Si en septiembre la resaca dejaba en la orilla los últimos vestigios de las series veraniegas, octubre deja patente el fuerte inicio de temporada seriéfila, apostando por series veteranas muy contrastadas que, como se suponía, no decaen por mucho que pasen los años. Es este un mes de producciones delicatessen y series añejas que ponen el listón muy alto para todo lo que venga a partir de ahora.
Dentro de este elenco de series de peso, quizás la que más ha tardado en recibir los focos mediáticos ha sido Industry (HBO), que ha tenido que consumir tres temporadas para empezar a tener algo de atención en las redes sociales. Es probable que este ninguneo previo se deba a su nacimiento a la sombra de Succession (HBO), con la que compartía plataforma y una máxima: es imposible identificarse con ningún personaje, porque todos son odiosos y malas personas. El hueco que dejó el año pasado el final de la familia Roy hizo que nos quedásemos huérfanos de hijos de mala madre, y en ese aspecto Industry va bien servida.
Cambiamos el emporio de los medios de comunicación por un banco de inversión, otra de las industrias con mayor número de avariciosos por metro cuadrado, y seguimos las andanzas de unos nuevos empleados que tienen que escalar desde lo más bajo hasta donde el cuerpo y su moral aguanten. Entramos en un juego en el que el motor de todo es el dinero; se hace cualquier cosa por conseguirlo, y cuanto más se tenga, mayor depravación moral se puede permitir. Todos los excesos tienen cabida en un mundo donde los multimillonarios tienen normas distintas al resto de los mortales y la humillación, el acoso o el chantaje son armas cotidianas para conseguir los objetivos.
El realismo, la crudeza y la sordidez con los que nos muestra el funcionamiento de estos bancos de inversión, que no dejan de ser cadenas de transmisión de desigualdad que desvían toda la riqueza hacia los más ricos dejando migajas en el proceso, es otro de los puntos fuertes de la serie que, unido a la ristra de personajes detestables, casi provoca que sea necesaria una ducha cada vez que se termina un episodio. Sin embargo, es una serie tan bien construida que uno siempre vuelve a por más.
La misma mala baba, pero con una capa de humor cínico, es lo que nos sigue ofreciendo la también inglesa Slow Horses (Apple TV) que, con su cuarta temporada, se consolida como la mejor serie de espionaje del momento. Cada temporada nos cuenta una historia independiente, pero cortadas por el mismo patrón: un caso de seguridad nacional en suelo británico que siempre tiene relación con alguna operación encubierta en el pasado y que, sin saber muy bien cómo, acaba rebotando hasta La Ciénaga, hogar de los espías defenestrados por el servicio de inteligencia británico y dirigidos por Jackson Lamb, quizás el espía más cínico, borde y con menor preocupación por la higiene personal de la historia (e interpretado de forma magistral por Gary Oldman).
Aunque la calidad de la trama pueda ser variable, el carisma y las interacciones de los personajes son lo más destacable de la serie; además, que cada temporada solo abarque seis capítulos también ayuda a mantener el ritmo evitando los tiempos muertos en los que no pasa nada. Por suerte tenemos Slow Horses para rato, pues la plataforma de la manzana mordida ya ha confirmado que se ha renovado por dos temporadas más.
Para sacudir todo el cinismo y las malas vibras, nada mejor que sintonizar la serie más acogedora de la parrilla. Aunque en cada temporada haya un asesinato asegurado, Solo asesinatos en el edificio (Disney+) mantiene su premisa de investigar únicamente los asesinatos que ocurran en el edificio y, tras cuatro temporadas, el Arconia se está convirtiendo en un lugar peligroso para vivir.
La serie remonta el vuelo tras una última temporada gris, cuyo único aliciente era la incorporación de Meryl Streep al reparto, y consigue reengancharse a su propio tren recurriendo al metacine, cuando se decide que se va a hacer una película sobre el podcast que graban los tres protagonistas. Esto, unido a la investigación y a unos indicios que parecen vincular los asesinatos de las cuatro temporadas, hinchan la serie dándole un empaque que crece con cada capítulo y que solo se desinfla en el último, con una resolución de temporada más convencional de lo que prometía. Aun así, logra solventar el tropezón de la tercera temporada y volver a la senda del whodunnit más buen rollero.
Sin dejar la investigación ni los asesinatos, pero esta vez en suelo patrio, Rapa (Movistar+) se despide por todo lo alto con su tercera temporada. A la sucesora de Hierro (Movistar+) le costó aclimatarse a la costa gallega, pero tras una primera temporada titubeante, nos deja otras dos que suponen un gran salto de nivel y marcan el tono de la trilogía. Son estas dos últimas temporadas en las que la enfermedad de Tomás adquiere un papel relevante, manteniéndose de forma continuada como trama secundaria, lo que permite crear un vínculo fuerte entre el trío protagonista definitivo formado por el propio Tomás, el profesor cascarrabias enfermo de ELA; Maite, la sargento de la Guardia Civil que investiga todos los casos; y Tacho, un chaval a la deriva que se convierte en el cuidador de Tomás.
En esta última temporada, se mezclan dos casos simultáneos: un asesinato en un astillero y el rapto de una joven de una familia dueña de una farmacéutica. Entre estas dos investigaciones y los dilemas provocados por el deterioro físico de Tomás debido a su enfermedad, la serie avanza de forma ágil hacia un final inevitable, trágico y emotivo, que sirve como gran cierre de una gran serie.
Que la nostalgia vende es algo que saben muy bien todas las plataformas, aunque a veces se utilice de forma absurda. Este es el caso de Ciudad de Dios: La lucha sigue (HBO Max), una historia violenta en las favelas de Río de Janeiro que funcionaría bien por sí sola, pero que se empeña en establecer conexiones, en muchas ocasiones cogidas con pinzas, con la película del 2002 de Fernando Meirelles. Vuelven Buscapé, Barbantinho y Berenice del reparto original, pero realmente no era necesario; podrían haber sido otros personajes y no hubiese cambiado nada. La serie vuelve sobre los temas de la corrupción política y policial, su conexión con los traficantes de droga y la violencia y pobreza extrema a la que se ven sometidos los habitantes de las favelas. Es una historia entretenida, pero que no transmite la frescura de la película grabada hace más de veinte años, cuyo parentesco impostado juega en contra de la serie.
Y para terminar, nada mejor que una miniserie inglesa que se acaba de estrenar por estos lares. This Town (Movistar+) nos lleva al Birmingham de los años 70 y principios de los 80, donde cuatro jóvenes de clase obrera sin futuro ven en la música una forma de escapar del barrio y deciden formar un grupo musical. La serie establece dos tonos muy diferenciados: el áspero del día a día de los jóvenes en un barrio marginal, con familiares alcohólicos, contactos con el IRA, violencia… y el más amable, cuando se trata de formar el grupo, buscar local de ensayo y grabar una maqueta. Esta segunda parte les resulta sorprendentemente sencilla en contraste con los problemas a los que se enfrentan en su día a día, dando la sensación de que toda la parafernalia del grupo musical es una ensoñación, algo irreal creado para evadirse del callejón sin salida en el que se ha convertido su vida. Una serie muy cuidada, desarrollada con mucho mimo, a pesar de contener momentos duros. Otra de esas joyitas inglesas en formato mini que no se deben perder.
Me quedo sin espacio y no puedo hacer más recomendaciones, porque la última vez que escribí en los márgenes casi me matan. Pero prometo volver el próximo mes con muchas más series y mucho terror para celebrar Halloween… aunque sea tarde, como siempre.