valor, pero parece que tuvieses que legitimarte todo el rato.
Sí, sí. Además es lo primero que me recuerdan en cualquier entrevista. Incluso Buenafuente me lo preguntó. Y sí que tengo estudios, pero podría no tenerlos. Porque lo que aprendes en un conservatorio no es lo más difícil de aprender en la vida. Es fácil porque es accesible. Para entrar necesitas tener capacidades musicales, y dar el callo porque hay que estudiar mucho, pero no deja de ser una institución que enseña unos estudios reglados. Pero la parte del folclore no la he aprendido ahí. Por ejemplo, yo flipo mucho con Ambás, porque sabe todos los cuentos de todo el mundo; no solo tiene en cuenta la canción, si no la esencia de lo tradicional, que es muy amplia. No es solo canción y baile: es la forma de vivir, las formas de expresarse, son historias que están en todos los sitios, de la humanidad, y eso no hay ningún sitio donde vayas y te digan: «está en este temario». Eso es mucho más difícil de aprender.
Y ahí es donde está el trabajo, ¿no?
Ahí es donde está. El trabajo del día a día. Porque al final tienes que vivir de una forma determinada para aprenderlo. Yo no soy un erudito de la música tradicional; hay mucha gente que sabe mucho más que yo, pero sí que me metí en formas de vida muy tradicionales. Estuve viviendo unos años con las cabras; no tenía coche ni trabajo, solo cabras, ovejas y otros animales como burros y gochos. Estaba en un pueblo y aprendí a matar a los animales con la gente de allí, y todas esas formas de vida. Y eso no hay un sitio donde aprenderlo; tiene que gustarte e invertir tu vida en ello.
Y que todo eso enriquezca tu propuesta artística.
Claro. Y todo eso está ahí.
Por eso te lo preguntaba antes; porque a mí me da la sensación de que pesan mucho más estas experiencias que el hecho de que, por ejemplo, hayas estudiado piano clásico, que está muy bien, pero que no parece tener una trascendencia en tu propuesta artística tan importante.
¡Si casi ni lo toco! (risas).
Y es que tu contacto con el mundo rural se ve además en el reciente documental que has protagonizado (Rodrigo Cuevas. Campo y Tablas; de Manuel García Postigo y Álex Zapico. 2017), el cual atestigua que no es una cosa impostada como algunos pudiesen pensar. ¿Cómo surgió la idea del documental?
Me lo propusieron Manu y Álex el año pasado. Se pusieron en contacto conmigo para contarme su idea, y en un principio pensé que se estaban tirando el moco, porque ¿quién me va a querer hacer a mí un documental? (risas). Luego ya nos reunimos y la cosa fue tomando forma.
Vamos, que fue por demanda.
Sí, sí. No fui yo y les dije: «hacedme un documental porque soy súper interesante» (risas).
Respecto a la parte de tus shows relacionados con la performance: ¿no crees que la gente se sorprende sobremanera con tu imagen, con que te pongas la montera picona, o la saya, y se quedan ahí únicamente? Lo ven como lo innovador, pero es que hace treinta años la Martirio se puso una peineta y una bata de cola y dijo:
«Con mi chándal y mis tacones, arreglada pero informal» (risas).
Eso es. O ahora mismo De la Purísima, que llevan unos años con la peineta o el traje de luces. ¿Por qué crees que subirse en un escenario, aquí, y en este momento, como tú lo haces, se ve innovador cuando en realidad no lo es? ¿Falta cultura musical? ¿Memoria?
Yo creo que todo está hecho. Está todo inventado. Pero es como lo de pensar que llevas puesta la ropa más novedosa que nadie puso, y en realidad ya se ponía en los 90. O lo que en los 90 te parecía súper hortera, en cuanto queda un poco atrás lo pones. Son vueltas, puede que haga tiempo que no se ve. Y sí que es verdad que en el contexto de la música asturiana no se había visto. Como señalas, Martirio, que para mí es un gran referente, ya lo hizo hace treinta años y rompió con todo en aquella época. O incluso en los años veinte, que la peineta se usó mucho. Pero rescatar algo es como un acto subversivo, tiene un punto de innovador al ponerlo en un contexto diferente, renovándolo. Puede que mi imagen choque no solo por los elementos del traje tradicional, si no por unirlo con la difuminación del género con la que juego, sobre todo porque aquí no se había visto tanto.
¿Y no crees que llamó mucho la atención, pero a la vez fue aceptado de forma muy natural?
Sí, sí, yo aluciné.
Y además por todo tipo de público. En una actuación tuya puedes encontrarte desde niños hasta jóvenes, adultos o gente mayor, y todos disfrutan del espectáculo por igual.
Yo ahora ya me acostumbré un poco más, pero al principio flipaba mogollón con la aceptación general. Yo intento siempre trabajar con mucha humildad, aunque el personaje sea una diva torpe en el escenario (risas). Aunque el personaje sea así, yo creo que no soy ningún subidito, ni en el escenario ni abajo. Y aunque sea una cosa muy impostada, de posturas y no sé qué, yo luego intento no perder la naturalidad. Lo busco concienzudamente y creo que eso llega a la gente. La gente mayor está súper acostumbrada a ver show en otras épocas; la puesta en escena del burlesque, del cabaré, del cuplé. Sara Montiel se pondría los mismos trajes que me pongo yo, y ella actuó durante el franquismo. Sí que históricamente era la mujer la que era más dueña de utilizar su cuerpo de esta manera, aunque entonces fuera para enseñárselo al varón.
Por curiosidad: ¿por qué ese Asturias Underground que lucías en tus camisetas como un lema cuando empezabas? Y a colación de esto: ¿tienes miedo a convertirte en mainstream ahora que estás triunfando?
Yo creo que ya lo soy un poco (risas). Pero lo de Asturias Underground no es mío, es de Suárez, un poeta que vive en la Pola, que llevaba haciendo un par de años esas camisetas y a mí me encantaban. Así que le compré un par de ellas. Me dijo que si me la ponía en un concierto me amaría… y yo dije: «¡pues claro que me la pongo!» (risas). Y me gustaron tanto que ya no me las quité en todo el año.
Para acabar, ahí te va la madre de las preguntas. Tu futuro profesional, ¿te lo planteas ahora mismo o solo quieres disfrutar de lo que está sucediendo? Desde luego, como artista no se te imagina dentro de cinco años haciendo lo mismo.
No, por favor. Espero seguir evolucionando. Hice un parón desde diciembre hasta este marzo, para producir el espectáculo nuevo: canciones, vestuario… y para ver un poco hacia dónde quería tirar. El año pasado vino todo muy de pronto, con grandes conciertos y una atención a la que yo no estaba acostumbrado. Así que estaba un poco acojonado en ese momento. Estuve currando esos tres meses mogollón y con mucho miedo por las expectativas, tanto de la gente como mías. Pero luego fue un éxito y me quedé aliviadísimo. Se me reconoció un montón que había evolucionado y que había hecho cosas nuevas. Así que yo creo que ahora, de cara al tercer espectáculo, para el marzo que viene, ya no sentiré esa presión del «¿ahora qué vas a hacer?» Porque seguiré haciendo lo que me dé la gana, que es lo que hay que hacer (risas). Aunque le deje de gustar a la gente.
Fotografías: Paola Menéndez León