El seriéfilo: mayo de 2017
El abismo se acerca; la nada en forma de olas y arena está a la vuelta de la esquina; los termómetros que no paran de subir son prueba irrefutable de que lo inevitable está a punto de llegar; The End (The Doors, 1967) retumba por toda la habitación y… ¡No! ¡Por ahí no paso! ¡Así no hay quién se entere de lo que pasa en el último capítulo de Twin Peaks! Puedo escribir todas las tonterías que quieras, pero si voy a hablar de David Lynch mejor apagar la música y concentrarme. Mi hemisferio derecho se pueda concentrar en tan ardua tarea mientras, en silencio, el izquierdo escribe sobre todas las series que hemos visto (los dos hemisferios juntos) a lo largo del mes de mayo. Empezamos.
Dentro de unos cuantos años llegará algún afamado crítico televisivo americano y desempolvará una serie de principios del siglo XXI a la que no se le prestó la suficiente atención. Y lo hará arremetiendo contra nuestra generación alegando que estábamos demasiado embobados con la todopoderosa Netflix o con el último capítulo de Juego de Tronos (es posible que para entonces George R. R. Martin todavía no haya escrito el final del séptimo libro) como para fijarnos en ella. Me refiero a The Americans (FX). Puede que sea muy pesado encumbrando las bondades de esta obra tan original sobre una familia de espías rusos que viven en suelo americano; y sé que tiene el respaldo de la cadena, ya que ha sido renovada por una sexta y última temporada, pero me da la sensación de que nadie la ve, entre otras razones porque no tiene el tirón publicitario de las grandes cadenas, ni sus creadores el renombre de productores y guionistas de referencia. Aprovechen a verla ahora, con su quinta temporada a pleno rendimiento, y no esperen a que tenga que venir alguien del futuro para reivindicarla como una olvidada serie de culto.
Otro título que debido a los grandes estrenos ha quedado relegado a un segundo plano es The Last Kingdom (BBC Two), que nos pone en la piel de Uhtred de Bebbenburg, un sajón criado por daneses que luchará junto al rey Alfredo por la unificación de Inglaterra. Es inevitable su comparación con Vikings (History), dado que ambas confluyen en tiempo y lugar; sin embargo, se tratan de dos series muy distintas. The Last Kingdom está enfocada más a la acción y a la espectacularidad del héroe, recordando las películas de aventuras y dejando a un lado el realismo siempre que es necesario. Sin cuestionar en ningún momento la calidad de Vikings, tengo que reconocer que he disfrutado más esta segunda temporada de las peripecias del sajón que el final de la cuarta temporada de Vikings (que se me ha hecho demasiado larga).
Pero si alguna serie está destacando este mes es de The Leftovers (HBO), que parece que va a terminar sus días de forma magistral: cada episodio es una obra de arte, y a falta de dos capítulos promete convertirse en un título para recordar. Cada temporada complementa y mejora las anteriores y cada conversación, situación y decisión de los personajes compone una bonita muestra de lo que puede crear el realismo mágico en la televisión. Sin duda, una serie para disfrutar, sentir y pensar.
Vamos ahora con nuestra sección recurrente del universo Netflix, esta vez con el estreno de la segunda temporada de Sense8. Tras el previo tan descafeinado que resultó ser el especial de navidad, esta vez sí, las hermanas Wachowski se han puesto las pilas y nos traen una segunda entrega visualmente igual de impactante que la primera, pero que narrativamente crece de forma exponencial. Como se podía sospechar al terminar la primera temporada, aquello solo era un pequeño anticipo de lo que la historia de los sensates puede llegar a ser. Esta segunda temporada se centra en un tour de forcé entre nuestro grupo de protagonistas y la organización que trata de dar con ello; un entretenido y tenso juego del gato y el ratón que se aprovecha para llevar el mundo de los sensates a otro nivel, presentando nuevos grupos de personajes con intereses dispares que entrarán en contacto con nuestros protagonistas. La dirección impecable (tanto de Lana Wachowski como de James Mc Teigue y Tom Tykwer), hace que la factura final de cada capítulo se distancie de la ficción televisiva y se acerque, de forma muy satisfactoria, a lo que nos podría ofrecer la gran pantalla.
Seguimos con más segundas temporadas de Netflix, esta vez en tono de humor: por un lado, encontramos la comedia romántica Love, que si destacaba por su formato en su primera temporada, confirma en su continuación distinguirse de las comedias románticas al uso únicamente por su envoltorio (más allá de eso no deja de ser otra comedieta de la factoría Apatow que termina empalagando); por otro lado, tenemos Master of None, que sigue contando las aventuras del divertido Dev, acompañado de su gran amigo Arnold, empezando en Italia y acabando de vuelta en New York, y que sin duda está a otro nivel. El fuerte de la producción es su humor fresco y varios capítulos sobresalientes que innovan y sorprenden tanto desde el punto de vista narrativo como en lo referente al montaje (First Date o Thanksgiving son dos muestras perfectas de ello).
