Seriéfilo: noviembre de 2020
Nos acercamos al final de un año de lo más extraño: impredecible, lleno de sobresaltos, repleto de medidas extremas. Toda la humanidad a merced de la incertidumbre, agarrada a un único plan infalible: quedarse en casa viendo series. Afortunadamente, ni los cierres perimetrales, ni los toques de queda pudieron evitar que nos sentáramos en nuestro sillón favorito, sin mascarilla, dispuestos a ver una buena serie. El ocio seriéfilo nunca nos falla y el penúltimo mes del año no iba a ser menos.
Arrancamos con El tercer día (HBO), que tiene un arranque prometedor cargado de misterio y una fotografía espectacular. Un gran Jude Law nos introduce en una fábula onírica en la que es difícil distinguir pesadilla y realidad. Su personaje atormentado y con un pasado difuso recuerda ligeramente a los protagonistas de la saga de culto de Konami Silent Hill (1999). En este caso, la historia nos traslada a la misteriosa isla de Osea, un lugar recóndito en el sureste de Inglaterra, solo accesible por tierra durante un breve periodo de tiempo cada día. La ambientación resultante es una mezcla entre una locura sucia y una fábula insana, reforzada por una constante neblina (otra vez la influencia de Silent Hill) como por los peculiares y enigmáticos habitantes de la zona.
La historia, bien sostenida por un sólido Jude Law, nos mantiene descolocados y fascinados durante gran parte del metraje, pero como sucede con otras series, la trama pierde fuelle a medida que se va desentrañando el misterio. La segunda mitad de la producción resulta más convencional, mucho menos hipnótica que los primeros tres capítulos y, además, esto coincide, casualmente, con una menor participación de su gran protagonista.
Mientras tanto, en Amazon, la pareja formada por Nick Frost y Simon Pegg sigue sin defraudar. Su nuevo proyecto, Truth Seekers, es una comedia cruda con multitud de guiños frikis, un humor con reminiscencias a la obra de culto Zombies party (Edgard Wright, 2004) y un desarrollo que puede recordar a otro de sus clásicos, Arma fatal (Edgar Wright, 2007). Si bien la serie no alcanza el nivel de la llamada Trilogía del Cornetto, quienes disfruten con este tipo de cine disfrutarán también con esta serie. El género que se pretende destripar en esta ocasión es el de las pelis de fantasmas de toda la vida, las que tienen apariciones, medidores de ectoplasma, profecías y muchos otros tópicos a los que aquí se les da una vuelta de tuerca en clave cómica, aunque cubriéndolos al mismo tiempo con una sólida historia.
El peso narrativo recae en todo momento sobre un magnético Nick Frost que no sale prácticamente de plano y que, como es habitual, no solo borda su propia interpretación sino que mejora todo lo que le rodea. En la mejor tradición de la comedia, el guion nunca se descuida y, como una cabra cuesta abajo en un carrito de la compra, va cogiendo velocidad para llegar a unos capítulos finales con un ritmo endiablado.
Showtime, por su parte, nos recuerda que hay personajes que no merecen ser olvidados en la inmensidad de la historia. Si a eso le añadimos la manida frase de que la realidad supera la ficción, comprenderemos que la vida del reverendo John Brown en la que se basa El pájaro carpintero solo esperaba a la persona adecuada para convertirse en un exitoso relato. Ethan Hawke realiza un excelente retrato de este reverendo abolicionista que entendió que la violencia era el único camino para erradicar la esclavitud en EEUU. Es cierto que no alcanzó en vida su objetivo (este dato no es un spoiler), pero su muerte puede considerarse como la chispa que prendió la mecha que acabaría con la Guerra de Secesión, tal y como profetizó este buen reverendo.
Esta miniserie narra una de las etapas más oscuras de Norteamérica con unos toques de humor cínico que le sientan muy bien al guion para compensar la impredecible personalidad del reverendo y su banda de cruzados. Saber que gran parte de lo que nos cuentan sucedió de verdad le da un plus a la serie, sobre todo cuando refleja el trato tan vejatorio que se les dispensaba a los negros en los Estados donde la esclavitud estaba más arraigada.
A este lado del charco, la series españolas siguen gozando de muy buena salud. Si el mes pasado destacábamos la incomprensiblemente polémica Antidisturbios (Movistar+), esta vez son dos las producciones nacionales que dejan el pabellón muy alto. Patria (HBO) es una exquisita adaptación del libro de Fernando Aramburu que, de forma reposada y llena de matices, nos habla del conflicto vasco a través de dos familias del mismo pueblo separadas por la demoledora violencia de la banda terrorista ETA. Una serie costumbrista que, sin prisas ni aspavientos, retrata una de las páginas negras de la Historia Contemporánea española tratando de abarcar los múltiples ángulos de un conflicto complejo; al mismo tiempo, la historia trata de evitar la muy popular y aún más fácil equidistancia. Un casting y unas interpretaciones muy acertadas, unidas a una producción muy cuidada, consiguen transmitir un realismo que hace lucir un guion superlativo que brilla entre los días grises de lluvia.
Cambiando radicalmente el tono, pero manteniendo la calidad, Veneno (Atresplayer) es un biopic sobre la vida de Cristina Ortiz, la Veneno, personaje destacado de la farándula televisiva española de finales de los 90 e icono transexual patrio. Los javis dan con la tecla al emplear un enfoque que humaniza, pero no idealiza, al colectivo trans. Hace unos meses comentábamos por estos lares la serie Pose (FX) que buceaba en las vidas del colectivo trans del Nueva York de los años 80. Aunque hay similitudes entre ambas series, la producción española cuenta con la presencia de un personaje principal tan explosivo y magnético como la Veneno: allí donde la serie de Ryan Murphy era coral y poética, esta es castiza y gamberra. Quizás es la cercanía del personaje o todo el bagaje que arrastramos sobre nuestra propia cultura, pero lo cierto es que esta serie se respira como una obra más auténtica. Sin el exquisito cuidado del detalle de Patria, la fuerza de Veneno radica en una historia que armoniza varios contrastes: tradición y modernidad, glamour y miseria, deseo y marginación.
Un peldaño por debajo, pero todavía a un nivel interesante, nos encontramos con Los favoritos de Midas (Netflix), una miniserie que adapta muy libremente un relato corto de Jack London. Unas interpretaciones sólidas, encabezadas por un buen Luis Tosar, cimentan un thriller lleno de misterio y con un inicio muy potente que nos presenta de golpe las tres tramas que se entrelazarán a lo largo de la serie. Lo criminal, lo periodístico y la actividad empresarial formarán aquí un nudo enorme y muy difícil de deshacer.
Quizá lo único que desluce el producto final es que se dedica mucho tiempo a desmenuzar cada trama eso descuida la conclusión de la trama, bastante atropellada. La historia se cierra de forma coherente, pero la serie quizá merecía algo más de metraje. No obstante, estamos ante una nueva producción española bien llevada, con un excelente ritmo y que no nos quita el buen sabor de boca que las series de nuestro país están dejándonos este año.
Tras este empacho de series nacionales, toca retirarse para preparar como es debido la última reseña de este 2020 y meditar, cuando las cadenas gasten sus últimos cartuchos, cuáles han sido las mejores series de este turbulento año. Por suerte, el mundo seriéfilo ha superado esta prueba de fuego sin más percance que unos pocos retrasos. Decididamente, nuestro hobby más querido goza de buena salud.
No olviden mantener la distancia de seguridad también con la pantalla de la televisión, su vista lo agradecerá.