Siete años de Primavera Árabe – 17 de enero de 2018
En Túnez celebran siete años de revolución protestando por lo mismo que en 2011: pan, trabajo y justicia social. Ya no está Ben Alí, el dictador al que echaron y hoy vive retirado en Arabia Saudí. Ahora el objetivo de las manifestaciones es un gobierno de derechas apoyado por los islamistas que aplica las políticas que le dicta el Fondo Monetario Internacional: subida de impuestos, recortes y despidos en el sector público. A cambio, Túnez ha recibido un préstamo con el que ir tirando y pagando deudas. Lo bueno del FMI es que no hay espacio para excentricidades. Tampoco para la revolución. La primavera del jazmín que inició sin querer un vendedor ambulante está marchita.
Mohamed Bouazizi se inmoló porque la policía le confiscó su puesto de frutas y luego le humillaron en comisaría. Desesperado, se prendió fuego con un bidón de gasolina. «¿Cómo pretendéis que viva?», dicen que gritó. Su muerte desencadenó protestas multitudinarias, hubo muertos y finalmente un presidente en escapada. Las democracias europeas que habían agasajado a Ben Alí dieron su bendición al cambio de régimen. Los Estados Unidos de Obama que también le habían acunado celebraron el «coraje y la dignidad» del pueblo tunecino. Lo que no cambió fue el FMI, que ya estaba por allí y en Túnez se quedó. Revolución, sí; pero vigilada por los hombres de negro.
Las revoluciones de todos los colores menos el rojo se han sucedido desde el fin de la Unión Soviética. Hubo en Yugoslavia, Ucrania, Libia o Egipto. Las de los países árabes, además de otra capa de capitalismo, han tenido su cuota de fe. El Islam, concretamente el wahabismo suní, ha sido protagonista en todas esas primaveras bañadas en sangre. En Túnez, también: es el país que más combatientes proporciona al agonizante califato del Estado Islámico en Siria e Irak. Y era tunecino el hombre que embistió con un camión un mercado navideño en Berlín y el que utilizó la misma arma para matar a ochenta y seis personas bajo los fuegos artificiales de Niza. Su revolución era divina.
«Revolución de la dignidad», reza el sello que el gobierno de Túnez emitió en honor de Mohamed Bouazizi. Está dibujado su rostro sonriente y un carrito de frutas. No importa mucho la fe del vendedor ambulante que dio pie al cambio en Túnez pero desde hace siete años es un héroe nacional, de ateos y piadosos. Los clérigos van ganando y esperan seguir haciéndolo en las próximas elecciones. Nada en sus ideas contradice los cálculos del FMI o de los países que comerciaban antes y después del jazmín. En la lápida de Bouazizi dice que fue un mártir. Hoy, que ya no se escriben cartas, queda su sello para la colección de revoluciones conquistadas.
Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este tumblr.
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