Sin dejar el humor, pero saltando el charco de vuelta a casa, tenemos la segunda temporada de El fin de la comedia (Comedy Central), en lo que supone una vuelta de tuerca a lo que se inició en su primera entrega. Ignatius Farray vuelve a mostrarnos el lado más amargo de la comedia, alejándose un poco del formato Louie C. K. y acercándose (sin llegar a tocarlo) al patetismo de Baskets (Fx). Un humor sin gracia e incómodo que no gustará a todos los públicos, pero que fascinará a aquellos que busquen algo más allá de la simple comedia. Merece la pena destacar sus geniales últimos capítulos, en los que se cierra el círculo incorporando a la historia central la creación de una serie de televisión donde vemos el rodaje de la primera temporada. Simplemente soberbio.
El palo del mes se lo vuelve a llevar Outcast (Cinemax), la adaptación del cómic de Robert Kirkman a la pequeña pantalla y en la que él mismo ejerce como productor. Sigue pecando de una lentitud exasperante. Aunque avanza un poco más rápido que la primera temporada, el ritmo sigue siendo insoportable. Dado que no cuenta con el tirón de los zombis de The Walking Dead, cuesta augurarle un futuro prometedor.
Y, por supuesto, no podemos dejar mayo sin comentar la esperadísima tercera temporada de Twin Peaks (Showtime), de la que ya se han emitido, en el momento de escribir estas líneas, cuatro episodios. Podría decirse que la nueva entrega «es muy Lynch» para lo bueno y para lo malo. Habrá críticos que llenen páginas hablando de lo que sugiere, significa, interpreta o simboliza una baldosa roja… Pero, qué queréis que os diga, a mí me parece una amalgama de escenas surrealistas sin sentido ninguno. De hecho, me entra un sudor frío cada vez que recuerdo mi experiencia con Mulholland Drive (2001), la cual tuve que ver dos veces para intentar entender (y aun así no hubo manera). Intuyo que Twin Peaks va por el mismo camino y no sé si estaré psicológicamente preparado para aguantar dieciocho capítulos de esa guisa. Porque no todo debería ser estética y no pasaría nada si algo de la trama fuese entendible. La serie original combinaba una narratividad más o menos convencional con escenas oníricas y personajes y pasajes extraños, ayudando a que la trama avanzase. Pero parece que esta vez Lynch ha prescindido por completo de contar una historia centrando todos sus esfuerzos en la parte surrealista y ahí encuentra el problema una mente simple como la mía: no sé si estoy viendo una obra maestra que no entiendo o, simplemente, una tomadura de pelo. Como esto va para largo, seguiré informando sobre los avances de la serie, aunque por ahora mi opinión como veis es bastante negativa.
Caso distinto es el de American Gods (Starz), que con la potente historia de Neil Gaiman nos lleva a una realidad alternativa donde los dioses mantienen una encarnizada lucha. En medio de la refriega queda atrapado un mortal, Shadow Moon, convertido en el guardaespaldas del mismísimo… me dais un poco de pena y no os voy a hacer un spoiler. Visualmente hermosa y misteriosamente intrigante, atrapa y engancha. Apunta alto.
Otro gigante que nos visita es Fargo (Fx), esta vez con su tercera temporada: de nuevo una historia extraña, fruto de las más negra de las casualidades y de la incompetencia, y que desemboca en violencia (mucha) relacionada con la peor cara de la mezquindad humana. Vuelven los personajes excéntricos con los que se puede empatizar más o menos. Mis preferidos siguen siendo los protagonistas de la primera temporada (Lone Marlo – Billy Bob Thorton – y Lester Nygaard – Martin Freeman –), pero es justo decir que la interpretación de Ewan McGregor de los gemelos Stussy es muy buena, y que V. M. Varga (David Thewliss) es un personaje que encaja perfectamente en el mundo creado por los hermanos Coen. Buena temporada de una gran serie (que se rumorea puede ser la última).
Tantas buenas series puede que nos hagan perder de vista otras sin tanto caché, pero que merecen la pena. Es el caso de Guerrilla (Showtime/Sky Atlantic), una miniserie inglesa que nos lleva al Londres de los años 70 y a la lucha armada de un grupo de activistas en contra de los abusos del establishment y a favor de las minorías. Aunque no es una trama redonda (hay arcos argumentales fallidos y la historia de amor entre los dos protagonistas flojea bastante), llama la atención lo actual que resulta a pesar de contarnos hechos que sucedieron hace casi cincuenta años. Una serie que nos recuerda que las diferentes formas de lucha en contra de las injusticias son una obligación para los ciudadanos. De hecho, empapado por el espíritu de Guerrilla, aprovecho una cita del irlandés Edmund Burke para despedirme hasta el próximo mes: «Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada».